Sergio del Molino gana el Premio Espasa con LUGARES FUERA DE SITIO, un viaje por las fronteras insólitas de España
Editorial
Espasa. 312 páginas
Rústica
con solapas | 19,90 € Elecrónico: 12,99€
Gibraltar, Ceuta, Melilla, Andorra,
Olivenza, Llívia o Rihonor de Castilla forman pequeños
territorios-frontera en los confines de España. Extraños,
marginales y, algunos, insignificantes, en ellos se resumen y
agrandan los conflictos y los dilemas nacionales. Todos tienen en
común su anacronismo, su vocación de lugar molesto que estropea la
armonía de los mapas. Son rescoldos fríos de un país hecho de
guerras civiles desde las primeras imaginaciones romanas y que
siempre se quiso frontera. «Concibo España como un instrumento de
convivencia. Se pueden usar la historia y los relatos sobre ella
como base y amalgama de una sociedad democrática donde caben tantas
formas de españolidad como españoles». Lugares fuera de sitio no
es, estrictamente, un libro de viajes. No lo es en la medida en que
no cuenta un itinerario y en que las impresiones y el papel como
viajero del autor son sólo un aspecto y una herramienta más para
levantar un relato cultural e histórico de cada sitio.
Sergio del Molino nos advierte que es
inevitable que la voz del cronista muchas veces se imponga sobre la
reflexión histórica o social. No se ha esforzado por disimularlo y,
llegado a este punto, cree que la subjetividad del narrador no sólo
es deseable, sino imprescindible en un libro de estas
características.
Con el estilo «divulgativo, crítico y
emocional» que le es característico —Jorge Carrión dixit—,
Sergio del Molino ha estructurado el libro en dos partes. En la
primera nos habla sobre la formación de la Europa actual y sobre la
construcción de los espacios de frontera en la Península Ibérica.
En la segunda parte nos invita a viajar
a esos lugares fuera de sitio, en compañía de autores e
intelectuales que los describieron o pensaron.
En «fronteras vivas» incluye tres
bloques: «Las columnas de Hércules», sobre las ciudades situadas a
ambos lados del estrecho; «La Raya», a propósito de la frontera
entre España y Portugal, y «El Pirineo», donde se solapan hasta
cuatro sentimientos nacionales distintos. En «fronteras fósiles»
habla de lugares que no marcan el límite entre estados, sino entre
provincias y comunidades autónomas. Son curiosidades de la historia,
territorios fuera de lugar que, a veces de forma inexplicable,
sobrevivieron a la vigente división provincial.
«Una idea simple o utilitaria de la
frontera la define como una línea que separa territorios», nos
explica Sergio del Molino. Y nos habla de las excepciones, de los
territorios-frontera que son ambiguos vestigios de un pasado muy
agitado. Cita autores para los cuales los países deben estar
terminados, sin disrupciones, sin fronteras internas ni comarcas o
puertos que desestabilicen la homogeneidad y la normalidad
administrativa.
Del Molino, sin embargo, no cree que
los mapas deban ser armónicos ni que las naciones deban ajustarse a
una geografía natural, pues eso obligaría a pensarlas desde un
esencialismo que le gustaría creer que la humanidad ha superado.
Prefiere el concepto de patriotismo constitucional de Jürgen
Habermas, que utiliza la nación como una herramienta ciudadana
elástica y porosa donde lo étnico no tiene cabida, y la
pertenencia, el dentro y el afuera, se definen por la aceptación de
los valores democráticos e ilustrados.
Sostiene que la cuestión nacional
española —el autor se permite llamarla así, sin las
concomitancias políticas que esa expresión tuvo en el siglo XIX—
va muchísimo más lejos que la dialéctica eterna y sin solución de
Cataluña y España. Un viaje a las esquinas dobladas del mapa le
parece más revelador y más útil, en términos de convivencia, que
mil debates entre nacionalistas de Barcelona y de Madrid.
De fronteras y límites.
Notas del autor
Una idea simple o utilitaria de la
frontera la define como una línea que separa territorios, pero como
esa línea es el resultado de historias sangrientas y de símbolos
que han macerado con los siglos, alterando y marcando las vidas de la
gente que vive cerca de ella, es también un territorio de
significados múltiples y paradójicos. Un lugar que es y no es,
donde termina y empieza todo, y donde las naciones se definen con una
violencia y una grosería impropias de la civilización. La frontera
es ambigua. En ella crecen rarezas y personajes que rompen los moldes
de los prejuicios nacionales y de las inercias con que un país suele
pensarse a sí mismo.
Más que un producto, es un desecho de
la historia: al fabricarse las naciones, excretaron una serie de
detritus que no son biodegradables y permanecen sobre el mapa muchos
siglos, como una molestia para todos y como una seña de identidad
(también molesta) para unos pocos. En general, las fronteras acaban
por establecerse después de muchas peleas, legajos de jurisprudencia
y cálculos de agrimensor, pero en Europa persisten trozos de
historia sin digerir, cicatrices mal curadas, emplastes de albañil
chapucero. En un mapa del cosmos, los astrofísicos los llamarían
singularidades: allí donde la frontera se transforma en territorio,
dispuesta a contradecir los relatos nacionales y a recordar un pasado
que sólo sigue vivo en esos pocos kilómetros cuadrados.
España, como antiguo imperio devenido
nación sin terminar de definir del todo, y percibida como problema
todavía en el siglo XXI, cuando hace tiempo que los ideólogos de la
globalización celebraron el mundo posnacional, tiene unos cuantos
ejemplos de estos territorios-frontera. No se distingue por ello del
resto de Europa, donde el feudalismo se ha hecho fuerte en enclaves y
ciudades anacrónicas como Mónaco, Liechtenstein, Malta, San Marino,
el Vaticano o incluso Luxemburgo, o en lugares que no tienen
categoría de estado, pero sí de excepcionalidad, como Alsacia y
Lorena, las islas británicas del Canal y sus lords, el Tirol
italiano o Kaliningrado, el enclave ruso en Polonia, que es la
antigua Königsberg, capital de Prusia Oriental. Esto, sin contar las
islas y puertos de ultramar, vestigios de los imperios. Aun con todo
ello, la Península Ibérica puede presumir de tener más rarezas
anacrónicas que toda Europa occidental.
Sobre el autor
Sergio del Molino (Madrid, 1979) es
escritor y periodista. Premio Ojo Crítico y Tigre Juan, entre otros,
por La hora violeta (2013), es autor también de las novelas Lo que a
nadie le importa
(2014) y No habrá más enemigo (2012).
Su ensayo La España vacía (2016) se convirtió en un fenómeno
editorial y abrió un debate social, cultural y político inédito en
España. Además, recibió el Premio de los Libreros de Madrid al
Mejor Ensayo y el Premio Cálamo al Libro del Año, y fue reconocido
como uno de los diez mejores libros de 2016 en España por la inmensa
mayoría de la prensa. Su última novela es La mirada de los peces
(2017). En 2013, El Cultural de El Mundo le escogió como uno de los
narradores españoles menores de cuarenta años más relevantes.
Colabora en diversos medios de comunicación, como El País, Cadena
Ser, Onda Cero, Mercurio o Eñe.
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