Júlia Peró debuta en la novela con OLOR A HORMIGA, una obra incómoda, tierna y estremecedora que pone sobre la mesa la vejez y una soledad y un deseo de los que apenas se habla



Reservoir Books. 208 páginas

Tapa blanda con solapas: 18,90 Electrónico: 8,54€



La poeta Júlia Peró debuta en la novela con OLR A HORMIGA, una obra incómoda, tierna y estremecedora a partes iguales, que pone sobre la mesa la vejez y una soledad y un deseo de los que apenas se habla


A Olvido ya nada le parece más evidente que la vejez. Y su soledad. Hace tiempo, demasiado, que su cuerpo se ha llenado de colgajos, ha empezado a deformarse lentamente como el recibidor de su piso, cada vez más frío, húmedo, amenazante. Tanto que Olvido ya no sale de casa ni quiere atender el telefonillo o mirarse en el espejo de la entrada para no tener que atravesar esa estancia de olor acre y paredes de gotelé que se le echan encima. A resguardo en su saloncito, se limita a esperar que el tiempo pase mientras toma café, pinta en su libro para colorear, recita haikus o discute con el gato. Y a la par que espera, intenta hacer memoria.


Recuerda, entonces, que un día sonó el timbre y ella temió que fuera un ladrón pero en la puerta había una chica que venía a cuidar de la casa y de ella. La chica tenía la voz suave y una juventud que parecía ser la cura para su soledad. Y una melena negra, espesa, la piel canela, los ojos, los labios: tan bella, pensó Olvido, que la vejez no sabría por dónde empezar a roer. El ritual se fue repitiendo: sonaba el timbre, la chica entraba, traía comida, ventilaba la casa y cuidaba con ternura a Olvido, que de pronto creía ver a su acompañante por primera vez y después recordaba, o fingía recordar, con algo de dificultad y el deseo abriéndose paso en ella, creciendo en cada roce con ese cuerpo lozano. Y trayendo consigo celos, fantasías, vergüenza y frustración ante tanto apetito no saciado. Olvido recuerda también una discusión, un forcejeo en el recibidor.


Ahora la chica ya no viene. La nevera está vacía, el libro para colorear, completo y la memoria carcomida de Olvido, mezclándolo todo: la chica, una discusión, las manos cubiertas de grasa de su padre, sus muslos de niña también cubiertos de grasa, ella y su madre marchándose lejos de casa, la madre muriendo vieja y senil en una residencia. Sentada a pocos metros de ese recibidor que tanto miedo le da y hace que su soledad sea aún más absoluta, no sabe bien por qué, Olvido espera que las horas pasen o la muerte venga mientras un ejército de hormigas se prepara para escarbar otro hormiguero.


CLAVES DE LA NOVELA


Escritora y artista multidisciplinar, Júlia Peró de­butó en 2020 con un celebrado poemario, Anatomía de una bañera, al que le siguió la publicación de Este mensaje fue eliminado, un proyecto a caballo entre la poesía, la narrativa y la experimentación conceptual que se gestó en Instagram y se convirtió en libro en 2021. Explorar formatos de escritura y registros es, sin duda, uno de los motores creativos de una autora jo­ven y polifacética que da el salto a la novela con Olor a hormiga, una obra cruda, tierna y perturbadora a par­tes iguales, que orbita en torno a la vejez. La acción irreversible del tiempo, un hilo que recorre sutilmente toda la producción literaria de Peró a través de motivos como la muerte, el duelo o los mensajes que borramos de nuestras conversaciones cotidianas, cristaliza aho­ra en las arrugas, la espalda encorvada, los olvidos y la confusión de una anciana que, aislada, lidia con la senectud y su compañera más temida, la soledad.


Con apenas dos personajes femeninos y un gato entre cuatro paredes, Júlia Peró compone una historia que cuenta con los ingredientes más característicos de la novela de horror gótico: una mujer encerrada, una casa que se describe como un personaje más y no es refugio sino prisión, y una voz narrativa muy poco fiable que se trama entre lagunas de memoria, recuerdos dis­torsionados, fantasías, trampas mentales y contados destellos de lucidez. En este género narrativo, que tradi­cionalmente ha sido expresión de tabús, pulsiones re­primidas y miedos colectivos, la autora encuentra una batería de recursos para hacer frente a los fantasmas y narrar la vejez entendida como una decadencia física y mental que no se elige, simplemente sucede; pero tam­bién, como una realidad incómoda que se suele invisi­bilizar o, en el mejor de los casos, reducir a un puñado de inofensivos lugares comunes. Entre aquello que Ol­vido nos cuenta y la forma que adquiere un relato sal­picado de bucles, desdoblamientos y ambigüedades existe una correspondencia que es la manifestación misma de una conciencia carcomida por la edad, el ais­lamiento y el miedo latente, y al mismo tiempo, de todo aquello que se le niega a la representación de la vejez: el deseo, el sexo, la vergüenza, la rabia y la frustración. Al ritmo de una narración que mezcla y yuxtapone pre­sente, pasado e imaginación, Olor a hormiga se revela como una novela que combina terror y gestos del thri­ller, y a su vez, como una inesperada historia de amor no correspondido, un relato de violencias domésticas que, como los traumas de infancia de la protagonista, dis­curre bajo la superficie, y una obra atravesada de metá­foras donde entre zánganos, una casa tomada por las hormigas y el contacto de un cuerpo viejo con otro que irradia juventud, se halla un modo de insinuar lo que la memoria borra, los silencios esconden y la lengua no puede expresar de forma directa.


A través de la delicada sencillez de un haiku o del horror y lo siniestro que se materializa en un recibi­dor sombrío, los estremecedores retazos de memo­ria de una anciana y aquello que la mujer calla, Júlia Peró hurga, con atrevimiento y una singular sensi­bilidad, en la intimidad. Brutalidad y belleza, tanta violencia y carencias como ternura, se conjugan en las páginas de una primera novela que, anclan­do allí donde soledad, deseo y dolor se entrelazan y alimentan mutuamente, da voz y restituye el cuerpo a una vejez femenina que, nos recuerda Olvido, es vista apenas como pura obsolescencia, un resto de existencia en el que la posibilidad de amor parece no tener cabida.


LOS PERSONAJES


Olvido

Hace mucho tiempo, no se sabe cuánto, que la vejez se adueñó del cuerpo y la mente de Olvido. En­tre raptos de lucidez y una memoria que se desdibu­ja, vive aislada en un piso más viejo que ella, al que llegó con su madre siendo aún una niña y del que ya no tiene sentido salir. No recuerda bien qué hacía de joven, cómo se ganaba la vida y si fue ella quien pin­tó el cuadro de los girasoles en el jarrón amarillo que hay en su saloncito, pero sí tiene conciencia de que su soledad y sus miedos vienen de lejos: de los silen­cios de su madre y las manos llenas de grasa de su padre, de los besos de buenas noches que no quería recibir de pequeña y del deseo reprimido, no saciado, que ahora, cuando su cuerpo debería rendirse, vuelve a invadirla con furia.


«A veces llevo trencitas, yo. Y mocasines de cha­rol que dan brincos conmigo, y uso al hablar una voz muy aguda, que tal vez haya usado años atrás, pero ya un poco rota. Como si durante muchos años hubiera sido asidua a esa vocecita tierna, pero del desuso se hubiera oxidado. Y al recuperarla ahora, en la voz se notara el polvo [...] A veces, cuando estoy sentada en el sofá, o en el suelo o en la encimera de la cocina, me miro los dedos corazón y anular de mi mano derecha, porque yo soy diestra la mayoría de las veces. Las otras soy zurda. Cuando me convierto en una niña pequeña, soy zurda. Y cuando hablo con mi madre o mi padre, también. Me miro los dedos corazón y anular de mi mano derecha y me los meto por debajo del camisón, dentro, donde tengo mi ombligo y mis pliegues y mi vulva. Y cuando mis dedos tocan mi vulva, mis nudillos se convierten en jorobas, y mis dedos se transforman en dos dromedarios sedientos andando por las dunas de un desierto. Y andando, andando, se encuentran con un oasis medio seco y corretean y corretean y se meten en el agua un ratito, en el agua que queda, que no queda mucha. Y luego salen contentos y mojados. Y enseguida saco a los dos dromedarios del camisón y me los meto en la boca».


La chica

Melena negra, larga y espesa, piel tersa, voz suave y sonrisa alegre, esta chica de veintipocos es, a ojos de Olvido, la representación misma de la juventud y la belleza. Ni la vejez ni la muerte parecen tener algo que ver con esta criatura sin nombre que en casa de Olvido encuentra siempre una solución para todo. Su paciencia y ternura, sin embargo, no son suficientes para hacer frente a la espiral de sentimientos que su compañía desata en la anciana y una discusión con ella supone el violento fin de su labor como cuidadora de Olvido.


«Su voz evocaba la seda de un pañuelo. Eso es tí­pico de las buenas personas o de las que te quieren embaucar. Si es de las segundas, esta casa esta llena de bichos: no creo que aguante mucho.

Llegó con paso firme pero simpático hasta el saloncito. Yo la seguí. Echó un vistazo al sofá y a la co­cina con determinación. Se notaba que ya había esta­do allí. Luego desvió la mirada a la mesa y vio colgado encima de ella el cuadro impreso de los girasoles. Una pintura tan amarilla como sus dientes, con quince gi­rasoles dentro de un jarrón también amarillo y con la palabra “Vincent” escrita en él. Luego se giró y me miró y yo pregunté:

¿Te gusta el cuadro?

Ella se volvió para mirarlo tan solo un segundo. Luego se tornó para mirarme de nuevo y asintió con la cabeza y una sonrisa simpática. Me quede callada unos instantes. Luego volví a hablar:

¡Lo he pintado yo!

Ladeó la cabeza y sonrió extrañada. Parte de su melena le resbaló por los hombros. Aproveché para mirarla bien. La inspeccioné con disimulo. Solo se me ocurrió pensar que era tan bella que la vejez no sabría por donde empezar a roer».


El gato

Compañero de encierro de Olvido, el gato llegó hace mucho a esa casa en la que, no le cabe duda, terminará reinando. Porque en nada se parecen las vidas felinas a las indignas vejeces humanas, como este interlocutor despiadado y mordaz se encarga de recordarle a la anciana cada vez que ella, en un ex­traño ejercicio de desdoblamiento, conversa con él cuando la chica desaparece.


«Ojala vinieran un día a robar y se llevaran a esta idiota, se la llevara un hombre, pero claro, como se la van a llevar si esta más usada que todo el piso ente­ro, puta señora gastada. Todo el piso entero, que ni es tuyo este piso. Que era de tu madre, ¿y a quién se lo iba a dejar? ¡Que remedio! Y luego tu la culpas de todo lo que te pasa, la culpas a ella porque no te atreves a culpar a tu padre. La cuestión es culpar al resto, a cual­quiera, ¿no, vieja? Total, si luego a ti se te olvidan las cosas. Yo soy quien tiene memoria, tu no te acuerdas de nada, de nada pero yo sí, vieja, yo me acuerdo de todo lo que hiciste. Tu no te acuerdas. ¿O sí te acuer­das, de cómo no me dejabas hablar cuando estaba la chica en casa? ¿De como me escondías? Cuando esta­ba la chica en casa te avergonzabas de mí, de ti.Te avergonzabas de ti. Porque ¿qué es mas vergon­zoso que gastarte toda tu pensión en que te laven el culo? Todo tu dinero, tu mísero miserable dinero, vieja, todo para la chica. ¿Qué es más vergonzoso que pagar para tener compañía? Pagar para no estar sola».


Sobre la autora


Júlia Peró (Barcelona, 1995) es escritora y artista mul­tidisciplinar. Dirige el club de lectura Libros crujientes. Ha participado en distintas antologías poéticas y es autora del poemario Anatomía de una bañera (Plane­ta, 2020) y el libro de conversaciones Este mensaje fue eliminado (Planeta, 2021), que adapta al formato físico su proyecto digital @este.mensaje.fue.eliminado. Olor a hormiga es su primera novela. Actualmente trabaja en su segundo poemario y en una colección de arte conceptual.

 

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