Juan Eslava Galán revive uno de los episodios más determinantes de la historia de Europa en LA REVOLUCIÓN FRANCESA CONTADA PARA ESCÉPTICOS


Editorial Planeta. 464 páginas

Tapa dura con sobrecubierta. 21,90€ Electrónico: 9,99€


Juan Eslava Galán, el maestro de la divulgación histórica nos lleva de la mano para vivir uno de los episodios más emblemáticos y determinantes de la historia de Europa: la Revolución Francesa. Una revolución que llevaba décadas gestándose y supuso un cambio de paradigma en la sociedad europea: la abolición de la monarquía en Francia y la primera declaración de los derechos del hombre y el ciudadano.


La tesis de que la violencia es la partera de la historia tiene un gran argumento a su favor en la Revolución francesa. Esta, que chorrea sangre por los cuatro costados, es, sin embargo, un episodio fundacional de la edad contemporánea; significa nada menos que el nacimiento de un nuevo mundo social y político; más o menos y a grandes rasgos, de la sociedad en que vivimos actualmente.


Juan Eslava Galán, que de tantos capítulos esenciales de la historia se viene ocupando, aborda ahora este, que ha provocado quizá más ríos de tinta que de sangre hizo correr en su momento. Lo hace como acostumbra: con rigor de historiador y recursos de narrador, sazonados con su característico sentido del humor y con ese punto de vista que hace que sus libros sean especialmente indicados para escépticos, o, como él mismo ha dicho alguna vez, “de un modo que no va a gustar a nadie”. Y es que si bien su serie de ensayos históricos tiene una justificada legión de entusiastas seguidores, es cierto que los hemipléjicos morales, los que miren la realidad con un solo ojo (el izquierdo o el derecho) verán puestas en cuestión sus apresuradas convicciones. Como en tantos casos, y especialmente en el de las revoluciones (por ejemplo, la rusa, otro título de esta exitosa serie para escépticos), los hechos son complejos. Y Eslava Galán muestra convincentemente tanto la profunda injusticia de la situación anterior a la revolución como el horror provocado por el pueblo descontrolado.


Esos dos asuntos están en el corazón de la Revolución francesa, además de personajes extraordinarios y sucesos novelescos, cambios políticos vertiginosos y unas cuantas cuestiones (el fanatismo, el radicalismo, las utopías, el miedo como detonante de la represión, la dictadura con la coartada de los buenos principios…) de los que Eslava da cuenta pormenorizada, con rigor y amenidad en este nuevo título.


En la Revolución francesa coindicen las tremendas injusticias que la provocaron y el horror desatado por las masas descontroladas


Prima della rivoluzione


Quien no ha vivido antes de la revolución no sabe lo que es la dulzura de la vida”, dijo el camaleónico y superviviente Talleyrand. Una frase aplicable solo a una muy pequeña parte de la población de Francia, ya que para la inmensa mayoría la vida no era precisamente dulce.


El libro comienza con un vistazo a esa Francia prerrevolucionaria, tomando como ejemplo un episodio muy significativo: el experimento científico de la ascensión de un globo aerostático por los hermanos Montgolfier. Aquella demostración puso de relieve aspectos relevantes del momento histórico, especialmente el contraste entre el progreso técnico, las arcaicas normas sociales imperantes y la pobreza generalizada. De hecho, fue la oportunidad para algo que no ocurría nunca: la mezcla de los estamentos sociales; o mejor, el acercamiento del pueblo, el llamado tercer estado, a los otros dos estados, las clases pudientes, que eran el clero y la nobleza.


Porque la Francia del siglo XVIII se dividía en tres grandes estamentos: el clero, la nobleza y el tercer estado, que agrupaba a la inmensa mayoría de la población, compuesta por campesinos, artesanos y una incipiente burguesía. Si el campesinado y los artesanos malvivían, a la burguesía le oprimían las estrechas costuras de la sociedad que impedían la promoción social. De modo que todo el tercer estado tenía interés en que las cosas cambiaran. Además, aquella Francia era un mosaico de lenguas, leyes, monedas, pesos y medidas, demarcaciones administrativas, legales, fiscales. Como ha dicho un prestigioso historiador, los habitantes de Francia pasaron, durante el siglo XIX, de campesinos a franceses.


Había una situación social y material que empujaba al cambio, había unas ideas (las de la Ilustración) que habían calado en mucha gente y empujaban en el mismo sentido. A eso se añadió una crisis financiera por los gastos del país en diversas guerras (singularmente, el apoyo a las colonias americanas en su lucha contra Gran Bretaña) y alimentaria por las malas cosechas de esos años. Estos eran los nubarrones que oscurecían el cielo de Francia en vísperas de 1789 y que dieron origen a la tormenta que estalló ese año.


La chispa que inflamó la Revolución fue la escasez de pan, la hambruna que aquejaba a los desheredados de París». Y el primer paso lo dieron –como ocurriría casi ciento treinta años después en Rusia– las mujeres. (No son pocos los aspectos de la Revolución francesa que prefiguran los de la rusa de 1917).


El pueblo tiene hambre y el Estado necesita llenar unas arcas exhaustas. El rey, aconsejado por un ministro eficaz y tecnócrata, Necker, se dirige a quienes pueden aportar dinero, los nobles. La esperable resistencia de estos a rascarse el bolsillo obliga al rey a convocar una institución que llevaba tiempo sin reunirse, los Estados Generales. Esa convocatoria va a tener efectos inesperados, va a abrir la caja de los truenos, el camino a la revolución.


Injusticia social, nuevas ideas, crisis financiera y alimentaria: todo se conjugó para el estallido de la revolución


El ambiente, como queda dicho, estaba caldeado. Las ideas de la Ilustración estaban en el aire. La burguesía quería una sociedad en la que se valorara el mérito por encima de los privilegios de cuna, y las clases humildes veían con rabia y desesperación cómo la corte despilfarraba sin medida mientras ellos pasaban hambre. Del despilfarro de la corte dan idea algunos datos: la reina contaba con 496 sirvientes; las tías del rey, con 210; su cuñada, con 239; el rey «tenía funcionarios para traer el mazo y las bolas del juego de mallo, para tenerle la capa y el bastón, para cuidar los galgos de su recámara, para plegarle, ponerle y anudarle la corbata […] poseía 1.857 caballos, 217 carruajes y 1.458 servidores encargados del cuidado y mantenimiento de los animales y los coches».


La toma de la Bastilla: estalla la revolución


Así, el proceso prerrevolucionario va a discurrir sobre dos raíles: el político y legislativo de los Estados Generales, y las reivindicaciones populares en la calle. En los Estados Generales se plantea enseguida una cuestión formal que resultará esencial: cómo se va a votar. La costumbre era hacerlo por estamento, lo que daba ventaja a los privilegiados, que, votando juntos, ganaban siempre por dos a uno. El tercer Estado, cuyos representantes eran mayoritarios, plantea el voto por cabeza (un diputado, un voto). Consiguen imponer ese procedimiento, y algo más: proponen la conversión de los Estados Nacionales en Asamblea Nacional, que enseguida pasa a ser Asamblea Nacional Constituyente, encargada de redactar una Constitución que refleje los nuevos derechos y leyes.


El rey y la nobleza se dan perfecta cuenta de que la cosa se les está yendo de las manos. Así que el monarca reacciona ordenando la disolución de la Asamblea y la vuelta a la separación por estados. Pero la presión popular le obliga a ceder y dejar las cosas como estaban. Los diputados, por su parte, se reúnen en un frontón, el llamado Jeu de Paume, y pronuncian el famoso juramento de no abandonarlo hasta elaborar una Constitución.


Lo cierto es que el pueblo francés, sobre todo el de París, espoleado por el hambre y por las nuevas aspiraciones que están en el ambiente está concienciado y movilizado. La mayor expresión de esa movilización es la toma de la Bastilla, que aún se conmemora con la fiesta nacional francesa.


El 14 de julio de 1789, el pueblo toma la Bastilla en busca de armas para defenderse de las tropas que reprimen las manifestaciones de protesta por el cese del ministro Necker, al que el pueblo ve como un aliado. Este episodio está narrado en el libro con la tensión, el detalle y la agilidad de una gran crónica periodística. El suceso muestra ya uno de los rasgos característicos de la Revolución: la violencia ejercida por unas masas aficionadas a cortar cabezas y ensartarlas en picas.


La toma de la Bastilla supone un salto cualitativo en el proceso revolucionario. Se suceden desórdenes, motines, saqueos. Los campesinos dejan de acatar las leyes feudales. Movidos por el hambre y un resentimiento de siglos, incendian residencias de nobles, oficinas y archivos en los que se guardan documentos legales, títulos de propiedad, listados de deudas. Se producen asesinatos, violaciones. «Francia arde». «El país se pierde por el sumidero de la anarquía […] castillos y abadías en llamas, carrozas lanzadas al río con sus ocupantes dentro, encopetadas damas socializadas en un pajar por los antiguos criados de la casa…».


La toma de la Bastilla es el primer acto de una oleada de violencia con incendios, asesinatos, violaciones: Francia arde


En agosto son abolidas las leyes feudales, una de las reivindicaciones más defendidas por los campesinos, plasmadas una y otra vez en los cuadernos de quejas que llegan a los Estados Generales. Unos días después se aprueba la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.


La aprobación de la Constitución supone el triunfo de la burguesía, en cuyas manos está la Asamblea, que pasa a ser legislativa. Francia se convierte en una monarquía liberal parlamentaria con una sola cámara formada por 745 diputados. El 46% de ellos pertenece al centro, sin un programa político definido; el 35% son los girondinos, miembros de la burguesía acomodada que representan a la derecha moderada; y el 18% son los jacobinos y cordeliers, pertenecientes a la pequeña burguesía y a las clases humildes (artesanos), y representantes de la izquierda.


El cuarto estado


Ha triunfado la revolución liberal y burguesa, pero los problemas de las clases populares (el considerado cuarto estado) siguen sin resolverse, lo que va a dar lugar a una escalada de radicalización. «La burguesía pudiente ha utilizado al pueblo para eliminar al estamento privilegiado». La jugada puede recordar a aquel chiste de El Roto en que un gato propone a los ratones un pacto para acabar con el perro.


Pero el pueblo, los llamados sans-culottes, domina las calles, desde las que ejerce una presión constante. Los sans-culottes son la gran fuerza extraparlamentaria que representa a las clases populares (artesanos principalmente). Organizados en las cuarenta y ocho secciones en que se ha dividido París y que han convertido en su órgano político, tienen una gran capacidad de movilización. De ellos nacerá un grupo político extraparlamentario, los enragés (furiosos), que vigilarán y acosarán a los diputados de la Asamblea. Así, el fanatismo y el radicalismo se van imponiendo en la Asamblea y no son pocos los moderados que, por miedo a significarse y ser tildados de traidores, votan en contra de sus convicciones.


Fruto de la presión popular es la proclamación de la República –tras la huida y captura del rey– en septiembre de 1792. Su órgano principal ya no es la Asamblea legislativa, sino la Convención Nacional, que aúna los poderes legislativo y ejecutivo, y entre cuyos 749 miembros solo hay dos obreros. Salvo esas excepciones, la cámara está compuesta por abogados, propietarios y profesionales; la burguesía.


La Convención Nacional se convierte en una jaula de grillos en la que se debaten todo tipo de asuntos, con una llamativa y grave excepción: la economía, en la que los diputados son poco o nada duchos. Ignorantes del funcionamiento del mercado, provocan una enorme inflación al emitir papel moneda sin miramientos, los famosos assignats que circulan con tanta profusión como escaso valor real. A esos problemas se añade que la expropiación («expolio», dice Eslava Galán) de los bienes de la Iglesia y de la nobleza solo ha beneficiado a los burgueses con dinero para adquirirlos, y que los gastos militares para mantener la guerra que enfrenta a Francia con las monarquías europeas son cuantiosos.


La Revolución se ve acosada por las monarquías europeas, por los radicales que quieren llevarla más lejos y por los que quieren dar marcha atrás. Estos últimos provocarán la rebelión contrarrevolucionaria de la Vendée, que causará entre 220.000 y 240.000 muertos, con una crueldad pocas veces igualada en la historia del mundo moderno y considerada por algunos historiadores el primer genocidio sistemático de la historia.


Golpe de Estado jacobino: el Terror


En esa coyuntura y con las masas populares demandando la resolución de sus propios

problemas (esencialmente la bajada de precios), los jacobinos, encabezados por Robespierre, Danton y Marat, se decidirán por aliarse con los sans-culottes; una alianza con consecuencias históricas. «Los jacobinos encauzan la ira popular contra los girondinos», y empieza un proceso que va a desembocar en la dictadura y el terror político, lo que en la historia de la Revolución francesa se conoce como el Terror, con mayúscula.


Los jacobinos dan el primer golpe de Estado de la historia contra un Parlamento elegido por sufragio universal


Este proceso arranca con la creación de un Comité de Defensa Nacional, que crea, a su vez, dos instituciones: un tribunal revolucionario encargado de juzgar a los enemigos del Estado; y, en aras de la efectividad, un Comité de Salvación Pública más reducido, compuesto solo de nueve miembros, entre los que destacan Robespierre y Danton. Con el pretexto de perseguir las actividades revolucionarias, se suprime la libertad, y los moderados girondinos van quedando sometidos a los radicales jacobinos. La tensión termina por estallar cuando la Convención emite una orden de arresto contra veintinueve diputados girondinos denunciados por el pueblo. Es el «primer golpe de Estado de la historia contra un Parlamento elegido por sufragio universal». «La sinrazón se impone» y «el Terror entra en su periodo más sangriento, en el llamado Gran Terror».


En julio de 1793, el Comité de Salvación Pública queda en manos de Robespierre, secundado por Saint Just. Robespierre, convertido en el vínculo entre la Convención, los Jacobinos y la Comuna (el Ayuntamiento revolucionario de París) acumula todo el poder, convirtiéndose en un dictador. Se impone un Estado policial. Menudean las detenciones. «Los enragés no están en la Convención, pero la Convención legisla para contentarlos». El argumento de estos es: «No habéis hecho lo suficiente por el bienestar del pueblo. La libertad no es más que un fantasma hueco cuando unos comen mientras otros pasan hambre».


«Las cárceles rebosan. Solo en París se hacinan ocho mil presos en espera de juicio… La guillotina no da abasto. Las ejecuciones oscilan entre treinta y cincuenta diarias. La Revolución adquiere el gusto por la sangre (aunque ciertamente tampoco escatima la suya)».


Eliminados los girondinos, los jacobinos empiezan a mostrar tres tendencias. Los hebertistas, seguidores de Jacques-René Hébert, editor del famoso periódico Le Pére Duchesne, están apoyados por los sans-culottes. Son los más radicales; reclaman la democracia directa y la descristianización de la sociedad. Sus principales logros son la ley contra los acaparadores y la ley de sospechosos. Los dantonistas, seguidores de Danton, denominados indulgentes, se oponen a las ejecuciones masivas y son partidarios de una reconciliación entre las tendencias. Se impondrán los terceros, los robespierristas, tras guillotinar, en pocos días, a los jefes de las otras tendencias.


Pero la revolución es un Saturno que devora a sus hijos. Robespierre no tardará en seguir los pasos de los otros jefes jacobinos. Y al Terror Rojo le sucederá el Terror Blanco, con las matanzas de la reacción termidoriana, que fueron especialmente mortíferas en el sudeste de Francia.


«Después de tanta zozobra, triunfa la burguesía, la verdadera beneficiada por la Revolución junto con los acaparadores que han hecho fortuna pescando en río revuelto y ahora emergen como nuevos ricos».


Se inaugura entonces una nueva etapa, el Directorio, en el que vuelven a separarse el poder ejecutivo (formado por cinco directores) y el legislativo (compuesto de dos cámaras: Consejo de los Quinientos y Consejo de los Ancianos, de doscientos cincuenta miembros), con medidas para que los monárquicos no sean mayoría en los órganos legislativos. Una forma de cambiarlo todo para que nada cambie.


El Directorio durará de 1795 a 1799, cuatro años nada tranquilos. «Conspiraciones de monárquicos y jacobinos, motines del hambre, crisis financiera, guerras exteriores contra las sucesivas coaliciones de las monarquías europeas». Estas guerras, al menos, serán victoriosas casi siempre. Y es que ya está Napoleón en escena. Napoleón, el general que dará un golpe de Estado y se proclamará emperador. Pero esa ya es otra historia.


La burguesía es la gran beneficiada de una revolución que algunos quisieron llevar más allá, dándole un contenido social


Todo sobre la Revolución


Eslava Galán ha escrito, como es costumbre en él, un magnífico libro para aprender historia de un modo ameno. Un libro descriptivo y narrativo, en el que brilla el mejor Eslava Galán narrador.


La Revolución francesa contada para escépticos rebosa de detalles eruditos o pintorescos sobre la indumentaria, las armas (la complicada forma de cargar y disparar), la guillotina (de la que da datos técnicos muy precisos), la vida cotidiana (el detalle de clavar los platos al tablero en las tabernas para evitar que se los lleven, igual que hoy se aseguran las perchas en los hoteles). También anota frecuentes referencias a la España del momento y la repercusión que tuvo aquí la revolución.


El tono es, como siempre, bienhumorado, irónico y sarcástico: las turbas enarbolando cabezas cortadas ensartadas en picas, una de las imágenes recurrentes de la revolución, constituyen «una alegre manifestación cívica» de «afables ciudadanos ávidos de pasear cabezas en el extremo de un palo». La moda de llevar pendientes y colgantes en forma de guillotina muestra «el refinado gusto revolucionario».


Y junto a los procesos políticos, los protagonistas:

Robespierre es «el revolucionario más atildado: limpio, peluca impecable, nada de luto en las uñas y como además es guapito, delgado y menudo, podríamos tomarlo por un pisaverde de la corte. Sus cualidades morales son paralelas: inflexible, fanático y exento de pasiones que no sean la política». Que se mantenga «al margen de la mangancia» justifica su apodo de «el Incorruptible».


Charles-Maurice de Talleyrand es un «Voltaire con mitra», «más interesado en el medro terrenal que en el celestial». «¿Quién podría retratar las prendas de este personaje? Su singular astucia y su brillante inteligencia». «Sobrevivirá a cinco regímenes sucesivos… siempre ocupando altos cargos».


Mirabeau, un feo que se lleva a las mujeres de calle, «una fuerza de la naturaleza que puede trabajar como cinco hombres, que dicta cartas a cuatro secretarios al mismo tiempo». Endeudado hasta las cejas para llevar un tren de vida principesco. Gran embaucador, pico de oro, ídolo del pueblo. Aventurero de la política, jugará a dos barajas, con los reyes y con la revolución.

Marat, un médico que encontró su verdadera vocación, la de inflexible revolucionario.

Saint Just, «un petimetre guapo y elegante (imita a su maestro Robespierre) se convierte, aupado al poder, en un extremista fanático sediento de sangre. Lo apodan el Arcángel del Terror».


Sobre el autor


Juan Eslava Galán es doctor en Letras. Entre sus ensayos destacan Historia de España contada para escépticos (2017), Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie (2005), Los años del miedo (2008), El catolicismo explicado a las ovejas (2009), De la alpargata al seiscientos (2010), Homo erectus (2011), La década que nos dejó sin aliento (2011), Historia del mundo contada para escépticos (2012), Cocina sin tonterías (2013), junto con su hija Diana, La primera guerra mundial contada para escépticos (2014), La segunda guerra mundial contada para escépticos (2015) La madre del cordero (2016), La familia del Prado (2018), La conquista de América contada para escépticos (2019), La tentación del Caudillo (2020), Enciclopedia nazi (2021) y La Reconquista contada para escépticos (2022). Es autor de las novelas En busca del unicornio (Premio Planeta 1987), El comedido hidalgo (Premio Ateneo de Sevilla 1991), Señorita (Premio de Novela Fernando Lara 1998), La mula (2003), Rey lobo (2009) y Últimas pasiones del caballero Almafiera (2011), entre otras 


 

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