MALAS MUJERES, una historia de las mujeres que han encarnado el mal, llena de humor e inteligencia, escrita por Maria Hesse, autora de Frida Kahlo y El placer



Editorial Lumen. 168 páginas

Tapa dura: 21,90€ Electrónico: 7,99€


Desde la aparición de los primeros mitos, lo universal ha sido la narración de los hombres, esa visión masculina que dibujó a unos y a otras, nos dijo cómo debíamos ser —puras, dóciles, amorosas— y previno al mundo de las malas mujeres, ya fueran vengativas gorgonas, crueles madrastras, problemáticas Pandoras o Evas incautas que cargaron con la culpa de nuestro destino. En su personalísima versión, María Hesse da una vuelta de tuerca a esas princesas pasivas, brujas perversas, malas madres, femmes fatales, locas pasionales y secundarias perfectas, y, de Madame Bovary a Sarah Connor, de Juana la Loca a Yoko Ono o de Helena de Troya a Monica Lewinsky, reivindica la necesidad de encontrar otros referentes, nuevas lecturas de la Historia e inspiración para ser simplemente mujeres en el mundo en que vivimos.


«Ahora sabemos que no hay que tener miedo a salirse de esas líneas caprichosas que otros marcaron, y que las que abrieron esas grietas buscando otros horizontes no estaban locas, ni eran perversas ni malos ejemplos para otras. Si acaso fueron mujeres valientes, fuertes, atrevidas, decididas. Rompedoras. Y si las llaman malas mujeres que se lo llamen; las paredes han caído y nosotras ya no estaremos ahí para oírlo». María Hesse


Desde Pandora hasta Britney Spears, María Hesse nos descubre su aquelarre, un repaso de esas malas mujeres que poblaron la historia, Una historia de las mujeres que han encarnado el mal, llena de humor e inteligencia, por la autora de Frida Kahlo y El placer, con más de 200.000 lectores


¿Cuándo se torció todo para la mujer y se la empezó a asociar al mal? ¿Fue con Eva o con Pandora? Sea como sea, ella es culpable de la situación en la que está la humanidad. Así lo demostraron desde Aristóteles o Hipócrates hasta nuestros sabios cristianos, los inquisidores o Freud. Desde pequeñas sabemos que debemos ser sumisas, castas, amorosas y no tener muchas ambiciones, como las heroínas de los cuentos y películas. María Hesse se pregunta por esas otras mujeres: las madrastras, las vengativas, las voluptuosas, las malas madres, las femmes fatales: una genial vuelta de tuerca a figuras reales y de ficción, como Helena de Troya, Maléfica, Madame Bovary, Yoko Ono o Juana la Loca hasta llegar a Nevenka o Monica Lewinsky.


Desde la aparición de los primeros mitos, lo universal ha sido la narración de los hombres, esa visión masculina que dibujó a unos y a otras, nos dijo cómo debíamos ser —puras, dóciles, amorosas— y previno al mundo de las malas mujeres, ya fueran vengativas gorgonas, crueles madrastras, problemáticas Pandoras o Evas incautas que cargaron con la culpa de nuestro destino.


En su personalísima versión, María Hesse da una vuelta de tuerca a esas princesas pasivas, brujas perversas, malas madres, femmes fatales, locas pasionales y secundarias perfectas, y, de Madame Bovary a Sarah Connor, de Juana «la Loca» a Yoko Ono o de Helena de Troya a M onica Lewinsky, reivindica la necesidad de encontrar otros referentes, nuevas lecturas de la Historia e inspiración para ser simplemente mujeres en el mundo en que vivimos.


Epílogo de María Hesse


"Nuestro trabajo mantiene el pesado apellido de «femenino» porque, a lo largo de muchos siglos, desde la época de los primeros mitos, lo universal ha sido la narración de los hombres, esa visión masculina que dibujaba a unos y a otras y nos decía cómo debíamos ser.


Es normal, por otro lado, que el resultado fuera que cuando abríamos un libro o veíamos una película, nos sintiéramos más reflejadas con el protagonista aunque fuera hombre que con aquella mujer que se sentaba en segundo plano y lo ayudaba a vivir su historia. Pero nos faltaba algo, ese señor se enfrentaba al mundo de forma muy diferente a aquella con la que cada día nos enfrentamos nosotras. Él no encuentra los mismos obstáculos, no se le exige lo mismo y desde luego se le permite mucho más.


Pero hace ya tiempo que se abrió una grieta por la que entra la luz de una narrativa distinta, una que nos dice que no tenemos que ser como ellos, pero tampoco como nos han narrado. Que no hay una única forma de «ser mujer», y con esfuerzo, plantando cara, nosotras vamos ampliando esa grieta, borrando esos brochazos que más que dibujarnos nos desdibujaban. Esas «malas mujeres» que llenaron de advertencias los relatos míticos y que tenían forma de gorgonas, diosas vengativas o problemáticas Helenas. Y luego la religión católica, que cargó de culpa a Eva y nos quiso vírgenes y puras, dóciles, sin mancha, y previno al mundo contra las brujas satánicas.


Hemos ido cambiando la cara de esos relatos de princesas pasivas y de crueles madrastras, de malas madres y de mujeres fatales, de locas encerradas en el desván y de secundarias perfectas. Vamos dejando que cale en nosotras la realidad de un mundo femenino que es mucho más grande que ese al que intentaron reducirnos. Reivindicamos encontrar referentes diversos, y reclamamos que se nos escuche y se nos deje crear nuestras historias, nuestra vida, participar en igualdad de condiciones de ese mundo en el que vivimos. Y si esas historias rompen, si incomodan, entonces que incomoden, porque no vamos a encerrarnos en ninguna torre: es el momento de escuchar, hablar y ocupar los espacios que nos han sido negados».


EXTRACTOS


«Lilith es rebelde, insubordinada, no acepta las órdenes de su marido, incluso es vengativa. La primera mujer es todo lo que las mujeres no deben ser. Eva, sumisa por haber salido de una costilla de Adán, no es mala por naturaleza, pero sí algo tonta, y al caer en las redes de la serpiente arrastra con ella a toda la humanidad. Lilith era pérfida. Eva era débil. Esa es nuestra estirpe. En la religión cristiana, el conocimiento se transformó en pecado. En la mitología grecolatina, la curiosidad de Pandora en algo peligroso. Si es así, como dice Leticia Dolera en Morder la manzana: ¡seamos peligrosas como Eva y Pandora!».


después directa a la guillotina. Hijas, esposas y madres de ciudadanos, pero no ciudadanas por derecho propio, en el siglo XIX las mujeres siguieron naturalmente excluidas de la vida pública y relegadas a la retaguardia de la vida doméstica. No obstante, el hogar victoriano tenía sus propias reglas, y tampoco eran igualitarias: era el refugio para el hombre sometido a las continuas presiones de la producción y la competencia capitalistas, y un espacio donde la mujer podía cumplir con la noble misión de ser madre devota y esposa fiel. En pocas palabras: los hombres llegaban al hogar para descansar de la vida productiva, y las mujeres no tenían descanso, pero probablemente tampoco deseos, de modo que la ecuación cerraba, al menos en teoría».


«Afortunadamente, llegó Olympe de Gouges para incluir a la mitad olvidada de la población en la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, de 1791: «Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta». Así empezaba su documento, un desafío que, unido a su simpatía por los girondinos, la llevó dos años después directa a la guillotina. Hijas, esposas y madres de ciudadanos, pero no ciudadanas por derecho propio, en el siglo XIX las mujeres siguieron naturalmente excluidas de la vida pública y relegadas a la retaguardia de la vida doméstica. No obstante, el hogar victoriano tenía sus propias reglas, y tampoco eran igualitarias: era el refugio para el hombre sometido a las continuas presiones de la producción y la competencia capitalistas, y un espacio donde la mujer podía cumplir con la noble misión de ser madre devota y esposa fiel. En pocas palabras: los hombres llegaban al hogar para descansar de la vida productiva, y las mujeres no tenían descanso, pero probablemente tampoco deseos, de modo que la ecuación cerraba, al menos en teoría».


«Lo que todas estas mujeres tienen en común es que, por un motivo u otro, a ojos de los demás están LOCAS. Las malas madres como Martina, las mujeres salvajes como Carmen... El útero tiene la culpa. Así nos lo han contado desde tiempos inmemoriales: nuestra naturaleza nos hace emocionales, irracionales, desquiciadas».


Las nuevas aspiraciones de las mujeres estaban lejos de ser un fenómeno estrictamente occidental: en 1917, la sufragista japonesa Komako Kimura viajó a Nueva York para recaudar fondos que impulsaran la lucha por el voto femenino en Japón. Su paseo vestida con kimono por la Quinta Avenida para reclamar también ella su derecho al voto horrorizó a los detractores de todo el mundo.


La defensa más obvia de aquellos sectores fue acusar a las feministas de locas; en un intento de desacreditar el movimiento, las suf- fragettes se volvieron una caricatura familiar en la prensa. «No hace falta estar en contra del voto femenino para darse cuenta de que las militantes más violentas de la causa sufren de histeria» fue quizá el titular más famoso del London Times en 1908. ¿Acaso esas mujeres desquiciadas querían ser reconocidas por su valor más allá del matrimonio y la maternidad y vivir en un mundo donde pudieran trabajar a la par que los hombres, cumpliendo las mismas tareas y recibiendo la misma paga? Aquel delirio era una «enfermedad» que no tardaría en desvanecerse en cuanto las damas se retirasen a «buscar descanso junto al mar en casa de sus maridos»”.


"Britney Spears comenzó a trabajar desde niña; como adolescente rompió récords de ventas y se convirtió en «la princesa del pop» en los años noventa. Aquella princesa era una bella lolita que guardaba su virginidad para un gran amor, pero toda niña se convierte en mujer y el mal se desató en ella. Como de tonta no tenía un pelo, gestionaba sus giras, bailarines y escenografías; era, en definitiva, toda una empresaria. Sin embargo, llevaba una vida de excesos entre alcohol, drogas y fiestas (igual que muchos de sus compañeros varones) y la prensa no paraba de acosarla. Cuando llegó la maternidad, bastó un traspié para que la tildaran de mala madre.


Después de una serie de crisis en las que apareció errática y haciendo playback en la gala MTV de 2007, la fotografiaron llorando sola con su bebé en una cafetería y terminó por raparse la cabeza en público. Lo único que quería en ese momento era desaparecer y que la prensa la dejara en paz, pero lo que consiguió con aquella acción fue reafirmar las especulaciones sobre su locura».


«Al otro lado del océano Atlántico había entrado en escena Coco Chanel, la francesa combativa y arrogante que redefinió la silueta femenina hasta nuestros tiempos y capitaneó la transformación definitiva hacia la imagen de la mujer del siglo XX, que ya no tenía por qué lucir cintura de avispa y grandes pechos para ser femenina, menos por seducción que por razones de comodidad laboral.


Era una libertad que, sin saberlo, abría paso a la primera revolución sexual, con la moda y los comportamientos como principales vías de reivindicación, pero que también colocaba la sexualidad femenina bajo la lupa de las miradas más conservadoras».


«Errática, borracha, drogadicta, sometida, perdida, dependiente, vulnerable, lo que realmente volvió peligrosa a Billie Holiday ante los ojos del público estadounidense de esos mismos años cuarenta no fueron sus adicciones ni su relación con los hombres que tanto abusaron de ella, sino su postura frente al racismo. Más precisamente, su decisión de incluir la canción «Strange Fruit», que habla del cuerpo de un negro linchado colgado de un árbol, como cierre de sus actuaciones en vivo: las luces del escenario se apagaban, un único reflector la enfocaba, y ella, con los ojos cerrados, empezaba a entonar la melodía.


En aquellos tiempos de segregación en que negros y blancos no podían compartir espacios —ni un autobús, ni un baño, ni siquiera un ascensor—, solo alguien fuera de sus cabales podía asumir semejante riesgo. Siendo mujer, estaba claro que debía de estar loca de remate, y si los hombres de su vida eran incapaces de contenerla, serían las autoridades las que, tarde o temprano, velarían por su salud mental. Así vivió, manipulada y estafada por sus parejas, y así murió en 1959, con vigilancia policial en su habitación del hospital».


«En 2012, una jovencísima Lena Dunham escribió y dirigió Girls, una serie con personajes y tramas muy diferentes a lo que estábamos acostumbrados. En una sociedad en la que cada vez tenemos más necesidad de sentirnos especiales, empáticos y sensibles, de pronto surgió ante nosotros Hannah, en quien en un primer momento una no se sentía en absoluto reflejada: nosotras no somos egocéntricas, egoístas, sino todo lo contrario. ¿O no? ¿Acaso ella no se sentía igual, especial e incomprendida? […]


También tenemos que darle las gracias por mostrar la diversidad de los cuerpos, de la belleza, de lo no normativo. Ni siquiera como un alegato directo, sino que aparecen sin más. No es un artículo de body positive en una revista donde todo lo demás son modelos hegemónicos».


Sobre la autora


María Hesse (sevillana de adopción, 1982) se convirtió en ilustradora a la edad de seis años. Ella aún no lo sabía, pero su profesora y su madre sí. Unos buenos años después, tras acabar sus estudios de Educación Especial, agarró los lápices y se lanzó a la piscina de la ilustración de manera profesional. Ha trabajado para distintas editoriales, revistas y marcas comerciales, y su obra ha sido exhibida en varias exposiciones. Tras el fenómeno editorial que supuso su primer álbum ilustrado, Frida Kahlo. Una biografía (Lumen, 2016), traducido a quince idiomas y ganador del Premio de la Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil de Brasil, Lumen ha publicado Bowie. Una biografía (2018), El placer (2019), Marilyn. Una biografía (2020) y, ahora, Malas mujeres. Su obra está presente en dieciocho países y en 2021 recibió el Cosmopolitan Influencer Award en la categoría de Arte.

 

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