La psicóloga Mª Luisa Ferrerós explica en DAME LA MANO cómo transformar la conexión emocional con nuestros hijos y resolver conflictos cotidianos

Editorial Planeta. 240 páginas

Rústica con solapas: 17,90€ Electrónico: 8,99€


Cree M.ª Luisa Ferrerós que cada niño es único y que, salvo excepciones, las recetas universales no sirven. La psicóloga de referencia en el ámbito educativo propone una crianza a la carta, basada en la comunicación, la confianza y el vínculo afectivo como herramientas que nos permitirán desarrollar nuestras propias estrategias y resolver los conflictos cotidianos más comunes, como  las rabietas, el aislamiento o las faltas de respeto.


A lo largo de estas páginas Ferrerós nos muestra de forma clara y práctica cómo podemos trasformar nuestra vida familiar a través de la conexión emocional. Dame la mano nos anima a convertirnos en padres con el corazón, y a entender y aceptar a nuestros hijos. Solo así descubriremos todo su potencial y encontraremos nuestro propio camino como educadores, olvidándonos de modas o lo que nos dicen y facilitando que crezcan sanos, seguros y felices.


La presión social por ser los padres perfectos aumenta constantemente. Esto hace que los niños se conviertan en nuestro objeto de deseo, en un espejismo de perfecciónpara lucir en las redes sociales. Con este objetivo, y el listón cada vez más alto, la ansiedad en ambos es palpable. Los padres van de un lado a otro estresados intentando conciliar, mientras que los niños llegan a casa agotados al final del día, sin tiempo para lo más importante: ser niños. Por ello descubrir cómo conectar con ellos y crear un vínculo que les ayude a crecer seguros y felices es fundamental.


¿Sabes lo que son los niños hikikomori o niños caracol? Un fenómeno cada vez más extendido, especialmente en Japón: jóvenes que cuentan con todo tipo de avances tecnológicos en su habitación, la cual no quieren abandonar, por lo que dejan de relacionarse a todos los niveles. Su socialización pasa a ser completamente digital.

 

Y ¿qué hacer si nuestro hijo nos falta al respeto?, ¿hay que sobreprotegerles o dejar que se equivoquen?, ¿y si nuestro hijo sufre acoso o es el abusador? Estos y otros temas son los que la psicóloga infantil, Mª Luisa Ferrerós, trata en Dame la mano. Su mensaje es claro: lo que realmente permanece en nuestros pequeños son los gestos inconscientes que se van a tatuar en su memoria emocional. No intentes cambiar a tu hijo, positiviza su forma de ser. ¡Juega con ellos, ponle sentido del humor y creatividad.


La llegada de un nuevo miembro a la familia no siempre es tan fácil como lo vemos en las películas o como retratan las fotografías de Instagram. La realidad es muy distinta, la presión social por ser los padres perfectos se agrava debido a estas irreales expectativas. Esto hace que los niños se conviertan en nuestro objeto de deseo, en un espejismo de perfección casi para lucir en las redes sociales. Con este objetivo, y el listón cada vez más alto, la ansiedad en ambos es palpable. Los padres van de un lado a otro estresados intentando conciliar mientras que los niños llegan a casa agotados al final del día, sin tiempo para lo más importante: ser niños. Por ello descubrir cómo conectar con ellos y crear un vínculo que les ayude a crecer seguros y felices es fundamental.


Con la intención de orientar a los que se embarcan en la ardua tarea de criar y educar, M.ª Luisa Ferrerós, una de las psicólogas infantiles más prestigiosas del país, se especializó en neuropsicología y realizó un máster en alteraciones del sueño escribe DAME LA MANO. Pero… ¿Qué entendemos por educar? Podemos encontrar varias acepciones como guiar, conducir o acompañar. Pero no debemos olvidar que educar es una carrera de fondo en la que cada día se logran una serie de pequeños objetivos. Estos serán los sólidos cimientos sobre los que se asentarán las futuras reacciones y conductas de nuestros hijos. Aprender a hacer, a conocer, a vivir juntos y a ser, son sus cuatro pilares básicos. La educación implica un desarrollo que se llevará a cabo a lo largo de toda la vida y que se centrará en acoplarse a las necesidades de nuestros hijos en cada etapa y acompañarlos en su crecimiento. Todo ello sin caer en la sobreprotección, ya que muchas veces por querer protegerlos los estamos infantilizando, y entorpecemos su propio crecimiento y autonomía.


Nuestro objetivo ha de ser convertirnos en padres con el corazón, buscar la felicidad de nuestro hijo, proporcionarle oportunidades de desarrollo y cogerlo de la mano para compartir el camino juntos. Es mágico que nuestro hijo sea único, no queramos replicarlo, sino ayudarle a desarrollarse para que brille por sí mismo.


La importancia de la conexión con nuestros hijos es una de las ideas más importantes de la obra. A lo largo de los capítulos aprenderemos a establecer y fortalecer este nexo gracias a los consejos y pautas que nos ofrece la autora. Algo tan básico como notarse mutuamente, que nuestro hijo oiga nuestro corazón, que nos huela y nos reconozca, es la tecnología más avanzada de todas, porque gracias a ella se establece la conexión más importante: el vínculo. El vínculo es la fuerza invisible que nos une a nuestros hijos, la misma frecuencia que sintonizamos y el poder que nos hace sentirnos conectados. Es lo que nos permite saber qué les ocurre a nuestros pequeños sin tener que hablar, con tan solo darles la mano. Esta sintonía emocional a la que nos referimos es la razón por la cual estamos unidos, y será lo que permanecerá a lo largo de los años pese a los cambios. El vínculo que nos une a nuestros hijos es una fuerza incondicional y generosa que tiene que focalizarse en el bien del otro, por eso es tan potente.


En palabras de M.ª Luisa Ferrerós, «en este libro no encontrarás métodos infalibles ni recetas que seguir al pie de la letra, sino la ayuda necesaria para fomentar tus estrategias con pragmatismo y criterio y, en definitiva, encontrar tu propio camino». Cada familia es distinta, por ello el objetivo de la autora es darnos las herramientas para que desarrollemos nuestro juicio propio y establezcamos nuestras propias estrategias para la resolución de los conflictos cotidianos en el hogar. Todo esto vamos a conseguirlo con comunicación constructiva, confianza y fomentando esa conexión emocional que es la que crea el vínculo.


Las nuevas generaciones tienden a dejarse guiar más por coaches y personajes influyentes que por profesionales y psicólogos formados, y en la educación de nuestros hijos es crucial acudir a gente profesional, con años de experiencia. Por ello Dame la mano es un libro fundamental para todos aquellos padres que busquen ayuda de reputados profesionales de la educación, y no en influencers o celebrities como parece mostrar la tendencia actual. Escrito con un estilo muy cercano, Ferrerós nos habla mirándonos a los ojos, explica las situaciones de manera que vemos directamente la causa del problema, y nos da las pautas para entender mejor a nuestros hijos.


Antes pareja, ahora familia


Cuando se es madre o padre en pareja, la ilusión suele ser el gran motor que nos lleva a reproducirnos. Pero el statu quo de la pareja cambia con la llegada de un bebé, ya que es algo sacrificado, que altera nuestras vidas y los esquemas que las rigen. M.ª Luisa Ferrerós nos recomienda que para que esto no suponga un shock para la pareja, es mejor adelantarnos, hablar, y estar preparados para lo que venga. Una de las razones más habituales por las cuáles entramos en conflicto es cuando se perpetúan los roles clásicos de paternidad. Cuando es ella la que pasa a ocuparse de todo y asume la carga mental al completo, mientras que él «ayuda» en las tareas y cumple con su parte; pero no se implica porque considera que es el rol que le ha tocado desempeñar. La corresponsabilidad de ambos es fundamental para el funcionamiento del hogar.


La intimidad de pareja desaparece y es importante que tanto la madre como el padre sean conscientes de ello. La madre se encuentra en unas condiciones por las cuales su deseo puede menguar. Los hombres se encuentran en una situación que desconocen y, por ejemplo, puede ocurrir que sientan confusión a nivel sexual al ver que la fuente de alimentación de su bebé y de su propio placer son comunes. Es fundamental no perder la complicidad con la pareja, la comunicación en este momento es clave, lo ideal sería hablar para desarrollar juntos nuevas estrategias para cimentar esa complicidad. Los padres han de tener claro que forman un mismo bloque y que, si la balanza se desequilibra, surgen muchos conflictos innecesarios. El objetivo de fondo siempre ha de estar presente: educamos y formamos en equipo para que esta personita, en un futuro, se convierta en un adulto competente. Un vínculo familiar es para siempre. Aunque las familias cambien de forma, de miembros, crezcan o disminuyan, estas no se definen por los estrictos lazos de sangre y sí por los vínculos que surgen entre sus miembros. Hijos adoptados, in vitro, padrastros, familias reconstituidas. Un vínculo no surge automáticamente de forma biológica: siempre se ha de cuidar para que, como una planta, logre crecer. Lo importante para el crecimiento de un niño es que crezca sabiendo que el cariño no viene en los genes, sino que nace de las experiencias compartidas día a día, de lo que se desarrolla y se construye en familia.


En las familias monoparentales es de igual importancia que la madre o el padre preserven también momentos para sí mismos, desde seguir cultivando las amistades para no aislarse, hasta reconectar con las aficiones que lo definen como persona, más allá de su rol de progenitor.


No todos los niños son iguales


Una de las ideas recurrentes a lo largo de la obra es que cada hijo es diferente y cada uno de ellos supone un reto educativo que pone a prueba tanto nuestra paciencia como nuestras habilidades. Pero la clave está en dar amor y transmitir lo mejor para el niño. Somos los impulsores de nuestros pequeños, debemos ayudarlos a desarrollarse y a sacarse el máximo partido. Ponernos en la piel de los hijos es fundamental para establecer un nexo afectivo y no dejarnos cegar por la idea del prototipo de niño ideal, ya que no existe. Cualquier característica de su personalidad no es ni buena ni mala, es la suya.


M.ª Luisa Ferrerós nos explica el concepto de exposoma, un término que se refiere al conjunto de factores externos a los que las personas estamos sometidas desde que nacemos y que tienen un impacto en nuestro genoma. Aproximadamente el 25 % de quienes somos sería genético, y el 75 % restante estaría determinado por el exposoma, es decir, por todos los factores externos que repercuten en nuestro ser y es lo que configura nuestro carácter.


El uso de las pantallas


El tiempo de uso de las pantallas en los niños es un tema que genera grandes dudas entre los padres. La autora recomienda poner siempre límites al uso de las mismas, porque tanto móviles como consolas generan adicción. A medida que nuestros hijos consumen más, quieren más. De hecho, los propios videojuegos están diseñados con tal fin, evitar la saturación y propiciar la adicción. El problema es cuando aportan tan solo lo nocivo y la interacción y la interpretación de la comunicación que se establece entre dos personas se pierde. La autora no es partícipe de la prohibición absoluta ya que como se trata de un entretenimiento que tiene tanto poder de atracción, cuanto más prohibamos una consola, más van a desear ellos tenerla. La clave es utilizar el poder que tienen para fomentar su uso en positivo como incentivo. Ferrerós nos pone el ejemplo de cuando vamos a un restaurante, allí debemos plantear al niño que si se porta bien le dejaremos jugar con el móvil un rato, y no al revés. Lo importante es incentivar las conductas positivas para que aprendan que la constancia es la clave del éxito. Es importante que el incentivo jamás sea material, no debemos confundir el incentivo positivo con comprar a nuestros hijos con premios ya que queremos evitar inducir a la idea de chantaje en la mente del pequeño.


Uno de los principales enemigos de la comunicación que podemos encontrar en el seno de la familia son las pantallas. El problema está en que, en ocasiones, la tecnología no se emplea para sacarle el mayor partido de manera constructiva, sino que acaba aislando a los miembros de una familia. El caso más extremo lo encontramos en los niños hikikomori, también conocidos como niños caracol. Son un fenómeno cada vez más extendido, especialmente en Japón. Se trata de jóvenes que cuentan con todo tipo de avances tecnológicos en su habitación, la cual no quieren abandonar, por lo que dejan de relacionarse a todos los niveles. Su socialización pasa a ser completamente digital. El problema es que con el tiempo llegan a desarrollar agorafobia y dejan de saber cómo comunicarse en persona, incluso con sus familiares. Por eso es importante no dejar que los niños tengan televisor propio en su habitación, ni teléfonos móviles allí dentro, ya que ambos generan aislamiento. Una de las ideas que nos brinda la autora es centralizar el uso de las pantallas en lugares neutros y cuando llega la hora de cenar, por ejemplo, colocar todos los teléfonos en una caja.


Las conversaciones y juegos cara a cara se han suplido por perfiles que en una foto y una descripción definen cómo son. Han entrado en contacto con una manera de socializar que emplea códigos diferentes de la realidad como son los filtros y las imágenes forzadas. En el patio del colegio cada uno es como es, no se aplican filtros. Lo importante es proteger a nuestros pequeños para que no aprendan a definir sus vidas por estos códigos y el cambio de paradigma que suponen las redes sociales. Los signos de alerta no saltan hasta que nos los encontramos de frente el día que queremos hacer una excursión o ir a la playa y nuestro hijo no quiere ir porque no hay cobertura ni wifi. Cuando llegamos al extremo de que para ellos cualquier escenario es «un rollo» si no contempla móviles, hemos llegado a un grado importante de adicción; el atractivo de la pantalla ha sobrepasado al atractivo de la realidad.


La autora se hace eco del caso de una niña de cinco años que sufría de alopecia nerviosa y todo porque vio en la pantalla de televisión la noticia de una ola gigante, y pensaba que a ella le iba a pasar eso mismo. Los menores de ocho años no distinguen diferentes tipos de información, no saben contextualizar, y pueden causarles confusiones como la de esta niña, así como falta de sueño, u otro tipo de desórdenes. A partir de los diez u once años ya son capaces de entender qué es una noticia y relativizar, pero a una pequeña de cinco años no es posible explicarle que, aquí en Europa, ese tipo de cosas no pasan. Pero es imposible quitarle la imagen de su mente tras haberla visto en la pantalla. En su caso, fue posible tratarla yendo cada día a la playa para que, de manera constante, y tras un par de meses, constatase que donde vivía ella no había olas gigantes, explica la autora.


La conexión emocional


Uno de los valiosísimos consejos que nos brinda M.ª Luisa Ferrerós para transformar la conexión emocional con nuestros hijos es fomentar la comunicación constructiva. Tenemos que tener en cuenta que nuestros hijos todavía no han adquirido el conocimiento de conceptos abstractos como el tiempo. La capacidad de pensamiento abstracto no se desarrolla por entero hasta los veinte años. Así cuando les decimos frases del tipo «no, ahora no, te lo doy más tarde», es muy probable que no las entiendan. Lo que nuestro hijo entiende es un NO rotundo que le ha bloqueado, incapaz de procesar lo qué significa «más tarde» o «sí, dentro de un rato».


La autora se hace eco del caso de un padre que acudió a su consulta porque clamaba que su hija no le hacía caso. Cada vez que él cocinaba, le decía con cierto histerismo que no entrara en la cocina, ya que podía quemarse y podía ser peligroso. Pero la niña no entendía el mensaje ya que nunca se había quemado. Para la niña se traducía en «mi padre me aleja, no quiere que esté con él». El padre no era capaz de salir de la espiral de nervios al comprobar que su hija no le hacía caso, y la niña seguía llorando, sintiéndose rechazada. Por suerte podemos intentar anticiparnos a estas circunstancias, preparar un juego para evitar el conflicto, o plantearnos que la niña forme parte del proceso y hacer la experiencia compartible, dejándole en un sitio seguro para que no se sienta excluida.


Otro de los problemas que podemos encontrar a la hora de comunicarnos es el estrés. El cansancio, la presión laboral, y las múltiples actividades que alargan el horario provocan que lleguemos a casa exhaustos, sin ganas ni fuerzas para escuchar al niño, y muchas veces la frase «ahora no, que estoy cansado» sale de nuestra boca. Hoy en día los niños no duermen lo suficiente, no tienen tiempo para estar en casa con tranquilidad jugando con sus cosas, van de un lado para otro asfixiados con un montón de actividades extraescolares, mientras les falta atención. A este agotamiento endémico que sufren nuestros hijos se suma que muchas familias acaban delegando el tema de la comunicación y educación en los colegios. Los padres han de tener claro que la escuela es un apoyo, pero que la comunicación constructiva hay que trabajarla en casa.


Para muchos padres en determinadas ocasiones es inevitable alzar la voz, creyendo que así se hará respetar más. Pero por el contrario la crianza con gritos, es totalmente ineficaz, fomenta la inseguridad, aumenta la existencia de conductas negativas, y limita la autonomía del niño. Educar significa guiar, que los niños se sientan seguros. Luego no comprendemos por qué un niño grita o pega, y es que nuestros hijos imitan y reproducen lo que ven. Si en casa solo sabemos hablar a gritos, será como aprenderán a comunicarse. Lo único que conseguirá cualquier instrucción a gritos es bloquear emocionalmente al pequeño. Con cinco o seis años supone venirse abajo, pero que con doce o trece habrá aprendido a devolver el grito y las palabras de la misma manera que las ha recibido.


Los límites


El respeto se interioriza conviviendo con él. Este tipo de aprendizaje es fundamental para evitar en el futuro situaciones de acoso y maltrato. No debemos restarle importancia a los pequeños signos de alerta. Si, por ejemplo, nuestro hijo nos tira del pelo o nos llama tontos obviamente es algo que nos descuadra y bloquea, pero que intentamos no ver o no tachar como negativo bajo la excusa de «bueno, es que es pequeño».


Poner límites y definirlos es algo muy importante a la hora de comunicar de forma constructiva con él para que ciertas cosas no le afecten de mayor. Las faltas de respeto, si no se tratan cuando son pequeños, no hacen más que crecer. Este es un momento crucial en la experiencia vital del niño, que ha de percibir desde pequeño que si en la familia no hay respeto, no hay confianza. Para fomentar estas cualidades tan necesarias en el seno familiar la autora nos recomienda abandonar las etiquetas negativas tipo: «eres malo» o «eres un desastre». Debemos potenciar y positivizar los rasgos de la personalidad de nuestros hijos ya que la confianza se construye en positivo. Evitar las comparaciones con otros niños o entre hermanos. Educar en la competitividad es una creencia falsa que consigue que su autoestima acabe por los suelos. Debemos dejar a un lado los prejuicios y las expectativas. Buscaremos además ser constructivos aprender a que todo lo que digamos sea con el objetivo de construir algo, no para derribar, humillar, castigar o hundir. Conservar la serenidad en todo momento, si nosotros aprendemos a gestionar nuestras emociones y transmitirlas, ellos también lo harán. Hacer equipo e ir todos a una dará mucha seguridad y transmitirá todos los mensajes de una manera más efectiva. Debemos cultivar nuestra firmeza pero esto no quita que lo hagamos con suavidad. El objetivo de la confianza es ayudar a gestionar las emociones y frustraciones de nuestros hijos, y el cariño es la fuerza que lo consigue.


Resolución de conflictos


Definir y descubrir nuestras propias estrategias nos será de gran ayuda a la hora de enfrentarse a los centenares de conflictos que surgen con nuestros pequeños. El primer paso es identificar los tipos de conflictos para saber entonces qué pautas seguir. Desde la Asociación Española de Pediatría aconsejan, en primer lugar, valorar el origen de cualquier comportamiento, también es necesario determinar qué conductas de nuestros pequeños se pueden ignorar y cuáles han de ser atajadas sin demora alguna.


Es importante distinguir que fomentar una conducta nueva como que aprendan a recoger, o que interioricen ser ordenados es diferente que intentar que ciertas conductas desaparezcan, por ejemplo, que dejen de insultar, pelear, morder. Nos encontramos ante procesos diferentes, mientras en uno hemos de trabajar con el fin de que asimilen algo, en el otro se trata de eliminar o hacer desaprender un comportamiento concreto. La autora nos recuerda que los más pequeños aprenden de manera automática a hacer cosas tan simples como lavarse los dientes y tirar de la cadena gracias a canciones y juegos que los ayudan a asociar la tarea con diversión. De hecho, si la conducta no está planteada de manera lúdica, al menos en menores de ocho años, es posible que obtengamos el resultado contrario. Ante los comportamientos que queremos que el niño abandone, no podemos reaccionar con «no, esto no lo hagas» cada vez que sucede, porque un niño menor de ocho años no distingue entre la atención positiva y la atención negativa. Cada vez que le llamamos la atención, sea para bien o para mal, él estará percibiendo que estamos centrados en él y que recibe nuestra atención. Y cuanto más se lo digamos, más repetirá ese comportamiento, porque sabe que con él logra captar nuestra atención. Para lograr que conductas de este tipo desaparezcan deberíamos seguir la estrategia inversa y poner el foco en el día que no lo hace. Podemos adelantarnos y decir «qué bien, ¡hoy no lo has hecho!», y reforzar ese comportamiento positivo con un incentivo atencional, ya sea jugar juntos, ayudar a cocinar un pastel o leer un cuento. Lo importante es seleccionar aquello que sí hace bien y reforzarlo.


Explicar a los pequeños calmadamente como padres cómo nos afectan sus acciones es mucho más efectivo que un enfado o alzar la voz. El niño verá que estamos dolidos y que cuando insultamos, faltamos al respeto o tratamos mal a alguien, le hacemos daño. Si lo interioriza y lo entiende, no lo repetirá; no se modifican conductas si no se entiende por qué se hacen. El niño tiene que ver que estamos dolidos; si no se lo contamos ni lo ve, no lo entenderá.


La importancia del lenguaje es fundamental para la resolución de conflictos. Podemos empezar por cambiar frases del tipo «No te aguanto más, ¡eres imposible!», «¡Lo rompes todo!», o «¡ Eres un desastre!» por «Creo que no nos estamos entendiendo», «Tu comportamiento no es adecuado y me duele, pero te quiero igual» o «¿Comprendes que no podemos organizar la casa si tú no colaboras?». En un enfado no hay que perder de vista las siguientes claves: respetar, escuchar, abrazar. Debemos encontrar el camino de vuelta a la esencia que nos une y mantener siempre el hilo extendido entre nosotros.


Educar en el sentido crítico


Como bien apunta la autora el acoso es cosa de todos. Empieza entre dos personas, pero sus consecuencias se pueden extender hasta alcanzar a toda la comunidad. Por eso, a la larga, toda la sociedad las sufre. Puede parecer que afecta tan solo a quien acosa y a quien sufre el acoso, pero también está involucrado quien lo ve, quien lo consiente y quien, siendo testigo, actúa o no. Es un mal endémico en el que tenemos la responsabilidad social de educar para no seguir perpetuándolo.


Por ello es muy importante ponernos en la piel de nuestro hijo y comunicarnos positivamente con él. Hablar día a día sobre sus sentimientos y participar de su realidad, observando y jugando un papel tan activo como él considere. Se trata de empatizar, de escucharlo activamente y, sobre todo, de respetarle. Debemos prevenir este tipo de incidentes y educar en el sentido crítico. ¿Y qué pasa si nuestro hijo es el abusador? El agresor es quien ejerce el acoso, actúa por impulsos, necesita dominar y busca reconocimiento y aceptación. Puede ser un niño inseguro, aunque intente no parecerlo, que tiende a construir relaciones basadas en el menosprecio. El abusador manipula, se comporta de manera agresiva y se frustra con facilidad. Existen muchas razones y posibilidades por las cuales un niño se convierte en el abusador del colegio, casi tantas como perfiles de abusadores: puede ser que esté sufriendo maltrato en casa y allí se comporte de manera sumisa, por eso saca la rabia en la escuela imitando la conducta de sus padres y dejando de ser víctima. Podría ser, también, que se trate de un niño que tenga la necesidad de ser líder demostrando su fuerza de manera bruta, ya que ha aprendido que es lo más importante, por lo que abusando consigue reafirmarse, pero en negativo.


La sobreprotección


La tendencia a protegerlos está alejando a los niños de la frustración de no obtener lo que desean. Si nuestros pequeños viven en una burbuja, cuando se conviertan en adolescentes o adultos esta les explotará en la cara desencadenando depresiones o dificultades para encajar realidades complicadas. Los padres hemos podido comprarles todo de pequeños, pero ahora no podremos comprarle la novia que quieren o el trabajo que desean. Si se lo damos todo hecho, lo convertirá en un niño inseguro, porque no tendrá herramientas para enfrentarse a las adversidades. Si por el contrario les enseñamos desde pequeñitos a focalizar su atención en las cosas positivas que hay en su vida, y no dejar que solo piensen y deseen aquello que sale por la tele, vamos a lograr que su cota de felicidad sea mucho más alta. Estaremos localizando esa alegría y felicidad fruto del disfrute diario, que proporcionan las pequeñas cosas que normalmente no cuestan dinero, y que son las que importan de verdad.


Cuanto más reprimido está un niño porque los límites que se le imponen dejan poco margen de maniobra, y no le permiten hacer ni decidir nada, esa represión acaba por explotar alrededor de los doce o trece años y lleva a una adolescencia extrema que busca lo opuesto: la ausencia de límites. Además, por el contrario, el miedo como método para atajar conductas no deseadas puede ser una solución inmediata, pero acabará haciendo del niño una persona temerosa, incapaz de desarrollarse con libertad y valentía.


Es de vital importancia enseñarle desde pequeños que todos nos equivocamos. Integrar la equivocación en el proceso de aprendizaje es una de las grandes lecciones de la vida. Es importante que los pequeños entiendan que no pasa nada porque algo haya salido mal, mientras lo hayamos hecho juntos. El amor incondicional y sin medida no significa darles todo hecho sin que tengan que esforzarse. No debemos ceder a todos sus caprichos, ya que de este modo solo lograremos que nuestros hijos estén desmotivados. Tenemos que insistir para que aprendan a esforzarse y así conseguir sus objetivos.


El poder del vínculo: la fuerza que une


A lo largo de la obra Ferrerós insiste en la idea de que jamás hemos de dar por sentado el vínculo que nos une a nuestros hijos; que exista una conexión biológica no significa que ésta vaya a traducirse automáticamente a nivel emocional. La relación vincular es como una planta que, para desarrollarse, necesita cultivo por nuestra parte. Es posible que nosotros seamos los primeros en sentirnos culpables por querer conciliar una vida familiar con una profesional, pero los niños no son capaces de entenderlo. Por eso es importante plantearnos a nivel vivencial las decisiones que tomamos en cuanto a conciliación y vinculación con nuestros pequeños. Queremos que crezcan con vínculos de apego seguros; de este modo estaremos colaborando con nuestro granito de arena a un bien mayor, nuestra responsabilidad social de crear una población equilibrada. Como padres, tenemos que, de manera sutil, apoyar sus elecciones y hacerles saber que no nos importa que no sean los más populares, o que quieran bailar en vez de jugar al fútbol, porque esos rasgos son los que los hacen especiales.


Es importante recordar que los niños se adaptan a nosotros, a la vida que viven, y nosotros seremos para ellos un espejo de quienes van a ser. Todo empieza en las experiencias que vivan en casa. Por lo general, que los adultos improvisen es algo que provoca mucha inseguridad en los pequeños. Los niños necesitan orden, repetir cada día lo mismo, hacerlo seguido, sin altercados, ya que les proporciona control. La ecuación es sencilla: a menos rutina más inseguridad. Por el contrario, cuanta más rutina más seguridad. La organización del espacio es igual de importante, pequeños detalles como dónde nos sentamos en la mesa, cuál es nuestro sitio en el sofá, en qué cama dormimos cada noche son cruciales. El orden físico proyecta un orden mental.


La autora nos anima a divertirnos en familia, ya que muchas veces el ritmo de vida que llevamos nos aleja de lo más importante, que es pasar un rato de juego con ellos. Y lo que realmente permanece y subyace en nuestros pequeños son todos aquellos gestos inconscientes que se van a tatuar en su memoria emocional. Todo puede ser divertido si lo vemos con las gafas de la creatividad, afirma M.ª Luisa Ferrerós: desde recoger la casa, pasar la escoba, lavar la ropa, fregar los platos, preparar las mochilas, y hacer la cena cada noche. Las actividades diarias pueden convertirse en una obligación, o podemos disfrutar cuando las compartimos, montamos equipos, aprovechamos la experiencia y la convertimos en un juego. Convertir las tareas en juegos no solo es necesario para los niños, sino que puede ayudarnos a nosotros también a pasárnoslo bien. Lo cierto es que este enfoque positivista y creativo depende mucho de nuestro carácter. Si somos personas que ante cualquier revés o cosa que no hemos previsto la contabilizamos como negativa, con la paternidad nos vamos a amargar la vida. Los niños son una oportunidad y motivo para reinventarnos, para adaptar nuestro yo a ellos y para disfrutar. El sentido del humor es importantísimo en nuestro rol como padres.


SOBRE LA AUTORA


Mª Luisa Ferrerós M.ª Luisa Ferrerós es una de las psicólogas infantiles más prestigiosas de nuestro país. Estudió Psicología en la Universidad de Barcelona con especialización en Neuropsicología, el posgrado en Alteraciones del Sueño en el Instituto Universitario Dexeus y el máster en Psicoterapia Breve Estratégica y Psicología Sistémica en el centro G. Nardone de la Universidad de Florencia. Está acreditada en la formación clínica para el diagnóstico de TEA por la Universidad Cornell de Nueva York. Es fundadora y directora del Centro PsycoCare Bcn, donde ejerce todo tipo de asesoramiento psicológico. Imparte clases de Psicología en la universidad, colabora con diferentes escuelas por la integración a la diversidad y es miembro de Top Doctors. Autora del bestseller Pórtate bien y de otros quince títulos de referencia, entre los que destacan Abrázame, mamá, Enséñale a aprender, Enséñale a ver la tele, Tengo miedo, El método 1, 2, 3 para portarse bien, Sí mamá y Adiós al pañal.



 

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