CANCIÓN BAJO EL AGUA, de Fátima Beltrán Curto, un amor mágico, un sueño sin espejos y dos amigos separados por una desafortunada bala



Editorial Espasa. 280 páginas

Rústica con solapas: 18,90€ Electrónico: 8,99€


Una saga familiar repleta de seres de buen corazón en busca de un mundo que se les escapa. Una magnífica novela llena de ese realismo mágico que construye personajes inolvidables. Un amor mágico, un sueño sin espejos y dos amigos separados por una desafortunada bala. En mayo de 1939 el oficial Eladio Ferlosio regresa a su pequeño pueblo perdido en las montañas mineras con la vana ilusión de que la guerra recién terminada haya respetado a su familia, a sus paisanos y a Eleonora Cardenal, la hija de un médico que llegó al pueblo huyendo de la gripe española, y a la que ama desde que era poco más que un niño. 


El reclutamiento obligatorio lo había sacado a la fuerza de su tierra cuando entre sus planes lo último que cabía era ser soldado. En febrero de 1935 Teodoro Sacristán también vuelve a su pueblo tras haber abandonado el seminario. No quiere ser cura, sino pintor, para poder reflejar los colores intensos de la vida. Pero, como Eladio, acabará siendo soldado, como tantos otros que nunca quisieron ser tales. Las vidas vividas –y no vividas– de Eladio y Teodoro se entrecruzan con maestría en esta novela llena de ese realismo mágico que construye personajes inolvidables, como un pastor de una sola oveja, un fantasma insidioso, un ingeniero cobarde, una amada impedida, una beata y sus treinta y siete santos o un agapornis lujurioso; que se detiene en el color y la alegría con la misma maestría que en el dolor y la muerte para señalar, una vez más, la insensatez de la guerra.


Un amor mágico, un sueño sin espejos y dos amigos separados por una desafortunada bala.


Una saga familiar repleta de seres de buen corazón en busca de un mundo que se les escapa.


En mayo de 1939 el oficial Eladio Ferlosio regresa a su pequeño pueblo perdido en las montañas mineras con la vana ilusión de que la guerra recién terminada haya respetado a su familia, a sus paisanos y a Eleonora Cardenal, la hija de un médico que llegó al pueblo huyendo de la gripe española, y a la que ama desde que era poco más que un niño. El reclutamiento obligatorio lo había sacado a la fuerza de su tierra cuando entre sus planes lo último que cabía era ser soldado.


En febrero de 1935 Teodoro Sacristán también vuelve a su pueblo tras haber abandonado el seminario. No quiere ser cura, sino pintor, para poder reflejar los colores intensos de la vida. Pero, como Eladio, acabará siendo soldado, como tantos otros que nunca quisieron ser tales.


Las vidas vividas –y no vividas– de Eladio y Teodoro se entrecruzan con maestría en esta novela llena de ese realismo mágico que construye personajes inolvidables, como un pastor de una sola oveja, un fantasma insidioso, un ingeniero cobarde, una amada impedida, una beata y sus treinta y siete santos o un agapornis lujurioso; que se detiene en el color y la alegría con la misma maestría que en el dolor y la muerte para señalar, una vez más, la insensatez de la guerra.


Una magnífica novela llena de ese realismo mágico que construye personajes inolvidables.


Apuntes narrativos


LA VOZ Casi toda la novela está narrada en tercera persona omnisciente, excepto los textos de siete cartas escritos en primera persona, claro está. En varios capítulos, la voz del narrador se focaliza en alguno de los personajes, dándoles un mayor volumen psicológico. El conjunto es de una fluidez absoluta. Toda la novela está, además, impregnada de un humor muy reconfortante.


LA ESTRUCTURA Canción bajo el agua está formada por 37 capítulos cortos que van alternando el punto de vista. Durante buena parte de la novela se suceden los capítulos protagonizados por Eladio Ferlosio, en el presente, con los de Teodoro Sacristán, situados en el pasado. Ambos avanzan de forma cronológica y en paralelo: los de Eladio desde mayo de 1939, semanas después del final de la Guerra Civil, hasta noviembre de 1946; los de Teodoro, desde febrero de 1935, cuando abandona el seminario, hasta febrero de 1937, al unirse el destino de ambos personajes de una forma trágica en la batalla del Jarama.


EL TONO


La escritura de Fàtima Beltran es luminosa, de una aparente sencillez sustentada sobre el dominio del ritmo, un lenguaje preciso y un léxico muy rico. Una sutil ironía impregna todo el relato, incluso en los momentos más duros. Hay mucha ternura en el retrato de casi todos los personajes, aunque en algún caso, como el del ingeniero Valcárcel, esa ternura se convierte en un desprecio muy metafórico por cuanto éste significa. La empatía que la autora siente por sus criaturas la traslada al lector.


LA FORMA La narración del regreso de Eladio a Uldielbo muestra con realismo los estragos de la guerra en las personas y en los pueblos, y la difícil posguerra en algunas zonas especialmente castigadas por el conflicto. Las peripecias de Teodoro, en cambio, sumergen al lector en un costumbrismo repleto de humor. El retrato psicológico de los protagonistas alcanza su punto culminante en las contadas escenas de guerra, narradas con precisión histórica desde el espanto personal y no desde la épica. Las metáforas, utilizadas con un criterio muy selectivo, son de una gran brillantez.


UNAS (AJUSTADAS) DOSIS DE REALISMO MÁGICO


La autora introduce unas dosis de realismo mágico en el perfil de algunos personajes, como el fantasma de Teodoro —naturalmente— o el pastor Agustín, y en varias escenas puntuales entre las que destaca un final sorprendente y redondo. La habilidad técnica de la autora hace que esa magia impregne el relato sin llegar a convertirse en ningún momento en un injustificado, aunque muy socorrido, deus ex machina.


UNA FÁBULA MÁGICA (Y CONFINADA)


CANCIÓN BAJO EL AGUA es también una fábula mágica que pinta un mundo roto, dividido, destruido, que tiene que recuperarse y rehacerse. Una imagen metafórica de nuestro propio mundo, golpeado por los conflictos bélicos, los estragos del cambio climático y por una pandemia. También acabará (acabaremos) por superarlo. Además, aparecen personajes confinados —como Eleonora en su casona o el ingeniero en su cueva, o el pueblo entero recluido en el monte tras la tragedia—, que consiguen volver a ver la luz del sol y salir adelante en comunidad. De hecho, la novela fue escrita durante el confinamiento de 2020.


Fàtima Beltran nos recuerda, de paso, que siempre hubo pandemias. En el libro se mencionan las consecuencias de la llamada gripe española y los problemas que causa un virus raro del que es portador un agapornis. Al final triunfa el amor, el sentido de comunidad y la idea de que la vida sigue... pese a todo.


Eladio y Teodoro, unidos por la muerte


«Sabida era, hasta por los más imberbes reclutas de cada facción, la popular leyenda de que el espectro del primero de los soldados del bando contrario al que se liquidara acompañaría al infortunado superviviente durante el resto de sus días, como trofeo y castigo indeleble por la funesta hazaña cometida», se nos explica en CANCIÓN BAJO EL AGUA.


El espectro es el de Teodoro Sacristán, soldado del bando nacional, y quien lo mató en la batalla del Jarama es Eladio Ferlosio. Nosotros, afortunados lectores, podemos ver y escuchar a ambos, mientras que Eladio, por lo que parece, no se apercibe de la presencia quejosa y burlona del fantasma.


Sus destinos se cruzaron durante la batalla del Jarama, en febrero de 1937. Era la primera ocasión que Eladio sostenía entre las manos un arma. Debía defender su posición ante la ofensiva de los nacionales. Un hombre, apenas una sombra entrevista, se lanzó contra su trinchera y él disparó por reflejos. La bala perforó, certera, el entrecejo de Teodoro.


ELADIO FERLOSIO Tiene veintisiete años recién cumplidos cuando lo conocemos, de vuelta a casa tras la guerra. Fue reclutado a la fuerza muy pronto y acabó siendo oficial del ejército derrotado. Era el menor de los dos hijos de un matrimonio de campesinos de Uldielbo, en el valle del Japeo. Uno de los rasgos distintivos de su carácter es su obstinado empecinamiento en cualquier trabajo que pudiera planear o tener entre ceja y ceja. Lo mismo puede decirse de su amor no correspondido por Eleonora, una amiga de su hermana. Cada una de las noches que duró la guerra se prometió regresar al pueblo cuando esta terminara para confesarle a Eleonora su enamoramiento. Lleva en el petate las doscientas ochenta y dos cartas que le ha escrito en el frente y nunca le ha enviado.


TEODORO SACRISTÁN Contaba con veinticuatro años cuando una bala segó su vida. Al inicio de la novela, su fantasma lleva dos años, tres meses y siete días pegado a la sombra de Eladio.


Teo Sacristán había sido en vida un mozalbete bajito y de enjutas formas, proveniente de una fecunda y creyente familia de labradores de tierras de Levante, que nunca supieron muy bien qué hacer con él dada su escasa corpulencia. Así que, a los trece años, lo enviaron a un seminario para que se hiciera cura. Un orgullo para su madre.


Sin embargo, a Teodoro no le interesaba la vida enclaustrada del seminario. Cumplidos los veintiún años abandonó los estudios y regresó a su añorado Catasset. Del caudal de conocimientos adquiridos, lo único verdaderamente útil que Teo logró sacar del encierro monacal fue el dominio de las palabras y el virtuoso arte de la escritura. Su verdadera vocación era la pintura y decidió entregarse a ella.


Una maravillosa galería de personajes


ELEONORA CARDENAL Amor no correspondido de Eladio desde la infancia. Cuatro o cinco años mayor que él, de lacia y oscura cabellera, frecuentaba la casa familiar de los Ferlosio para aprender bordado y costura junto a Úrsula, la hermana de Eladio. Llegó a Uldielbo en 1919, en compañía de su madre, Emilia, y de su padre, el doctor Arturo Cardenal. La familia procedía de Madrid y huía de la pandemia de gripe. Se quedaron en el pueblo. Un bombardeo la dejó malherida durante la guerra. Perdió la pierna derecha, la visión del ojo izquierdo y las ganas de estar viva. Permanece encerrada en su casa, con las cortinas corridas. Solo tolera la presencia del pastor Agustín, que la cuida y lleva comida.


AGUSTÍN PERALTA Pastor, aunque solo le queda una oveja, la Xalestilla. Debe tener pocos años más que Eladio, aunque por su tez, curtida por el viento y el sol, parece sacarle —por lo menos— una década. Es un hombre de maneras y entendimiento sencillos o más bien limitados. Lleva al cuello una corneta hecha de cuerno de cabra con la que avisa a sus paisanos y domestica a las abejas silvestres, que obedecen sus órdenes. Es el mejor amigo de Eladio.


LAUREANO FERLOSIO Y AGRIPINA CISNEROS Los padres de Eladio. Él murió durante el bombardeo del pueblo a finales de 1937. Ella se refugió en el monte, como el resto de sus paisanos, hasta que su hijo les lleva la noticia del fin de la guerra. Agripina ya no se vale por sí misma y depende de la ayuda de su hija.


ÚRSULA FERLOSIO La hermana mayor de Eladio. Estuvo prometida con Severiano, un muchacho de un pueblo vecino. Poco antes de casarse, él murió tiroteado por el ejército en una manifestación durante la huelga de la cuenca minera de 1934. Ahora es quien cuida a su madre.


CIPRIANO VALCÁRCEL Ingeniero y viudo. Un tipo feúcho y algo mayor, con los cabellos rizados y un bigote afilado y rojizo, de apariencia relamida e impertinente. Poco antes de la guerra residió en Uldielbo durante un tiempo, alojado en casa del doctor Cardenal. Se encaprichó de Eleonora y la sedujo. Vino a tomar medidas al pueblo para, según sus palabras, un proyecto de unos puentes sobre el río Japeo y unas carreteras que el gobierno de aquel entonces planeaba. Después se suspendió el proyecto, aunque se quedó en el pueblo un tiempo más, donde le sorprendió la guerra. Huyó al monte para evitar que lo reclutara la República y se mantuvo escondido en unas cuevas. Tras el bombardeo que dejó malherida a Eleonora, huyó sin dar mayores explicaciones.


DOÑA VIRTUDES ESCRIVÁ La madre de Teo. Beata y devota de san Francisco de Asís, tiene treinta y siete santos de cabecera que custodian su alcoba marital. Viste de luto riguroso como penitencia por el abandono de Teodoro de sus estudios para sacerdote. Padece de un sonambulismo que la condena a vagar cada noche por la cocina y la despensa de la casa en busca de viandas con las que saciar las ansias que la asaltaban a través de aquella peculiar parasomnia de la que adolecía desde que se casó con VENANCIO SACRISTÁN.


MARCOS, LUCAS Y JUAN SACRISTÁN Los fornidos hermanos mayores de Teo. Estaban prometidos con tres mozas de Catasset desde hacía años —Teresa, Mercedes y Carolina— a las que veían algunas tardes entre semana y las mañanas de los domingos en misa. Lucas y Juan son gemelos. Están dotados de idénticos rasgos faciales, aunque con alturas, pesos y corpulencias bien diferenciados. Sus cabelleras castañas, poblados entrecejos, narices finas y prominentes mandíbulas cuadradas hacen enloquecer a las féminas más indómitas de la comarca.


MOSÉN BONIFACIO, Sexagenario capellán de Catasset. Antes de la guerra le encantaba amedrentar a sus parroquianos desde el atril, vociferando temibles y retorcidos castigos, entre escupitajos. El despliegue de sadismo en los detalles era de tal magnitud que las beatas no cesaban de santiguarse a cada frase.


DOÑA FAUSTA Una viuda en la cuarentena; su marido murió durante la pandemia de gripe española. Con el arado y la mula exhibe más destreza que cualquier mozo de la comarca. Amante descomunal, introduce en las artes eróticas a Teo, que pierde la virginidad con ella.


TORCUATO NICANOR Un agapornis que se encontró Teo cuando regresaba del seminario a casa. Sufría ataques de libidinosidad de madrugada, en los que erizaba las plumas hasta llegar a parecer un despeinado pavo real en miniatura y profería escandalosos alaridos que mantenían en vela a la familia Sacristán y a todo el pueblo.


MATEO SACRISTÁN El mayor de los hermanos Sacristán. Sentía una especial afinidad por Teo. Nadie podía esperar que el responsable y trabajador Mateo decidiera, de la noche a la mañana, abandonar el arado y a los suyos para partir hacia Madrid en compañía de PILAR MANRIQUE, estudiante universitaria y la hija menor de una acaudalada familia castellana. Ella llegó a Catasset enrolada en una compañía de teatro ambulante que acercaba hasta el último rincón de España a nuestros clásicos. Seguimos su vida en la capital a través de las cartas que escribió a Teo.


Una novela entre aguas


La historia de Eladio y el fantasma Teodoro está marcada por dos ríos: el Japeo y el Jarama. Además, la construcción de un pantano en el valle del primero marcará las vidas de todos los habitantes de Uldielbo y enmarca el final mágico de la novela. Y en el agua, los peces, la memoria de los peces, juega un papel fundamental y metafórico que se recrea también en la preciosa portada del libro.


ULDIELBO Y EL VALLE DEL JAPEO La descripción del valle minero del Japeo nos remite al norte de España. Está rodeado de cinco montañas. Fàtima Beltran nos lo describe así: «El cristalino torrente del Japeo separaba a Uldielbo del resto del mundo; sus aguas limpias y de transcurrir ligero e imperturbable flanqueaban por su parte septentrional a la recóndita villa como un amplio cinto argentado, y esta quedaba arrinconada entre el discurrir del río y los tostados bajos de los cerros que la circundaban».


Uldielbo es poco más que una aldea de treinta casas que no cuenta con organización administrativa. El pueblecito «se asemeja a una acuarela, pintado ahí abajo, estampado sobre un fondo verde y con sus tejados de pizarra a dos aguas y sus fachadas hechas de cal y lajas de piedra, tal y como si la guerra jamás hubiese acontecido y no fuera más que un remoto mal sueño del que, al despertar, solo queda la somera intuición de, tal vez, haberlo tenido».


Esta imagen bucólica se va diluyendo poco a poco conforme nos adentramos en sus calles. «Las primeras casas de la aldea, con fachadas de dos pisos, de piedra en las plantas bajas y cal blanquecina en las segundas alturas; ventiladas todas ellas por gruesas puertas de pino, ventanales con tejadillo y vigas de madera cruzando sus cuatro vientos».


Al llegar a la plaza de la iglesia de San Francisco de Sales, patrón de Uldielbo, los destrozos de la guerra se hacen muy evidentes: «Alzó entonces la vista y dio con la silueta quebrada del campanario, ahora transmutado en ladrillos esparcidos en uno de los costados de la plaza en la que antaño tanto habían jugado los críos. La enorme campana de estaño y cobre yacía, vencida y castrada de su badajo, en el mismo suelo que durante años había contemplado altanera desde su privilegiada atalaya. Reparó entonces Eladio en los restos de los muros y tabiques que poblaban suelo y esquinas, y comprendió que la cicatriz dejada por la contienda sería mucho más profunda que las ruinas que se adivinaban a simple vista».


Así arranca la novela


Eladio regresa a casa tras la guerra. Lo acompaña el enfurruñado fantasma de Teodoro Sacristán, un joven de casi su misma edad del bando enemigo al que había dado muerte con la primera de las balas que salió de su fusil el día que para él comenzó la guerra.


Fue durante la batalla del Jarama. No deseaba tener que disparar y por ello contuvo el primer tiro hasta que una sombra escurridiza, que se abalanzaba decidida hacia él, estuvo a tan poca distancia que, a pesar de disparar al bulto y de forma refleja, lo alcanzó entre los ojos.


Camina Eladio hacia su Uldielbo natal, arrastrando las cansadas piernas, con la carga del petate lastrándole la espalda y los recuerdos nublándole el gesto. Viene de perder todas las guerras, pero muy en el fondo de su pecho retumba el eco de una diminuta pero alentadora esperanza: la de la posibilidad de volver a ver a Eleonora Cardenal y confesarle, de corrido, todos los sentimientos que habían ido brotando en él a lo largo de los casi tres años que lleva sin pisar Uldielbo.


Mientras tanto, el ceñudo fantasma de Teodoro Sacristán reniega por su mala suerte: «De todos los soldados del bando contrario, tenía que matarme el más aburrido de todos, el más alcornoque, el más insípido. ¡Pero mira que eres desustanciado y soso! Ni a un solo burdel, en toda la guerra, me has llevado. Tú y tu estúpido e inútil romanticismo... Renuncias a los placeres de la carne por una ensoñación, por un amor unilateral hacia una mujer que con toda probabilidad no recuerde tu olvidable cara de botarate».


En 1935, Teodoro abandonó el seminario con mucha alegría, pero con el regusto amargo de haberse visto obligado a retocar los frescos que había pintado en la capilla, porque resultaban demasiado sensuales y lúbricos para el gusto del padre Miguel Ángel, el rector.


Durante su ausencia, su hermano mayor, Mateo, se escapó con una estudiante universitaria que recorría España con una compañía ambulante de teatro llamada La Barraca. Mateo escribió varias cartas a Teo ofreciéndole su casa y explicándole su vida. Su esposa Pilar era, también, su maestra, mientras que él trabajaba en una tienda de ultramarinos.


La llegada de Eladio (y Teodoro) a Uldielbo no es como él esperaba. El pueblo parece abandonado. Se notan en él los estragos de algún bombardeo. Cuando llega a su antigua casa familiar y llama a la puerta, nadie le responde. En ese momento le pegan una pedrada en el cogote. El agresor huye, pero Eladio lo atrapa. Están enzarzados en la pelea cuando se reconocen: se trata de Agustín, el pastor. ¿Dónde están los demás?



El marco histórico


Fàtima Beltran no ha escrito una novela histórica ni tiene voluntad divulgadora. Los últimos años de la República, la Guerra Civil y la posguerra impulsan los acontecimientos, pero se mantienen en un discreto segundo plano, ayudándonos a entender mejor la historia profundamente humana que se nos relata. Destacamos tres elementos concretos.


LA BATALLA DEL JARAMA Se desarrolló entre el 6 y el 27 de febrero de 1937. El ejército nacional inició la ofensiva con la intención de cortar las comunicaciones de Madrid. Se enfrentaron 30.000 soldados republicanos contra entre 19.000 y 40.000 soldados nacionales, según las fuentes que se consulten. Los primeros contaron con el apoyo de las Brigadas Internacionales; los segundos, con las fuerzas expedicionarias italianas y la llamada brigada irlandesa. Al mando de los sublevados destacaba el general Enrique Varela, a cuyas órdenes servía Teodoro Sacristán. Los republicanos consiguieron detener la ofensiva. Sobre el campo de batalla quedaron miles de cadáveres. Todavía no se sabe a ciencia cierta cuántos.


LA BARRACA «Fue una mañana a finales de julio del treinta y tres cuando dos camionetas cedidas por el Departamento de Instrucción Pública de la Segunda República, y un autocar desvencijado y de reducidas dimensiones irrumpieron en la plaza mayor del pueblo, quebrando con su alborotada algarabía la rutina en la que la villa permanecía inmersa y de espaldas al resto del mundo». La Barraca fue un grupo de teatro universitario creado en 1931, coordinado y dirigido por Eduardo Ugarte y Federico García Lorca. La consigna de la compañía era sencilla: poner al alcance del pueblo lo que solo al mismo pueblo había pertenecido y pertenecía; eso es, nuestros grandes clásicos.


PLAN NACIONAL DE OBRAS HIDRÁULICAS La primera vez que Cipriano Valcárcel visitó Uldielbo fue por un proyecto del Centro de Estudios Hidrográficos, que lo había enviado hasta allí en calidad de ingeniero para que efectuara un estudio exhaustivo y pormenorizado sobre las posibilidades de la zona en relación al aprovechamiento integral del agua, encargado por el Ministerio de Obras Públicas. Tras la guerra, el nuevo régimen quiso rescatar aquel viejo plan para solucionar sequías e inundaciones. Y decidió instalar una presa en el río Japeo, convirtiendo el valle en un enorme pantano bajo cuyas aguas quedaría sumergido para siempre Uldielbo.


Cuatro grandes temas que aborda la novela


LA MEMORIA (Y LA GRAN METÁFORA) La memoria y la pérdida de la memoria, personal y colectiva. Mientras que la primera — la memoria personal— cuenta con una amplia bibliografía, la segunda —la memoria colectiva— no ha sido tratada de una forma tan habitual en la ficción. Y menos aún desde la perspectiva en la que lo hace Fàtima Beltran: el pantano sumerge el pueblo de Uldielbo, sus casas, su cementerio, su iglesia… cualquier atisbo de su historia y la de sus gentes permanecerá sumergido, en el olvido, bajo las aguas. El pastor Agustín es quien realiza esta preciosa y triste reflexión:


«Dime tú, ¿quién va a tener el valor de girar la cabeza y recordar lo que un día fuimos sin quebrarse de dolor al hacerlo? Olvidaremos por no sentir más desazón, para sobrevivir a la barbarie que nos asaltó, tendremos que volvernos amnésicos y pensar que no hubo más vida que la que ahora da comienzo. Como lo hacen los peces, que nadan en el río Japeo sin ser capaces de retener dónde estuvieron apenas unos metros antes. Tal vez lo hagan por no volverse locos, porque al ser peces y no poseer patas o piernas, les está prohibido echar raíces en ninguna parte y han aprendido a subsistir así, sin el lastre de un pasado sobre sus resbaladizas escamas, libres de nostalgias y de culpas. Toda nuestra historia quedará reducida al lejano eco de una canción bajo el agua, Eladio. Nos borrarán de los libros, y hasta de las propias cabezas, como si jamás hubiésemos existido.»


LA GUERRA MODERNA En la novela se habla también sobre el nuevo tipo de guerra que inauguró nuestra contienda civil. Una guerra total en la que no hay frentes, en la que se bombardea ciudades, y en la que tanto militares como civiles forman el enemigo a aniquilar. Es de nuevo el pastor Agustín, menos simple de lo que él mismo quiere hacernos creer, quien se encarga de ponerle voz:


«Es un cataclismo nunca visto, mucho peor que las guerras de antes porque en aquellas no se cagaban en los pueblos desde el cielo ni llegaban a todos los rincones del mundo. Ni creo que se matara a paisanos ni a animales que no le hacen daño a nadie; dime tú, ¿qué daño habían hecho mis pobrecillas ovejas? Si ni opinaban de política, ni de religión, ni de nada. Una gran injusticia lo que es todo esto. Casi que, sin gustarme tampoco, aquellas guerras antiguas me gustaban algo más que esta de nueva, que llega a todas partes y no distingue entre soldados, civiles, cabras, vacas, ovejas o personas.»


LAS (MÁS DE) DOS ESPAÑAS Y LA GUERRA Eladio y Teodoro se encontraron por casualidad en ejércitos opuestos durante la Guerra Civil. El reclutamiento forzoso los pilló en dos pueblos situados en zonas distintas dominadas por cada uno de los bandos: Uldielbo, republicano, y Catasset, nacional. Sin embargo, salvo los más politizados de cada lugar, las gentes de ambos pueblos no forman parte de ninguna de las dos supuestas Españas enfrentadas a muerte. Tanto en Uldielbo como en Catasset pertenecían a otra España —la tercera o la cuarta…— y vivían y amaban de la misma forma y sobrevivían gracias al trabajo infatigable con el que extraían los frutos de la tierra, de las minas en Uldielbo, de los campos de labranza en Catasset.


LA AMISTAD Y EL PERDÓN Amistad y perdón están muy presentes en Canción bajo el agua. Destacan dos amistades que, con altibajos, cubren todo el relato: la real entre Eladio y Agustín, y la espectral entre Teodoro y Eladio, que solo se materializa al final, en uno de los fragmentos más hermosos y mágicos del libro, que nos tomamos la libertad de reproducir porque no supone un spoiler:


«Siento mucho haberte matado, Teodoro, aquello era una guerra y yo solo un soldado. Nunca estuve orgulloso de ello. Perdóname —se disculpó, con sincera pesadumbre, el envejecido Ferlosio.


No te aflijas, amigo mío. Me maté yo mismo corriendo hacia la trinchera desde la que me disparaste. También me pesaban mis muertos —le respondió, emocionado, el fantasma de Teodoro Sacristán—. Me has dado la calma y la paz que me faltaron en vida. Tu casa ha sido mi casa, y tu familia también la mía. Gracias Eladio. No me imagino cómo va a ser el cielo, si es que eso existe, si no nos encontramos ahí arriba. Dichas estas palabras, ambos amigos se abrazaron por primera vez desde que sus destinos se juntaran en una fría noche de febrero del treinta y siete, a orillas del Jarama.


Sobre la autora


Fàtima Beltran Curto nació en Tortosa en 1977. Tras estudiar Derecho en la Universitat Rovira i Virgili realizó un posgrado en Derecho Concursal en la Abat Oliba y otro de Práctica Jurídica en el ICAB. Vive en Barcelona, donde ha ejercido como abogada y, en la actualidad, trabaja en el Departamento Contencioso de una multinacional aseguradora. En 2019 publicó su primera novela e inició colaboraciones en pequeñas revistas digitales. 


 

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