EL MAL DE CORCIRA, la novela más esperada de Lorenzo Silva, resuelve un crimen que transporta a Bevilacqua a su pasado en la lucha antiterrorista en el País Vasco
Editorial
Planeta. 544 páginas
Tapa
dura con sobrecubierta: 21,90€ Electrónico: 8,99€
¿Hasta qué punto nos
convertimos en aquello contra lo que luchamos? Es una de las
preguntas que plantea Lorenzo Silva en EL MAL DE CORCIRA, su novela
más esperada. El décimo caso de Bevilacqua y Chamorro los lleva a
resolver un crimen que transporta al subteniente a su pasado en la
lucha antiterrorista en el País Vasco.
Así lo explica el propio
autor:
«Hace veintidós años
que tengo una deuda con los lectores: desde que se publicó El lejano
país de los estanques, en cuyo capítulo 16 figura la primera
alusión al paso de Bevilacqua por el Norte, es decir, por el País
Vasco y la lucha contra ETA. Fue en La niebla y la doncella,
publicada cuatro años después, cuando apareció la primera mención
de un nombre, Intxaurrondo, que evoca como ningún otro esa época y
esa historia, para quienes como Bevilacqua la vivieron en primera
línea.
Diría que casi desde que
tomé conciencia de que quería ser novelista pensé en abordar algún
día en una novela este insoslayable asunto. La de la lucha contra
ETA es una de las grandes historias de la España contemporánea: por
su extensión, su intensidad, su significación, su culminación con
éxito y sus zonas de sombra, propias de la dinámica de una
organización clandestina que trata de provocar el fracaso del Estado
y de la respuesta que desde el Estado recibe un desafío de esa
naturaleza, con la duración y las proporciones que este llegó a
alcanzar.
También me percaté en
seguida de la dificultad del empeño. Allá por los noventa, cuando
nace Bevilacqua como personaje literario, ETA sigue aún fuerte y la
lucha contra ella está muy lejos de haber terminado: ni siquiera se
vislumbra todavía la posibilidad de atajar su actividad. Acceder a
una buena información sobre la lucha antiterrorista, con los matices
y detalles que un novelista necesita, era muy difícil, por no decir
imposible: la prudencia impide a quien enfrenta una amenaza que aún
está presente dar demasiados pormenores de sus operaciones. Y por lo
demás, la historia estaba a medias, aún viva: carecía por ello de
la perspectiva que conviene tener sobre los acontecimientos a la hora
de convertirlos en literatura.
Sin embargo, sabía que
antes o después le hincaría el diente: confiaba en que algún día
terminara la pesadilla, y cuando esa confianza me fallaba, me
sostenía saber que mi tozudez no me permitiría dejar de procurarme
cuanto hiciera falta para abordar un relato que tenía la necesidad
de escribir. Así que ahí dejé colocado a Bevilacqua, cargando en
su mochila una breve pero imborrable experiencia en Guipúzcoa y en
la lucha antiterrorista, crucial para su carácter y para su
biografía posterior. Esperaba que algún día estaría en
condiciones de mostrar ese episodio en una novela; no sólo para
ayudar a explicarle a él, sino también para ayudarme a mí mismo a
dar interpretación narrativa a un fenómeno histórico y social que
me ha acompañado desde el inicio de mi vida consciente hasta mi
madurez.
EL MAL DE CORCIRA, como
pasa siempre en la serie de Bevilacqua y Chamorro, narra la
investigación de una muerte. En este caso, el asesinato de un varón
cuyo cadáver aparece en la isla de Formentera. Pero además, como es
también marca de la casa, trata de contar algo más. En este caso la
peripecia de quienes en nombre de la ley, y en defensa de los
derechos de los ciudadanos que no suscribían el programa de aquella
organización armada, asumieron la carga de enfrentarse a ella.
También los argumentos, el carácter y el destino de quienes
decidieron empuñar las armas, y las consecuencias que ese acto tuvo
para ellos mismos, para sus familias y para tantos inocentes. La
peculiar condición de la víctima del caso, un exmiembro de ETA,
obliga a Bevilacqua a profundizar en aquel viaje que ya hizo de joven
como agente del servicio de Información, para conocer mejor la
tierra en la que le tocaba servir y a aquellos que alentaban el
rencor y la hostilidad contra los suyos.
Lo que vio y lo que meditó
luego sobre esa experiencia, y lo que ve y medita al volver a la
Euskadi de 2018, para tratar de esclarecer la muerte de uno de sus
antiguos enemigos y ayudar a hacerle justicia, constituye el tejido
de la novela. Quizá su mirada pueda servir para mostrar algunas de
las partes siempre olvidadas y ocultas de esta historia. Como él
suele decir, gracias a su padre uruguayo y su partida de nacimiento
en Montevideo tiene la ventaja de no ser del todo de ningún sitio;
de ver el mundo sin terminar nunca de asentarse sobre el suelo firme
de una identidad demasiado definida.
Por mi parte, he intentado
afrontar la deuda que tenía, con él, con quienes me leen y conmigo
mismo. El resultado es la entrega más extensa y tal vez la más
compleja de la serie. Confío en que eso lo perciban los lectores
como un aliciente y no como una desventaja. En cierto modo, tienen
aquí dos libros en uno. Pongamos que es también mi forma de
intentar corresponderles, ahora que la saga llega a su décima
novela, por tantas alegrías y por estas dos décadas largas de
generosidad.»
La
novela
Un varón de mediana edad
aparece desnudo y brutalmente asesinado en una solitaria playa de
Formentera. Según varios testimonios recogidos por la Guardia Civil
de las islas, en los días previos se lo había visto en compañía
de distintos jóvenes en locales de ambiente gay de Ibiza. Cuando sus
jefes llaman a Bevilacqua para que se ocupe de la investigación y lo
informan de la peculiaridad del muerto, un ciudadano vasco condenado
en su día por colaboración con ETA, el subteniente comprenderá que
no es un caso más.
Para tratar de esclarecer
el crimen, y después de indagar sobre el terreno, Bevilacqua tendrá
que trasladarse con su equipo a Guipúzcoa, el lugar de residencia
del difunto, a una zona que conoce bien por su implicación casi
treinta años atrás en la lucha antiterrorista.
Allí deberá
vencer la desconfianza del entorno de la víctima y, sobre todo,
lidiar con sus propios fantasmas del pasado, con lo que hizo y lo que
dejó de hacer en una «guerra» entre conciudadanos, como la que
veinticinco siglos atrás hubo en Corcira —hoy Corfú— y que
Tucídides describió en toda su crudeza. Esos fantasmas lo
conducirán a una incómoda pregunta que como ser humano y como
investigador criminal le concierne inexcusablemente: ¿en qué medida
nos conforma aquello contra lo que luchamos?
En la que es la décima
novela de la serie, Lorenzo Silva nos presenta dos Bevilacquas.
Por una parte un Bevilacqua sereno, subteniente, con un cierto
bienestar en su pellejo, consciente de que cada vez va quedando
menos tiempo y de que hasta los «marrones» son cada vez más
valiosos: «No puedo dejar de morderlos, mientras me queden
dientes». A estas alturas de la vida le exaspera más la
insistencia estupidez humana en causar destrozos inútiles que la
maldad propiamente. El Bevilacqua maduro de “El mal de Corcira”
es un tipo que ha entendido muchas cosas y sabe lo que se puede
arreglar y lo que no.
Pero lo que será todo
un descubrimiento para los miles de seguidores de la serie es que
descubrirám al Bevilacqua novato, sin vocación ni nada que se le
parezca; un joven cuya inconsciencia lo ha llevado a presentarse
voluntario para ir al País Vasco, donde tendrá que aprender a
convivir con la sensación permanente de peligro y hostilidad.
Allí, desde la primera línea de fuego, aprenderá de verdad de
qué va su oficio en unas calles donde el miedo se corta con
cuchillo.
«Como
tantas otras veces en mi vida, antes y después, tenía la
sensación de ser un verso suelto, un tipo más bien incoherente
que acababa estando donde no pintaba demasiado, por razones que
nunca era capaz de explicarse suficientemente. Allí me habían
llamado la curiosidad y una vaga necesidad de aventura, pero cada
noche, cuando hablaba por teléfono con mi aterrorizada madre, me
asaltaban serias dudas acerca de mi cordura al ceder a ellas.»
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