Sabina Urraca vuelve con EL CELO, una historia sobre el poder de los cuentos, la animalidad del deseo y el miedo a nombrar
EL CELO, una novela sobre la animalidad del deseo y el miedo a nombrar, consagra a Sabina Urraca como una de las mejores narradoras en lengua española. La obra nos habla del poder de los cuentos y de perros enloquecidos a través de una historia familia que se construye a mordiscos y silencios. Una novela cuya protagonista, la Humana, acaba de volver a Madrid huyendo del pueblo y de su expareja. Cuando un día empieza a seguirla una perra en la calle, sin saber muy bien cómo, termina quedándose con ella. Pero la Perra está en celo y su pulsión sexual despierta en la Humana un pánico paralizante.
La noche en que encontró a la Perra, la Humana estaba drogada. Por eso dejó que la siguiera a casa. Ahora convive con un animal que se va llenando de toda la energía que a ella le falta, y al que de pronto le viene un celo incontrolable. La Humana tiene treintaidós años, pero ya no desea. Está en la vida, pero no la ejerce. Llegó a la ciudad hace poco, huyendo de sus días en el campo con un novio que tenía. Sufre extraños síntomas, temblores, moratones que aparecen solos. Un día se agacha a atarse los cordones de los zapatos y descubre que no puede. La Humana teme una maldición que avanza. Para que el psiquiatra acceda a recetarle más ansiolíticos tendrá que asistir a una terapia de grupo. Allí conocerá a Mecha, una mujer fascinante que se convierte, junto con la Perra, en un animal difícil de salvar.
El celo es una historia sobre domesticación, maldiciones, la animalidad del deseo, el miedo como herencia y el poder de los cuentos. Poltergeists, perros enloquecidos y una historia familiar que se construye a mordiscos y silencios.
LA OBRA
Sabina Urraca alcanza con El celo una nueva cima. Su última novela urde el errático viaje de una mujer quebrada entre cuentos antiguos, afectos atravesados por cicatrices y heridas abiertas y en medio de una sexualidad poderosa y amenazante. Inteligente y con destellos de un humor incisivo, la novela sigue una estructura que fluye naturalmente entre el sentimiento de alienación de la protagonista, los recuerdos familiares, los foros de Internet, los diálogos cotidianos y la violencia, mezclando todos sus elementos con una facilidad que disimula un profundo trabajo narrativo. Sabina Urraca arma aquí una historia de fragilidad humana: animal en su deseo, en su sumisión, en su rebeldía, con una prosa cruda, pero cargada también de verdad y ternura.
La autora hace gala de su agudeza psicológica en un estilo sugerente y personalísimo: aparece una carnalidad difícil, fatal, que se traduce en imágenes sensuales casi intimidantes y metáforas incómodas e insólitas, evocaciones de infancia que alumbran a fogonazos lo que la protagonista ha perdido, un vocabulario mágico que se repite como un conjuro. La vibrante oralidad de los personajes, con sus hablares de pueblo y de calle, contrasta con el tono apático de una voz narradora que, aunque se identifica exactamente con el pensamiento y la voz de la Humana, cifra en su condición de tercera persona el sentimiento de alienación de la protagonista. Porque la Humana es incapaz de decirse a sí misma su tragedia, durante largas páginas no la sabremos: «Nadie controla lo que toma la Humana, nadie sabe de qué forma le sirve lo que toma, porque tampoco nadie sabe exactamente lo que le ha pasado. Ha vuelto a la ciudad después de un año en el campo, con muy pocas cosas, lo que cabría intuir una huida, pero ya se ocupa ella de que nadie lo intuya». Así, esta sutil voz narradora suena a observadora imparcial y externa de una desgracia íntima, aunque por momentos adquiere antigua ferocidad expresiva que algún día perteneció a la Humana.
La Humana, que dejó una carrera ascendente como creativa publicitaria para trabajar en un libro en una casa en el campo junto a su novio, dedica ahora sus días de vuelta en Madrid a leer foros caninos en Internet y a preocuparse por una perra en celo a la que no quiere atarse. Ha perdido La Fuerza, un poder sexual que explotó en la adolescencia, a pesar del control que ejercía la Abuela contra sus piernas abiertas, de la repulsión que siente la Madre por sus tetas enormes. Frente a la desidia que ahora lo cubre todo, el celo animal, deseo loco de entrega, también motor que activa el placer, humillador de voluntades y portador de la promesa de ser algo más que una misma, avanza a su lado como una catástrofe anunciada.
CLAVES DE LA NOVELA
La realidad encantada
La Humana se siente protagonista de una maldición. Durante su infancia pasó los veranos en la urbanización a las afueras del pueblo donde sus abuelos volvieron después de años de trabajar en la ciudad. La cuidaba su abuela, que conocía todas las historias ocurridas en Milagros, cuentos de terror que enseñaban el miedo y el peligro. El propio pasado ―el origen― es un poderoso cuento que acecha, un mito fundacional que supone una herencia pesada. De la Abuela, la Humana aprende el amor incondicional y el cuidado, pero también el silencio, el secreto, elementos que se vuelven en su contra después de la relación traumática que ha vivido con Daniel, su expareja.
Los abuelos son hijos de su tiempo, de una generación golpeada por una posguerra hambrienta que debió emigrar a las ciudades para sobrevivir, que barrió sus dolores debajo de la alfombra para seguir con una vida de trabajo y lealtad. Así, la animadversión que la Abuela siente por sus hermanas no está reñida con una preocupación genuina por su bienestar, y el Abuelo, que se lamentó en secreto por la represión de su esposa (la sexualidad avergonzada, la veneración a un padre que la maltrataba), jamás pudo confrontarla y pacientemente la cuidó durante los quince años de su demencia. Así criaron a la Madre y a tía Silvia y así, en parte, criaron a la Humana.
Los cuentos son relatos que permiten ordenar y dar sentido a una vida. Cuando la Humana se enamora de Daniel, no puede parar de ver las señales mágicas que lo designan, y a ellas se aferra cuando comienza a saberse sometida. La Humana se sabe sometida, pero, como las mujeres de su grupo de terapia, se convence de que es parte de su cuento, donde se mezclan el amor y la violencia. Mecha no puede escapar de su amante porque le ha entregado el poder de ser el único capaz de darle placer. Wendy no puede liberarse de su marido muerto porque lo ha convertido en el fantasma que en parte cree que merece.
Pero en sus convencimientos también cabe un resto, por eso van todas a terapia y hablan. En esta novela, las mujeres que han sufrido violencia por parte de sus parejas no son solo víctimas devastadas, sino que luchan incansablemente por su agencia. También en los cuentos cabe la rebeldía y las palabras son conjuros. Por eso la Humana, en el fondo de su relación de terror, comienza a llamar a Daniel el Predicador: en «el Predicador» hay una concesión de poderes, pero también una burla. La Humana, con su cuerpo que se atrofia, que ha perdido la voz y La Fuerza, ha recibido una maldición, pero, como su madre le recordaba tras los veranos, cuando volvía con ella absolutamente carcomida por los cuentos: «Ese es el final del cuento porque tu abuela corta ahí y para de contar. Pero tú sabes que los cuentos siguen, ¿no? Puede haber otro final después de ese final». La maldición se rompe con otro conjuro esforzado: poner palabras, encontrar a quien sepa escuchar, luchar por dar un nombre propio a una Perra.
La sexualidad
La sexualidad aparece como una cuestión de poder, un poder que muta según se use. Poder que aviva o que rapta y arrebata, que hechiza, que amenaza o libera o se comparte o se roba, o es violencia, sumisión, ocultación o revelación. De un poder así no se puede hablar con palabras llanas, por eso la lucidez que demuestra Urraca en la aprehensión sutil de su naturaleza ambigua, a través de metáforas y paralelismos sostenidos, rodeos iluminadores, imágenes preciosas y bestiales, resulta admirable.
Una imagen recorre toda la novela: una Humana niña desnuda se muerde las uñas de los pies viendo la tele en el sofá, la vulva abierta sin consciencia a la luz azul del televisor. La Abuela rabiosa reprende su postura obscena invocando una amenaza desplazada: «Si te muerdes las uñas de los pies, te va a dar cáncer». Años después, en el mismo sofá, a la Humana adolescente le late la vulva bajo los pantalones mientras ve a los personajes de una serie besándose en la pantalla. Acaba de descubrir La Fuerza y hay partes de sí que ya no dejarán de ser autoconscientes. En ese preciso instante, la Abuela da la muestra explosiva de una demencia que todos llevaban años tratando de ignorar; señala a la Humana y le grita a su marido: «Miguel. Miguel quién es esa mujer QUE LA QUIERO FUERA DE MI CASA».
La Humana descubre en La Fuerza un poder que la sobrepasa, que la hace desaparecer mientras dura y que, desde entonces, buscará en hombres y mujeres con un deseo que nunca se agota. Hasta que conoce a Daniel, que, celoso de La Fuerza, la roba para sí. Un sometimiento real, despreciativo, que empequeñece todas las esferas del ser de una persona hasta drenarla, hasta dejarla incapaz de desear.
Y en cambio ahí está Mecha, una «miss de pueblo» con un magnetismo chulesco, atrapada en una relación violenta de carácter eminentemente sexual. Lleva con su marido desde los catorce años, que la trata con la brutalidad del macho que tras la paliza reclama lo que considera suyo. Pero Mecha, que trabaja como matarife y ronda la cincuentena, que huye a Madrid y después vuelve y lo perdona, es soberbia y orgullosa, no responde al modelo de la víctima perfecta.
En las tertulias maravillosas que las variopintas mujeres del grupo montan en el bar Casa Lastre tras la terapia, la Humana aprende a conocer sus dolores y las razones de su persistencia, en un ejercicio de sororidad sin ingenuidad alguna donde cada una va venciendo su resistencia a su propia voz. Cuando Mecha, con su lenguaje ramplón y elocuente, confiesa que vuelve a su marido porque está atrapada en una suerte de fantasía sexual que se renueva, la Humana, fascinada, entiende. La Humana sabe del poder subyugador de La Fuerza. Lo ha visto en sí misma y lo ve, por fin desde fuera, en su auténtica y plena animalidad en el celo arrasador de la Perra, que las representa a todas ellas.
La Perra
La Perra es el eje vertebrador de toda la novela y cumple una función narrativa fundamental, estableciendo continuos paralelismos con los personajes ―en particular, con la protagonista― y los temas principales de la obra. Al hilo de su celo, de su personalidad y del desarrollo de su relación con la humana se teje una estructura brillante, que fluye con una naturalidad perfecta. Los intentos iniciales de la Humana por no encariñarse con ella, su empeño en no darle un nombre, dan cuenta de su extrema miseria, y la anticipación amenazadora del celo con la que se abre la obra despliega la fatalidad de un deseo inevitable, esclavizante, que amenaza el orden cotidiano de las cosas.
Pero la Perra pronto se convierte en el único sostén de la Humana, aun en su rechazo. A medida que crece su preocupación por ella, su relación se va volviendo más complicada. Un día, la Humana, que no quiere ser su dueña, la deja suelta y la Perra echa a correr escapando de su campo de visión. Cuando vuelve, la Humana la agarra por el cuello, con violencia, con miedo. La Perra chilla pero, cuando la suelta, le lame la mano. Satisfecha en su proceso de domesticación, vive solo para ella, no importa cómo la trate. Así se quería la Humana con Daniel cuando comienza a no entender cómo la trata: domesticada. Por mecanismos más sutiles, Daniel ha domeñado su celo.
La Perra es la expresión de un sometimiento, si no voluntario, sí de alguna oscura manera, cómplice, algo que tiene que ver con el deseo de pertenencia, exhibido en su más pura animalidad. Pero en su pura animalidad se encuentra también la liberación, porque la Perra ama, pero jamás obedece del todo: «Tras una riña, recobra enseguida su paso alegre de pequeño poni. No se amedrenta. No se impregna. Es imposible romperle el alma». En la relación entre la Perra y la Humana, Sabina Urraca nos regala algunos de los pasajes más hermosos de esta novela, así como algunas de las imágenes más turbadoras en su carnalidad. También es ella quien vehicula el vínculo extraordinario que se establece entre Mecha y la Humana, «su pequeña familia de dos mujeres en el abismo». La Perra es, en muchos sentidos, la clave de bóveda de un tortuoso viaje de sanación para aprender qué es la pertenencia.
Sobre la autora
Sabina Urraca es escritora y editora. Nació en San Sebastián en 1984, pero creció en Tenerife y vive en Madrid desde hace más de 20 años. Es autora de la novela Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017, ganadora del premio Javier Morote otorgado por CEGAL), Soñó con la chica que robaba un caballo (Lengua de trapo, 2021) y Cha-cha-chá (Dueto) (Comisura, 2023) y ha participado en diversas antologías. Sus textos han sido publicados en revistas como The White Review, The Washington Square Review y Mercurio. Ha colaborado en medios como El País, El Cultural, Vice o Cinemanía. Ha impartido talleres de escritura en España, México, El Salvador y Costa Rica. Es editora de Panza de Burro , de Andrea Abreu (Barrett, 2020) y de la colección 2023-2024 de Caballo de Troya (Penguin Random House). En 2020 recibió la beca del MFA de la Universidad de Iowa. Ha sido beneficiaria de la residencia literaria de la Fundación Finestres. En 2023 se le otorgó la beca de creación de la Fundación BBVA.
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