DÍAS SALVAJES, de David Jiménez, una novela sobre el coraje de vivir inspirada en casos reales de conductores kamikazes


Editorial Planeta. 352 páginas

Tapa dura con sobrecubierta: 20,90€ Electrónico: 9,99€


El joven millonario Bosco Zabala, heredero de una dinastía de banqueros, provoca un terrible accidente kamikaze tras una noche de fiesta desbocada. La tragedia sacudirá a tres familias que viven en mundos opuestos, enlazará sus destinos y las arrastrará al abismo donde anidan nuestros sentimientos más extremos.


¿Qué estaríamos dispuestos a hacer por reparar el error fatal de un hijo? Cuando el sistema protege al poderoso y falla al inocente, ¿dónde están los límites en la búsqueda de justicia? ¿Puede la venganza calmar el dolor insoportable de la pérdida?

DÍAS SALVAJES es una conmovedora novela de David Jiménez sobre el duelo, la culpa, la amistad y la lucha contra el olvido, y también un retrato descarnado de laEspaña eufórica de los años 2000, cuya resaca dejó heridas que siguen sin cicatrizar.



EL OFICIO DE VIVIR


La portada de este nuevo título de David Jiménez anuncia que estamos ante “una novela sobre el coraje de vivir”. Y la frase con la que el autor cierra el libro dice que este “es un homenaje a los que ya no están; a quienes mantienen vivo su recuerdo”. En efecto, del coraje de vivir e –igual de importante o de difícil– de sobrevivir cuando nos han amputado una parte esencial de nosotros mismos, trata Días salvajes. Y alrededor de esas ideas centrales, trata de muchos más asuntos relacionados. De la amistad, ese “sentimiento con mejor memoria y sentido de la lealtad que el amor”, que es a menudo la última tabla de salvación, de la venganza y el perdón (quizá dos caras de la misma moneda, como nos enseña Borges), de la fidelidad, de la sanación. Y también del poder y su capacidad de imponerse a la justicia. Y de una sociedad a punto de entrar en el túnel oscuro de una tremenda crisis económica.


Estamos en la España de 2007. El país parece ir viento en popa, mecido entre la euforia y la inconsciencia. Las cifras del desempleo son bajas y las de los beneficios de las empresas, altas. La deuda pública y la de los particulares ascienden a cotas nunca vistas, pero el riesgo de impago no parece imaginable. En aquellos excesos cayeron (caímos) todos: desde luego la banca y el sector inmobiliario, pero también los ciudadanos de pie. Las consecuencias de aquella inconsciencia todavía están presentes. Pero entonces, en aquel país de las maravillas, Madrid era la ciudad alegre y confiada, una fiesta incesante en la que algunos exprimían a fondo las posibilidades que les daba su condición de privilegiados entre los privilegiados.


Cachorros de la Moraleja

Es el caso de Bosco Zabala, heredero de la dinastía de banqueros más poderosa del país, un niño bien que lo tiene todo, que se encontró con todo desde su nacimiento sin haber hecho nada para merecerlo o conseguirlo. Bosco Zabala es un perfecto ejemplar de esos cachorros de la Moraleja que “lo tenían todo para triunfar: dinero, privilegios, formación, contactos y ningún remordimiento”. Bosco se distingue por “su empeño por caminar siempre al borde del precipicio”, su “imprudencia disfrazada de valentía, irracional y exhibicionista, su incapacidad para escuchar a nadie más que a sí mismo”. Es un egoísta incapaz de sentir la menor empatía, ni siquiera por su mejor amigo, Iván, al que ha traicionado en más de una ocasión.


España en 2007 parecía ir viento en popa, un país entre

la euforia y la inconsciencia, en el que Madrid era la

ciudad alegre y confiada en una fiesta incesante


Iván pertenece a otra familia de la élite madrileña, los Moncada, pero que está un peldaño por debajo, porque incluso entre la élite hay clases. Son ricos de primera generación a los que les falta pedigrí. Iván y Bosco son amigos desde la infancia y los padres del segundo ven en Iván no solo al amigo fiel, sino la buena influencia que tanto necesita el alocado Bosco.


En Madrid, los pocos kilómetros que separan unos barrios de otros equivalen a abismos sociales. En Villaverde vive Marta Delgado con su padre, Luis. Viven en un bloque gris que da a un descampado que el Ayuntamiento promete convertir en un parque cada vez que hay campaña electoral para olvidarse a continuación. El solar alberga a los yonquis de la zona, como una “pequeña aldea de zombis urbanos”. Marta es una veinteañera que compagina los estudios de Medicina con su trabajo de cajera en un supermercado de Las Rozas. Tiene un novio poco recomendable que, en alguna ocasión, ha comprado de esa droga que circula sin el menor problema al lado de su casa.


La onda expansiva de un accidente criminal

Los destinos de Marta y de Bosco se van a cruzar trágicamente. Con ocasión del cumpleaños de Bosco, este da una fiesta salvaje, con el alcohol y las drogas corriendo a raudales. Ya de madrugada, justo antes de que amanezca, la pandilla de la Moraleja decide rematar la noche en la discoteca pija de la carretera de La Coruña. Un Bosco descontrolado y fuera de sí, cargado de alcohol y drogas, invade a toda velocidad el carril contrario, el carril por el que circula Marta Delgado en dirección al supermercado de Las Rozas, impactando de modo brutal con el vehículo de esta. Bosco sobrevive al accidente, pero en él mueren Marta e Iván, que viajaba en el coche de su amigo.


El accidente, si es que se puede llamar accidente a la temeridad superlativa y a la imprudencia criminal, es pura adrenalina al servicio de la narrativa. Esta tragedia produce una onda expansiva más allá de las dos víctimas mortales. A las muertes físicas se suma la muerte en vida de Luis, el padre de Marta, el dolor inmenso de los padres de Iván y la frustración de algunos planes en la familia Zabala. Por un lado, los planes personales de Bosco, sobre el que se cierne un complicado futuro judicial con la amenaza de años de cárcel. Por otro, los planes profesionales de su madre, que, como presidenta de BanKapital, la mayor entidad financiera del país por valor bursátil, clientes y mercado hipotecario, está a punto de realizar una importante absorción bancaria. De pronto, el mundo parece derrumbarse sobre todos ellos.


Una novela sobre la amistad, el deseo de venganza,

el recuerdo de quienes ya no están, las trampas del

dinero, las experiencias límite y los dilemas morales


Hecho el planteamiento, la novela nos muestra un nudo polifacético, compuesto de varios hilos que el autor despliega en un magnífico y absorbente relato coral. La probada experiencia de narrador de David Jiménez consigue que Días salvajes ofrezca y haga compatibles esos dos elementos de las mejores novelas: un fondo complejo, en tanto que son cuestiones mayores las que plantea, y una lectura ágil, tan sencilla como vertiginosa. El lector se ve inmerso, sin poder abandonarla, en una trama inquietante que presenta los antedichos temas de fondo: la amistad, el humanísimo deseo de venganza, no siempre fácil de distinguir del afán de justicia, la necesidad de recordar a quienes ya no están sin que ese recuerdo nos paralice, las trampas que tiende el dinero y el modo en que puede atrapar a las personas, las experiencias límite a que nos puede llevar la vida, la dificultad de seguir adelante cuando el mundo parece haberse derrumbado a nuestro alrededor, los dilemas morales más complicados… Todo eso aparece, encarnado en unos personajes u otros, plasmado en unas u otras situaciones de la novela.



Los tentáculos del poder

El primer jalón de esa trama, tras el impactante comienzo, es el juicio por el accidente provocado por Bosco Zabala. La familia de este movilizará sus múltiples recursos económicos y sus contactos políticos para que el heredero no pise la cárcel. No es solo una cuestión de amor paternal, es que semejante baldón afectará directamente a la reputación del banco y a sus planes de expansión. Esos dos motivos coinciden en María Zabala, la muy religiosa madre de Bosco. La cuestión es que decir la verdad y asumir los hechos llevará con toda probabilidad a una severa condena para el hijo. Forzar la justicia hasta el punto de mentir podrá suponer la salvación de Bosco y la evitación de problemas para el imperio familiar. ¿Es solo el amor lo que mueve a María Zabala, o, como ocurre a menudo, está encubriendo con un motivo más noble (la preocupación por el hijo) unos intereses distintos, menos nobles y más prosaicos? Cada lector tendrá su respuesta.


Lo cierto es que las influencias de los Zabala llegan a los niveles más altos del poder político (este, a fin de cuentas, es siempre muy dependiente del poder económico: las campañas electorales son cada vez más caras y el dinero lo tiene quien lo tiene), y tampoco duda a la hora de movilizar a la Iglesia. E igual que con María, con el cura enviado por ella a ablandar a los padres de Iván se plantea la misma duda: ¿es sincera su petición de perdón y reconciliación o toda la retórica cristiana que despliega ante los Moncada es una forma de defender sus propios intereses (la mano de los Zabala también le da de comer a él en cierto modo)?


Los Zabala y su entorno, en fin, mostrarán toda su preocupación por Bosco, el culpable de las muertes, y ninguna por la víctima. En un juicio, preparado con el mejor equipo de abogados, con expertos en comunicación y asesores de imagen, con múltiples ensayos para cuidar todos los detalles y recursos escénicos, María Zabala será incapaz de recordar el nombre de la chica muerta en el accidente. Y más allá de toda esa preparación, está el convencimiento por parte de los banqueros de que el dinero lo resuelve todo y todo el mundo tiene un precio.


Días salvajes lleva al lector a las mansiones de los

multimillonarios, a los despachos del poder económico,

a los descampados de la droga o al duro mundo carcelario


Ambientes reconocibles y personajes con contrastes

Además de los temas de fondo, dos aspectos son especialmente relevantes en Días salvajes: la descripción de los ambientes y la construcción de los personajes. David Jiménez permite asomarse al lector, haciéndole sentir que está allí mismo, a las mansiones de los multimillonarios, a los despachos del poder económico, ocupados por la élite empresarial madrileña (“una mezcla de dinastías negacionistas de sus privilegios, caciques de pacharán y nuevos ricos sin curiosidad intelectual”), a los descampados en los que la droga hace estragos en cuerpos destruidos. O al duro mundo carcelario, con sus jerarquías, sus ritos y su violencia.


En cuanto a los personajes, estos componen una galería inolvidable. Como los Zabala, un matrimonio languideciente, en el que el sexo y el afecto se van extinguiendo. Ella, “entrenada desde niña para ocultar cualquier vulnerabilidad ante los demás”; él, un bohemio con inquietudes culturales al que el dinero ha atrapado como si fuera una trampa. O el atractivo grupo de cincuentones amigos de Luis, la autodenominada Asociación Ornitológica de Villaverde, en el que la amistad se sobrepone a cualquier diferencia política o, casi peor, deportiva. Maldonado, su mejor amigo, es un taxista al que los problemas de su trabajo están afectando en su vida familiar; la ornitología será su válvula de escape. Miguel Cabrera es el abogado de batalla que deberá enfrentarse a los poderosos bufetes que respaldan a los Zabala. Fran Sotillos, el vendedor de coches usados al que la vida ha maltratado, “seguía sin encontrar trabajo, novia o sitio en la vida”; vivía con su madre y tenía la sensación de que a todo el mundo parecía irle bien, menos a él.

Otro personaje especialmente atractivo es Elena, la psicóloga a la que acude Luis, que “lloraba pérdidas ajenas como si fueran propias” y en la que quizá esté el origen de la novela. O secundarios, como Yolanda, asistente a las terapias de grupo de Elena, o el presidiario Dani. Ambos encarnan las posibilidades inesperadas que ofrece la vida, las amistades que surgen en medio de la adversidad.


Otro gran acierto de la novela es que los personajes no sean de una pieza, sino complejos, ambivalentes, contradictorios. Así, Luis es un hombre de izquierdas de toda la vida que, ante el aumento de la delincuencia en su barrio, justifica la formación de patrullas vecinales. “Eso es tomarse la justicia por tu mano”, le reprocha su hija Marta. “Justicia, tú lo has dicho”, responde él. O María Zabala, cuya religiosidad no le impide moverse con soltura en un mundo de tiburones.


Con esos mimbres, David Jiménez ha puesto en pie una novela deslumbrante, rebosante de humanidad y reflexiones sobre los asuntos cruciales de la vida, en la que los buenos no carecen de miserias y los malos no dejan de tener su corazón y sus vulnerabilidades. Como dice Elena, un personaje con una importancia muy por encima de las páginas en que aparece en el relato: “También aquello que odiamos debe ser comprendido. Incluso el mal tiene sus circunstancias y no las conocemos todas”. Una novela que refleja esos contubernios entre políticos, poderes económicos e instituciones, para ayudarse mutuamente, que, si no son abiertamente corrupción, son la muestra descarnada de la desigualdad que domina en la sociedad. Pero que también plasma la capacidad de los seres humanos para ayudarnos mutuamente y salir adelante. Que enseña –de nuevo son palabras del personaje de Elena– que “no podemos reparar el pasado, pero somos dueños del presente y podemos definir el futuro”.


Un libro basado en la vida real

No son pocas las ficciones que utilizan, a modo de valor añadido, el hecho de estar “basadas en hechos reales”. Días salvajes, más que en hechos reales concretos, está basada en la vida real. Siendo pura ficción, está respaldada por una minuciosa documentación y por la inmersión del autor en los ambientes que luego reflejó en la novela. Destaca en ese trabajo previo su asistencia a las terapias de grupo de la asociación Alhelí de Málaga, en la que, escuchando a personas que han perdido a sus hijos (algunos, por suicidio), puedo entender mejor el modo de afrontar la pérdida y llevar el duelo en esos casos traumáticos. El personaje de Elena Moreno sale de esa experiencia real.


La muerte del personaje de Marta por el conductor kamikaze Bosco está inspirado en dos casos reales: la muerte de un joven de 20 años (Víctor López) por un kamikaze en la M-50, que llevó al padre de aquel a suicidarse, y el indulto de otro conductor, gracias precisamente a sus conexiones con el poder. David Jiménez utilizó también la revisión de sentencias en estos casos para ajustar el juicio que aparece en la novela a la realidad judicial y carcelaria de este tipo de homicidas.


Más allá de asuntos concretos, Días salvajes alude a cuestiones de actualidad, como las grietas del sistema judicial español o la capacidad de las élites para evitar las consecuencias de sus actos, poniendo en duda la igualdad ante la ley. Y sobre todo, enfrenta al lector con preguntas tan fáciles de plantear como difíciles de responder: ¿Qué está justificado hacer cuando ese sistema te deniega la reparación de la justicia? ¿Qué haríamos si nos robaran lo que más queremos? ¿Es la venganza una respuesta legítima frente a la impunidad?


Sobre el autor


David Jiménez fue durante dos décadas corresponsal en Asia y ha trabajado como reportero en más de treinta países. Sus libros han sido traducidos a diez idiomas e incluyen el superventas El director, sus memorias sobre el año que dirigió el diario El Mundo. También ha publicado Hijos del monzón, que obtuvo el Premio Internacional de Literatura de Viajes Camino del Cid; El lugar más feliz del mundo, que recopila algunas de sus crónicas y reportajes; Los diarios del opio, que acumula cinco ediciones; y las novelas El botones de Kabul y El corresponsal. El autor es Nieman Fellow por la Universidad de Harvard, maestro de periodistas y ha sido colaborador de los diarios The New York Times y Die Welt.



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