Cristina López Barrio gana el Premio Azorín con LA TIERRA BAJO TUS PIES, una novela de venganza, progreso y descubrimiento con las Misiones Pedagógicas como telón de fondo


Editorial Planeta. 304 páginas

Tapa dura con sobrecubierta: 20,90€ Electrónico: 9,99€


LA TIERRA BAJO TUS PIES, la obra de Cristina López Barrio ganadora del PREMIO AZORÍN DE NOVELA 2024, nos sumerge en una historia evocadora que destila emoción y conquista el corazón del lector.


Madrid, 1935. Cati es una joven cuya vida transcurre entre fiestas y tertulias en los cafés, hasta que la tragedia la golpea. Mientras busca su lugar en el mundo, el encuentro con una amiga de la infancia y con Manuel Bartolomé Cossío marcará su destino. Con las Misiones Pedagógicas, que llevaban la cultura a donde parecía imposible que llegara, viajará a un pueblo recóndito y, alojada en la humilde casa de los Salazar, Cati iniciará una relación con los miembros de la familia: Paciana, una viuda curtida en la venganza; su hijo, Fabián, apodado el Murciélago, y su hermano, Jeremías, un hombre maldito, por quien sentirá un amor inesperado. Su estancia le abrirá los ojos a otra forma de vida, regida por los designios del campo y las estaciones. Pero también se verá implicada en una vieja deuda de sangre y odio.


LA TIERRA BAJO TUS PIES es una inolvidable novela de amor, venganza y descubrimiento en los últimos años de la República.



MUJER EN LA ENCRUCIJADA 


No es fácil reducir a una etiqueta una novela con tantos puntos de interés como esta. ¿Es una novela de amor, de intriga, de venganzas? ¿Trata de una España desaparecida y de los proyectos regeneracionistas que vivió este país durante la II República? ¿De la revolución que puede suponer la cultura para las personas? Todo eso es y de todo eso trata; sin que ninguno de sus asuntos o líneas argumentales se imponga de un modo rotundo sobre los otros. Probablemente, cada lector se identifique con uno u otro según su particular inclinación y decida catalogarla según esa preferencia. Lo cierto es que los elementos de interés de La tierra bajo tus pies son múltiples, por lo que esta magnífica historia —respaldada muy justamente por el Premio Azorín— llegará sin duda a numerosos lectores.


Es, desde luego, una gran historia de amor. De amor volcánico, a contracorriente, contra las previsiones y las convenciones sociales; un amor que irrumpe en la vida de sus protagonistas como un tsunami que se lleva por delante cualquier cálculo, cualquier sentido de la prudencia. Es también la historia de una deuda de odio entre dos familias, arrastrada a través de los años y transmitida como una obligación a las nuevas generaciones. Y es un retrato de una España llena de contrastes y al borde del abismo.


Las citas que abren la novela son significativas acerca de su contenido. La de Dickens («Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos…») parece pensada para la España de 1935, en la que transcurre el relato. También aquí entonces convivían la sabiduría y la locura, la luz y las tinieblas. Era la belle époque y las vísperas de la guerra civil, los proyectos de modernización junto con el atraso de siglos, el esplendor, mientras crecían los nubarrones que anunciaban la tormenta, los sueños antes de la pesadilla. En cuanto a la otra cita, sobre «la necesidad absoluta de lo que no tiene utilidad», encaja como un guante en la importancia de algo aparentemente superfluo o secundario como es el arte. El arte y la cultura que los hombres de la Institución Libre de Enseñanza se empeñaron en llevar a los pueblos más perdidos de España a través de las Misiones Pedagógicas.



Cristina López Barrio desarrolla con mano maestra esa pluralidad de asuntos, homogeneizándolos

en un relato fluido, absorbente, que atrapa al lector desde las primeras páginas. Estas nos presentan

el Madrid luminoso de 1935, una ciudad que rompe sus costuras, en la que las mujeres fuman

y llevan pantalones, y una juventud acomodada encadena fiestas y bailes hasta el amanecer. La

aparente frivolidad no esconde el espíritu de modernidad que anima a esos jóvenes, más atraídos

por el arte que por la política. Entre ellos, destaca Catalina Skalo (Cati), la protagonista de la novela.


Cati, de veintitrés años y aire distinguido y extranjero, pertenece a una familia inconformista y

peculiar; una familia burguesa, pero culta, de costumbres poco españolas, nada convencional,

con un punto excéntrico y aventurero. La madre es sufragista y escribe crítica teatral. «Las

mujeres tenemos derecho al océano» es su lema. El padre, de origen eslavo, lee The Times y es

un genio de los números. Cati ha asimilado e interiorizado toda esa herencia, lleva en los genes

el anticonvencionalismo y el afán de libertad. Ha estudiado Pintura en la Academia de Bellas

Artes de San Fernando y es escenógrafa y figurinista en una compañía de teatro independiente.

Sostiene que los tiempos son otros, aunque la generación anterior (personificada en la novela por

el entrañable doctor Honorio Guzmán, buen amigo de la familia, padrino suyo, tan conservador

como buena persona) sostenga que los tiempos son los mismos de siempre.


Entre otras muestras de modernidad y progreso en la España

de los años treinta, destaca el avance de las mujeres. Como dice

un personaje, «ahora nos toca ser nosotras».


Mientras camina por Madrid de madrugada, tras una larga noche de fiesta, Cati confraterniza con

Paca, la trapera que hace su ronda por la Gran Vía, y a cuyo carro, conducido por un viejo burro,

se sube para acompañarla en su ruta, leyéndole los títulos de las películas que se proyectan. Con

toda su modernidad y su distinción, Cati, además de independiente, puede sentirse atraída por lo

primitivo, lo que explicaría más tarde su historia de amor con un hombre enraizado en la naturaleza.


La vida de Cati dará un giro radical cuando muere su

madre y, poco después, se encuentra a una amiga de la

infancia, Rosa. Rosa, otra mujer de su tiempo que estudia

Medicina y piensa que «ahora nos toca ser nosotras»,

le habla a Cati de su participación en las Misiones

Pedagógicas.


El personaje de Cati está inspirado en la escenógrafa

y figurinista Victorina Durán, una mujer que vivía

intensamente la modernidad de la época. Estudió en la

Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde tuvo

como profesor al pintor Julio Romero de Torres, con

quien trabó amistad, y cuyo atractivo arrasaba entre las

mujeres. En él está inspirado el personaje de Edmundo,

novio de Cati en Madrid.


Manuel Bartolomé Cossío:

el sueño de una España mejor


En el verano de 1935, el país está radicalizado. La

política es el nuevo opio del pueblo, dice un personaje.

«La política se lo está comiendo todo y deja mucho

odio», sostiene otro. «Había en las calles un rumor

lejano de disturbios» y, en ciertas zonas y ciertos

momentos, se sentía «la inquietud de la pólvora»,

leemos en la novela.


En esa España polarizada y llena de contrastes, la

Institución Libre de Enseñanza lleva años empeñada

en transformar el país a través de la educación. El

fundador y gran impulsor de la ILE, Giner de los

Ríos, hace años que ha muerto. Pero otros hombres de

otra generación mantienen su legado. Uno es Manuel

Bartolomé Cossío, pedagogo e historiador del arte. Y,

sobre todo, por lo que se refiere a la novela, impulsor

de las Misiones Pedagógicas, uno de los proyectos más

característicos de la ILE, como pudo serlo la Residencia

de Estudiantes. Las Misiones Pedagógicas se dirigían a la parte más atrasada y olvidada del país,

la España rural, a la que llevan libros, música, reproducciones artísticas, teatro y cine. Y la España

rural de 1935 era tan pobre y precaria que hoy nos cuesta imaginarla.


Cossío y sus compañeros de empresa habían querido empaparse de su realidad, y habían viajado

por los pueblos recónditos, durmiendo en fondas modestas, en pajares o al raso, escuchando a

la gente, descubriendo los «tesoros intangibles» que esconde esa España profunda: canciones,

leyendas, artesanía. Porque —sostiene— hay mucho que aprender del campo. La novela presenta

un convincente retrato de Cossío. Su apariencia luminosa, su entusiasmo, que vence a los achaques

de su edad ya avanzada y a su enfermedad, su energía por encima de la fragilidad, su actitud amable, la sensibilidad que transmite. Como buen institucionista, piensa que «a España, la salvación ha de venirle por la educación». Y que las Misiones también ayudarán —asunto nada desdeñable— a que las dos Españas, la rural y la urbana, se conozcan mejor.

Joaquín Sorolla,

Retrato de Manuel Bartolomé Cossío

Frente a los que piensan que, antes que cultura, hay que llevar pan a la España rural, Cossío

sostiene que su proyecto trata de llevar la alegría a esos pueblos; lo que traiga el futuro político, ya

se verá más tarde. A sus misioneros, Cossío les pide curiosidad y entusiasmo para llevar a cabo su

labor. Porque los nuevos tiempos con los que sueñan requieren de grandes dosis de ilusión y fe en

la humanidad y «en los actos pequeños, pero de grandes consecuencias para el espíritu».


Manuel Bartolomé Cossío, prototipo de hombre de la ILE,

promovió las Misiones Pedagógicas para llevar el arte y la

cultura a los pueblos olvidados.


Una Cati desorientada tras la muerte de su madre y la marcha de su aventurero padre a Extremo

Oriente, decide acompañar a Rosa en uno de sus viajes con las Misiones.

Aquí, la novela, como la vida de la protagonista, da también un giro. Tras el Madrid deslumbrante

y bullicioso del comienzo, la autora nos sumerge en la España profunda. No son dos novelas

distintas, sino una sola muy bien hilvanada, pero sí son dos mundos completamente diferentes

los que presenta. Porque La tierra bajo tus pies no se limita a rescatar la meritoria labor de las

Misiones Pedagógicas. No sería la magnífica y absorbente novela que es si no incluyera un relato

con excelentes ingredientes novelescos, como el amor, la intriga, la aventura o la venganza.


Luces y sombras del mundo rural


Cati recibe un encargo especial de Cossío, promotor de las Misiones. Los misioneros llevan su

cargamento de cultura a los pueblos y se vuelven a la ciudad. Plantan una semilla, pero nadie sabe

si esa semilla germinará. Está pendiente la tarea de ver si ha arraigado la semilla, si ha brotado la

flor. Y aunque Cossío no quiere que los jóvenes misioneros se involucren en la vida del pueblo,

hace una excepción y le pide a Cati que se quede unos días más. Cati será «la misionera en busca

de la flor, la misionera que queda en la retaguardia e investiga primaveras». Y se involucrará

mucho más allá de lo aconsejable. Llegará, por decirlo así, a una encrucijada en un doble sentido,

en tanto que cruce de cultura y naturaleza, y en tanto que situación difícil en la que no se sabe qué

conducta seguir.


El viaje lo hacen en autobús por caminos difícilmente transitables, y después en burro. Encabeza

la expedición Alejandro Casona, que es también el director del grupo de teatro, el Teatro del

Pueblo. En la baca del vehículo, atadas con cuerdas, llevan las tablas que servirán para levantar el

escenario, así como los rollos de tela de los decorados. Se imponen el voluntarismo, el entusiasmo

y el esfuerzo: van con cuatro tablones, dos o tres paneles y el vestuario que pueden conseguir y

entre todos organizan todo.


En burro, como ellos, hace su ronda semanal el médico rural. Pero, además de a él, la gente del

pueblo, recurre al melecinero, el curandero y sus recursos atávicos. El que hace las veces de Niño

campesino visitado por Misiones en los años treinta. Residencia de Estudiantes, Madrid. cartero,

«de alpargata rápida», lleva las sacas a cuestas por la sierra. Unos aldeanos supersticiosos, que

piensan que la luna llena embruja, les reciben con la boina en la mano y la mirada baja. No son

pocos los que muestran cierto recelo, maliciando que lo que traigan esos señoritos de la ciudad

sean discursos políticos.


Pero esos pueblos perdidos guardan también los tesoros intangibles que ya conocen los hombres

de la ILE y que se transmiten de generación en generación; sean los hermosos bordados que hacen

las mujeres a lo largo de su vida, incluso cuando la vista apenas les alcanza y parecen hacerlos de

memoria; o los romances que aventureros de la cultura como Menéndez Pidal y María Goyri venían

rastreando desde décadas atrás. No es raro que, cuando uno de los misioneros empiece a recitar

uno de esos romances, alguien del pueblo se arranque a decir el mismo con ligeras variaciones. Y

cuando asisten a una proyección de cine experimentan el mismo asombro que la pequeña Ana de

El espíritu de la colmena, incluso el miedo que sentían los primeros espectadores de los hermanos

Lumière cuando veían acercarse el tren.


Venganzas que se transmiten de padres a hijos, disputas que se

saldarán en la guerra civil… La novela muestra también esa

cara oscura de la España rural.


Quizá, lo peor de esos pueblos es algo que también se transmite de generación en generación:

las rencillas, los odios y las venganzas que se heredan como la tierra y son como un imperativo

familiar que debe asumirse. En el pueblo de la novela hay dos familias enfrentadas así. Una es la

del cacique Perfecto García, el terrateniente que hace y deshace; la otra, la de los Salazar, venidos

a menos.


La llamada del amor


Un miembro de la familia Salazar, Jeremías, es uno de los personajes más peculiares de la novela.

Cuando los misioneros se lo encuentran, les parece alguien de otro mundo. Jeremías, un montaraz

que pertenece al bosque, como los árboles o los animales, y cuyo lenguaje entiende, «olía a jara

de los desfiladeros… a sudor, a piel de animal, a entraña, a tomillo, mejorana y verbena. Era un

olor entre fragante y nauseabundo. Un olor de lo vivo y de lo muerto». Acostumbrado a dormir

al raso desde pequeño, había aprendido a ocultarse, a que su presencia fuera solo una sombra que

observaba sin ser vista. Jeremías no se plegaba a las normas de los hombres.


Cati se acercará a Jeremías Salazar, estableciendo con él una relación aparentemente insólita, pero de profundo amor. Hay aquí como un doble juego de espejos. Por un lado, es el anticonvencionalismo hereditario de Cati el que la lleva a entender a quien tampoco se adapta a la normalidad. Por otro, ese comportamiento suyo es un reflejo del de la familia Salazar, en tanto que en ambos casos se trata de la fidelidad a los antepasados. Y ese amor los transformará a ambos. Ninguno será el mismo a partir del momento en que se conocen y su pasión los llevará a romper con sus mundos respectivos para poder encontrarse el uno al otro salvando las diferencias de todo tipo que los separan.


Personajes y otros asuntos


Ni se puede reducir a una etiqueta ni se pueden resumir todas las sugerencias que contiene La tierra

bajo tus pies. Cuenta con una sólida galería de personajes: Edmundo, el novio frívolo y seductor

de Cati, que, cuando bailaba, «pintaba con los pies», capaz de bailar un foxtrot tras haber matado

a un hombre por accidente en una cacería. Jeremías, que encuentra en el cine un alma gemela en

otro marginal, Charlot, tras la proyección en la plaza del pueblo de la película Luces de la ciudad.

Paciana Salazar, la hermana mayor de Jeremías, «una mujer que había perdido la edad en una

sucesiva pila de desgracias, con los ojos montaraces de azul vivo, el cabello siempre empañuelado,

si no era por el luto de uno por el de otro… y curtida en la venganza», su hijo Fabián, a quien

apodan el Murciélago, porque se cuelga de los árboles cabeza abajo para llorar la reciente muerte

de su padre, y que se enamorará platónicamente de Cati, «los dos tenían un lado huérfano, y si los

juntaban —el de él, de padre, y el de ella, de madre—, formaban un huérfano completo». Ramiro,

el maestro imbuido de la moderna pedagogía que educa a los chicos con el objetivo de que lleguen

a pensar por sí mismos. O Roque, el alcalde que le dice a Ramiro que, en el pueblo, hay cosas

que las piensan todos juntos, y que es conocido como «el Bandolero» por su afición a los bandos

municipales; un alcalde pintoresco, permanentemente preocupado por la autoridad y sometido al

terrateniente, pero esencialmente honrado.


Si algunos asuntos de la novela están en primer plano, como la contraposición entre Madrid y el

mundo rural y una cierta reivindicación de este (frente a quienes piensan que los pueblos son la

cara negra del país, Cati replica: «quien lo haya dicho no ha puesto un pie en ellos»); otros son

más sutiles. Por ejemplo, se puede sobreentender que las disputas por las tierras que enfrentan a

algunos personajes se saldarán trágicamente poco después en la guerra civil. La importancia del

cine como motor de emociones (patente en el hermoso final, como aquella joya que entusiasmó

a los surrealistas, Sueño de amor eterno), ciertas escenas de gran fuerza plástica, casi oníricas en

la noche rural poblada de animales, o algunos medidos chispazos de realismo mágico son otros

elementos que terminan de redondear una excelente novela.


Sobre la autora


CRISTINA LÓPEZ BARRIO Nacida en Madrid, ejerció como abogada y se especializó en Propiedad Intelectual. Tras ganar en 2009 el Premio Villa Pozuelo de Alarcón de Novela Juvenil con El hombre que se mareaba con la rotación de la Tierra (2009), y tras la publicación de la novela La casa de los amores imposibles (2010), abandonó la abogacía para dedicarse plenamente a la escritura. En 2010 obtuvo el premio a la escritora revelación que otorga el conocido blog literario Llegir en cas d’incendi por La casa de los amores imposibles. Esta novela se ha traducido a quince lenguas y publicado en veintidós países, entre ellos Estados Unidos, Italia, Alemania, Brasil, Argentina, Suecia, Israel y México. Ha publicado las novelas El cielo en un infierno cabe (2013) y Tierra de brumas (2015). En 2017 fue finalista del Premio Planeta con Niebla en Tánger, que ha sido traducida al italiano, holandés, polaco y chino. Su anterior novela es Rómpete, corazón (2019). Con La tierra bajo tus pies ha obtenido el Premio Azorín de Novela 2024. 



 

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