Alejandro Narden, Premio Ateneo Joven de Sevilla, por HORIZONTE AQUÍ, "una reflexión sobre la arbitrariedad de los límites, sobre fronteras, entendidas no solamente como lindes geográficas"


 

Editorial Algaida. 264 páginas

Cartoné: 20,00€ Electrónico: 9,99€


El Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla acaba de cumplir 25 años. El ganador de la edición de este 2020 es Alejandro Narden gracias a la obra HORIZONTE AQUÍ. La novela arranca "cuando Ernesto cierra por última vez la puerta del apartamento de Hay Nahda, a las afueras de Rabat, donde residía mientras buscaba cerciorarse de qué fue de una exnovia desaparecida, tragada por la tierra de nadie que separa Sáhara Occidental de Mauritania. Vuelve a España sin respuestas, sin certezas que le ayuden a olvidar y seguir adelante, y coincide en el tren de Rabat a Tánger con un matrimonio francés -él de origen marroquí- que hace balance de su vida en común. Llevan cuarenta años casados y sólo ahora Anouar enseña a su mujer los lugares de su infancia, las calles que pisó antes de emigrar a Francia con su familia. Lo hace tras un viaje al enclave fronterizo donde su hermano, médico cooperante, murió en las postrimerías del genocidio ruandés. Sus conversaciones y remembranzas tejen todo el libro.


HORIZONTE AQUÍ es una novela repleta de hechos que no son ficción, de pedazos de las historias que me contaron migrantes mientras viví en el norte de África, de personajes que tienen por ahí un correlato. Es una reflexión sobre la arbitrariedad de los límites, sobre fronteras, entendidas no solamente como lindes geográficas. ¿No es nuestro propio cuerpo una frontera? ¿No funciona acaso igual la memoria? ¿Cómo establecemos el principio y el fin de algo?".


Antes de obtener respuesta para las preguntas anteriores, le damos la enhorabuena al autor por el Premio. Por cierto, ¿qué se agradece más, llegar a más lectores, el reconocimiento del Jurado, el dinero, cualquier otro aspecto?


La puerta que, justamente este premio, supone, el sumarme en su 25º aniversario a una lista de autores que a raíz de él han podido ir haciendo carrera. El ímpetu, por tanto, que me da para continuar escribiendo; la esperanza para pensar que esto es sólo un comienzo y que tiene sentido que le siga robando horas al sueño y a cuanto se me permite por la literatura.


¿Existe algún chispazo que alumbre tu libro o es una historia que venías madurando desde hace tiempo?


Horizonte aquí’ nace, justamente, de varios –muy ajustado vocablo– chispazos. Del viaje en tren que me llevó a mí mismo del barrio de Rabat en que residía entonces a Tánger para cruzar el Estrecho y acudir en Córdoba a una entrevista con Antonio Gala para que me aceptara o no entre los becarios de su fundación; de los testimonios que escuché en la fundación Gala por parte de personas como el periodista Alfonso Armada –corresponsal 12 años en África– y de los que recordé haber escuchado durante mi estancia en Marruecos y a lo largo de otra estadía posterior en Túnez y, en última instancia, de mi propia obsesión por las fronteras y por todo lo que, siendo considerado real e inamovible, funciona con mecanismos parecidos a los de la ficción.


Dicen que las primeras novelas de un escritor son las más autobiográficas. ¿Se cumple el tópico en tu caso?


Lo es parcialmente, sí, puesto que muchos personajes tienen un correlato real. Utilizo historias de migrantes a los que conocí y el paralelo con mi propia biografía para sustentar una ficción –a la verdad de esa ficción está supeditado todo– que espero que sea capaz de suscitar una reflexión y unos cuestionamientos más o menos hondos. Pero, en definitiva, el carril que guía ‘Horizonte aquí’ son las historias de amor de Ernesto, incapaz de pasar página tras la desaparición de Carlota, y de Anoar y Lilou, matrimonio sexagenario que hace balance y que, con la perspectiva que da el tiempo, se pregunta si no tomaron decisiones irreversiblemente equivocadas. Es probable de hecho que sea con ella, con Lilou, el personaje a priori más lejano a mí, con quien sin embargo mejor me identifique, no coincidiendo ni uno solo de sus hechos con ningún acontecimiento propio.


¿Marruecos, o mejor, la cultura árabe es un protagonista más?


Sin Marruecos, sin mi estancia allí y luego en Túnez, ni habría devenido periodista ni habría descubierto el escritor que quiero ser, o lo que mi forma de mirar puede tener de particular y, por tanto, qué demonios tengo yo que decir. Así que espero haber sido justo con el Marruecos que retrato y también con una cultura árabe que me salpica quiera o no: el horrible filólogo árabe que soy está en el sustrato del periodista y del escritor, y es quizá fruto del adolescente soñador que quería ser como Ibn Battuta o como Sir Richard Burton. Más allá, todas las zonas donde se desarrolla ‘Horizonte aquí’ están escogidas por las fuertes connotaciones que pesan sobre ellas: Sáhara Occidental, según la ONU, aún terreno pendiente de descolonizar (otra vez bullendo, tras la ruptura del alto el fuego); Ruanda, Marruecos, Gibraltar… Siempre se trata de señalar fronteras.


Si fuera cuestión de porcentajes, ¿cuánto habría de ficción y cuánto de investigación en esta novela?


Investigación es mucho decir, respeto demasiado la Academia y a quienes saben, también en disciplinas de Letras, trabajar con método científico. Pero sí hay obviamente mucha no ficción: existe un Kaine, hay médicos cooperantes a los que les sucedió lo mismo que a Nawel, hay una niña que sufrió lo que Ignatienne tras el genocidio en Ruanda o incluso existieron los beisbolistas del desierto, retratados por el periodista argentino Leonardo Faccio. Incluso es cierto que viví un accidente de coche como el que sucede o, por supuesto, son reales los contrastes de los extremos de Hay Nahda. Sin embargo es necesario apuntar algo perentorio: todo, por real que sea en origen, forma parte de una novela, es por tanto 100% ficción, y como tal ha de tomarse.


Una pequeña cuestión literaria. En el eterno debate entre forma y fondo, ¿qué te interesa más, qué cuentas o cómo lo cuentas?


No concibo pensar en un qué sin un cómo: Sebald, Marías, DeLillo o Teju Cole; aunque tenga predilección por ciertas temáticas, un libro dice una u otra cosa dependiendo de cómo esté construido. Me gusta la frase “contextuada y circunstanciada” (Rafael Sánchez Ferlosio); me gusta esa sintaxis que siendo un artificio consigue fluir torrencialmente, casi como si imitara el flujo del pensamiento, me gusta cuando se explicita que un libro es un artefacto hecho de palabras y que sólo a través de ellas se navega por tiempo y espacio (Mathias Enard). ¿Sobre qué trata el Tristram Shandy? Decir eso sería decir muy poco. Lo cual no quita para que, por supuesto, prefiera a autores que en cierta medida parecen dejarse la sangre en lo que hacen, crear mundos con los que se comprometen profundamente y que te suscitan ideas o preguntas. O que son casi una enmienda a la totalidad, como la genial Lectura fácil, de Cristina Morales.


Y otra. La novela ¿es más verosímil que real o al revés?


Pues, honestamente, no sabría qué decir. Seguro hay quien diría que muchos de los sucesos narrados podrían ser incluso poco verosímiles, de no ser por cómo condiciona esa visión el hecho de que la propia sinopsis advierta de la veracidad de algunos de ellos. Tiene de real que, como la realidad, hay de pronto cosas que se desencajan o que no casan con la expectativa (precisamente por construirse con hechos); y de verosímil que al final todo responde a la lógica del sentir de unos personajes que actúan para bien o para mal de maneras muy humanas.


Sobre el autor


Alejandro Martín, alias Alejandro Narden (Plasencia, 1987). Escritor. Periodista en EL PAÍS. Licenciado en Filología Árabe por la Universidad de Salamanca (USAL) y Máster en Creación Literaria por la Pompeu i Fabra (UPF) y en Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Residente de la XI promoción de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Ha ejercido como profesor y gestor cultural y residido en ciudades como Rabat (Marruecos), Roma (Italia), Barcelona, Susa (Túnez), Córdoba o Madrid.

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