Sergio Hernández muestra en LA ÚLTIMA CANCIÓN DE PRIMAVERA unos personajes inolvidables cargados de lírica, dolor y vida en estado puro
Olé
Libros. 140 páginas
Rústica:
16,35€
LA ÚLTIMA CANCIÓN DE
PRIMAVERA es una colección de tres relatos dramáticos ambientados
durante la última noche de invierno en la ciudad de Tokio. La
búsqueda del sentido de la vida, el desamor y la desilusión bailan
al ritmo del jazz y de la música de los años 70 para susurrarnos
los miedos y heridas de una sociedad posmoderna atormentada por su
propia condición humana. LA ÚLTIMA CANCIÓN DE PRIMAVERA, que rinde
tributo a escritores como Haruki Murakami, Paul Auster o Milan
Kundera, es en sí misma una reflexión sobre las llagas que cubren
nuestro corazón en el siglo XXI, y que nos definen como seres vivos
que luchan desesperadamente por humanizarse en un mundo privado de
afecto.
Sergio Hernández se vale
de personajes inolvidables para conformar un imaginario narrativo
cargado de lírica, dolor y vida en estado puro.
¿Por qué La última
canción de primavera es una obra compuesta por tres relatos?
Desde el principio tuve la
necesidad de contar una historia íntima y honesta, que retratase la
sensación descorazonadora de la madrugada en la ciudad de Tokio. Una
novela era un formato demasiado extenso y que requeriría de muchas
más capas para contar esta historia, sin embargo, tres relatos
podían sintetizar ese sentimiento de una forma mucho más sencilla y
asequible para el lector. A mi parecer, fue la extensión adecuada.
¿Cómo un autor
valenciano termina escribiendo una obra ambientada en Japón?
Debemos entender que
vivimos en una sociedad en la que el neoliberalismo y el capitalismo
han calado por completo en el imaginario afectivo y social. Cada vez
nos autoexplotamos más, nos exigimos con voracidad. Caminamos hacia
la deshumanización de una forma alarmante. Las emociones han quedado
reducidas a detalles, pese a que alardeamos de ellas de forma
pornográfica en redes sociales. Japón es el paradigma de este
movimiento sociológico en el que nos hallamos inmersos, la
posmodernidad. Y Tokio, más concretamente, es el gran ejemplo de
ello. Una ciudad repleta de seres que apenas se mira y se tocan, que
se recluyen en casa durante años o que se explotan hasta vías
insanas. Ambientar esta historia en Tokio era prácticamente una
exigencia del guion. Si quería hablar acerca de la posmodernidad, de
las heridas del alma en este siglo XXI, tenía que hacerlo en sus
calles. Era el escenario más verosímil.
¿Cuál es el germen de
La última canción de primavera? ¿En qué momento nace la semilla
de esta historia?
En mi caso todo nace de
las imágenes. También esta obra. A veces las ideas surgen sin
esperarlo; otras, tras perseguir los detalles que tengo la cabeza y
unirlos con mucho cuidado. Siempre trabajo a partir de un concepto o
sensación que me obsesiona. Tiro de esa cuerda hasta que tengo una
idea general de la obra. Es un proceso complejo pero muy íntimo.
Esta vez apareció ante mí un veinteañero que debía dejar a la
novia de su mejor amigo por él.
¿Cómo podrían
sintetizarse los tres relatos de una forma clara y sencilla?
Los tres tienen muchísimos
elementos en común. Principalmente, su forma de tratar las
emociones. Además, estos seis personajes tratan desesperadamente de
encontrar su lugar en un mundo que les ha dado la espalda. El primero
está más focalizado en la veintena y en la forma atroz en la que
puede llegar a condicionarnos el pasado. El segundo ahonda en las
diferencias generacionales y en la capacidad del tiempo a la hora de
transformarnos en personas totalmente distintas a quienes solíamos
ser. Finalmente, el tercero explora algo tan delicado como la
redención en la vejez.
Desde el título está
presente la música. Es más, cada relato se presenta bajo la cita de
un músico célebre: Ian Curtis, Duke Ellington y Patti Smith. Jazz y
rock de los años 70. ¿Por qué adquiere tanta importancia este
elemento en tu narración?
Como decía antes, vivimos
en un mundo posmoderno. Estamos constantemente rodeados de estímulos
que condicionan nuestra forma de comprender el mundo. Anuncios,
música, colores, publicidad… Todo ello es imprescindible para
entender la cultura pop. Por ello, sería impensable tratar de
escribir un relato realista sin incluir algunos de estos elementos.
Pese a todo, y como músico, concibo la vida de una forma
intrínsecamente musical. Estamos rodeados de ella en todo momento.
Hasta el silencio es música. Una vez entiendes eso, es inevitable no
mimetizarse con ella e incluirla en los mundos que creas. En este
caso hay un intertexto muy especial entre la música y los
protagonistas del libro. Quien sea capaz de descubrir todo el
subtexto que esconde cada canción se topará de lleno con muchas más
capas de las que pueden leerse solo mediante las palabras. Todo está
pensado y elegido con atención, en esta obra nada es casual.
Incides mucho sobre las
llagas y las heridas del alma humana. ¿Cómo llega uno a la
conclusión de que debe escribir sobre ese imaginario del dolor?
Creo que, para llegar a
esta conclusión, para escribir con la convicción de enunciarse
desde el dolor, hace falta comprender el momento tan frágil que
estamos atravesando a nivel humano. Mi generación, la generación
millenial, es la más deprimida y atormentada de todas. La depresión,
la ansiedad y otras patologías de carácter psicológico han
arrasado entre la gente en la veintena y treintena. Nos sentimos más
solos en el mundo que nunca, y lo que es más preocupante, hay una
tendencia positivista que no ayuda a comprender los laberintos
emocionales que nos oprimen. Es abrumador, pero real. La literatura
siempre debe tener un compromiso social, una voluntad por apelar a la
época en la que escribe y tratar de sintetizar sus problemas. Por
tanto, escribir desde el dolor, desde el aislamiento, es una forma de
apelar a esos sujetos atravesados por la melancolía y la soledad.
Por esas personas heridas que no comprenden muy bien qué está
pasando en su vida. A mi generación nos educaron para ser los
mejores en todo, para ser lo más preparados, pero nadie nos dijo qué
hacer cuando las cosas no funcionaban. Si comprendes ese pesar, esa
sensación pegajosa y difícil de despegar del cuerpo, entonces tomas
la decisión de escribir historias como esta.
Una de las cosas más
llamativas son las fuentes de las que bebes. Desde escritores hasta
directores de cine, dramaturgos, músicos o artistas del cómic. Un
escritor que no solo lee, sino que vive la cultura en primera
persona. ¿Cómo de importante es la transversalidad en tus
influencias?
La transversalidad es
clave para desarrollar un imaginario complejo y capaz de entender la
cultura y el arte desde muchos lenguajes y códigos. Un artista que
quiera nutrirse al máximo debe ir al cine, debe leer narrativa,
poesía y cómics, ir al teatro y visitar museos, escuchar música
sin cesar y vivir. La complejidad de todo ello radica en hacerlo con
sensibilidad, en estar atento a esos pequeños detalles. Hay que ver
el mundo a través de unos ojos que no son los habituales, hay que
estar receptivo y sensible para que todos esos discursos culturales
calen y te ayuden a construir un imaginario coral, compuesto por
material de todo tipo. Creo firmemente que, si un escritor solo se
limita a escribir y a leer, por muy profesional y apto que sea para
ello, jamás llegará a tener una visión global del concepto que
quiere desarrollar. La transversalidad es clave. En este caso, y
vinculado a ‘La última canción de primavera’, fue tan
importante Haruki Murakami (escritor), como Inio Asano (dibujante y
guionista) o Wong-Kar-wai (cineasta). De no haberme empapado de su
obra, esta historia jamás habría podido llegar a escribirse.
¿Te consideras un
escritor de mapa o de brújula? Cuéntanos cómo ha sido trabajar en
este proceso creativo.
Siempre de mapa. Me gusta
mucho la sensación de andar siguiendo la brújula sin conocer muy
bien el camino. Aunque eso solo me funciona cuando he diseñado un
mapa detallado del trayecto que voy a realizar. Sé el lugar desde el
que parto, así como el lugar al que quiero dirigirme. Conozco los
sitios en los que apearme y cuánto tiempo debo estar en ellos. Sin
embargo, hasta que no planifico todo a la perfección no me lanzo a
emprender la aventura. Luego siempre me permito improvisar y cambiar
las cosas que no funcionan, pero sin un mapa es posible que acabase
perdido en la primera bifurcación, y eso no me lo puedo permitir si
quiero vivir algún día de la escritura.
Además, eres filólogo,
guionista y locutor de radio. ¿Cómo ha influido esta formación en
tu imaginario narrativo?
Por fortuna ha influido
positivamente. Siento un amor incondicional hacia el mundo de las
letras y de la lengua. Estudiar filología me ha servido para
comprender cómo no debía hacer las cosas y me ha enseñado los
secretos de los clásicos. Una vez vives eso, es imposible que no
termine calando en tu imaginario creativo. A su vez, mi trabajo como
guionista y locutor de radio me ha permitido la posibilidad de estar
en contacto con la cultura, comprenderla mejor y ser capaz de
acercarme hasta agentes culturales que me han apoyado y aconsejado
siempre acerca de las mejores decisiones artísticas. David Trueba,
Isabel Coixet, o Icíar Bollaín son algunas de las personas de las
que más he aprendido. Cada día doy gracias por esas oportunidades
que brinda el periodismo y la prensa. Los filólogos deberían estar
más cerca de los medios.
Sobre
el autor
Sergio Hernández
(Valencia, 1994) es filólogo hispánico por la Universitat de
València, guionista y locutor de radio. En 2015 publica su primera
obra, 365 primeras citas, donde expone su visión lírica y emocional
del mundo. Ese mismo año comienza a trabajar en el programa
radiofónico Play Cultura y tan solo unos meses más tarde da el
salto al mundo audiovisual, adaptando su libro al formato
cortometraje y haciéndose eco en RTVE.
Desde entonces ha estado
fuertemente ligado a la cultura y a las letras, trabajando en decenas
de proyectos vinculados al mundo del cómic y del periodismo y
colaborando con algunos de los agentes culturales más significativos
del panorama nacional.
Su obra está influenciada
de forma transversal por novelistas, dibujantes y directores de cine.
Destacando, entre otros, Haruki Murakami, Inio Asano o Wong-Kar-wai.
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