Ana Alonso nos lleva en LOS COLORES DEL TIEMPO al mundo encorsetado de las mujeres de la primera posguerra y a la España llena de «secretos, máscaras, mentiras que se exhiben y verdades que se ocultan»



Editorial Planeta. 320 páginas

Tapa dura con sobrecubierta: 19,90€ Electrónico: 9,99€


A través de Adela, de Carmen, de Mercedes, de Federica Montseny o de Gloria Fuertes, Ana Alonso nos lleva en su última novela, LOS COLORES DEL TIEMPO, al mundo encorsetado de las mujeres de la primera posguerra y a la España en blanco y negro de los años cuarenta, llena de «secretos, máscaras, mentiras que se exhiben y verdades que se ocultan». La escritora asegura que "Adela, la protagonista, es un personaje con muchos matices, con muchas contradicciones. Y creo que su mayor fortaleza es su vulnerabilidad. En la España de 1948, Adela tiene miedo de algunas cosas, pero no teme sentir ni reconocerse en sus emociones. Eso la vuelve mucho más valiente que la mayoría de las personas que la rodean.


Tampoco tiene miedo de equivocarse. Equivocarse es revolucionario. Implica riesgo, exploración. El que se encastilla en la rutina y no intenta nada nuevo nunca se equivoca. Para cambiar el mundo hay que estar dispuesto a equivocarse mucho. La conciencia de que has cometido errores te vuelve más flexible, más empático hacia las equivocaciones de otros, más ecuánime. Todo eso lo tiene Adela. Es apasionada, puede encolerizarse fácilmente ante la injusticia, pero también es capaz de autocrítica y de rectificar cuando cree que debe hacerlo.


En esta novela, desde una posición nada equidistante —la protagonista es una militante anarquista represaliada—, he querido recuperar los matices de esos años, tanto en lo sensorial, a través de las descripciones, como en lo moral. No todos los que rehicieron su vida después de perder la guerra traicionaron sus ideales; se reconstruyeron a partir de las condiciones que les tocó afrontar. Y no todos los que partieron al exilio fueron héroes. Sobrevivir con dignidad cuando has perdido, reinventarte en un ambiente hostil... fue la historia de millones de españoles, y merece ser contada".


Algunos apuntes narrativos


Para Adela, encajar en la sociedad provinciana de León, en el ambiente cerrado y asfixiante de un pueblo de montaña o en el Madrid gris de escombro resulta doloroso. No se adapta a vivir en la sospecha, a que la miren de reojo o a mantenerse siempre en guardia frente a los delatores mientras los suyos se consumen en la guerrilla o se colocan la máscara del Régimen y piden «té especial» en las cafeterías de moda. Para ella, que nació obrera en Barcelona y luchó en la defensa de la ciudad por un mundo más justo e igualitario, lo peor es la impostura, y a eso no se acostumbra. El deseo de revolución late en la maestra, en la lectora compulsiva, en la costurera, en la madre imperfecta, en la mujer cuya vida se truncó en el Pirineo un día del año aciago en el que se perdió la guerra.


Adela nunca llegó a comprender lo ocurrido ese día. Hasta que empieza a encontrar respuestas en el lugar más insospechado: las páginas de la novela romántica Una mancha de carmín. Las claves ocultas en la historia parecen contener una invitación para recuperar los colores de aquella revolución soñada. Pero ¿qué margen le queda a una maestra represaliada para luchar por una sociedad mejor?


Devolviendo los colores a la vida


Ana Alonso nos sitúa a finales de la década de 1940. Sin renunciar a la crítica política y social, devuelve el color a unos años que imaginamos en blanco y negro, como las imágenes del NODO. Del mismo modo, tendemos a pensar que las ideas y las vidas de aquellas gentes eran también en blanco y negro: buenos y malos, ganadores y perdedores. La autora aborda el reto a partir de dos elementos destacados. Por un lado, las descripciones, llenas de olores, colores, sabores y cargadas de sensualidad cuando es preciso. Los vestidos, la comida, las bebidas, el campo, la ciudad… se describen con los sentidos.


Los personajes forman el segundo elemento destacado por su capacidad de insuflar vida a una España alejada de los tópicos. La autora los ha dotado de un volumen psicológico que evita el maniqueísmo tan 9 frecuente al tratar sobre la posguerra. No hay «malos» per se, ni «buenos» de una pieza. Todos actúan de acuerdo con unas motivaciones, que van desde los sentimientos básicos a intereses políticos y económicos. Ana Alonso dosifica la documentación. Lo hace desde la acción y los diálogos, sumergiendo al lector en el período sin atosigarlo con datos e información adicional sin peso narrativo.


Estructura y punto de vista


LOS COLORES DEL TIEMPO se estructura en dos partes, con treinta y cuatro capítulos. La primera parte se desarrolla en la ciudad de León y en Pardesivil, una pequeña localidad agrícola en el municipio leonés de Santa Colomba de Curueño. La segunda discurre de forma íntegra en Madrid. Hay varias escenas en el pasado, aunque rememoradas desde el presente. Los destinos de ese viaje temporal son Barcelona y Madrid, durante la República, la aldea catalana de Sant Sebastià, al final de la Guerra Civil, y Valladolid, ya en la posguerra.


La historia está narrada en una tercera persona focalizada en Adela. Conocemos la visión y las opiniones de otros personajes a través de los diálogos y de varias cartas; la correspondencia escrita era un elemento de comunicación fundamental en aquel periodo. El punto de vista de Adela no es equidistante. La protagonista es una militante anarquista represaliada, a través de cuya mirada Ana Alonso —como ella misma indica en la introducción del dossier— quiere recuperar los matices de aquellos años, tanto en lo que se refiere a la vida cotidiana como a los aspectos éticos.


Madurez, amor y suspense


La novela se mueve con soltura en diferentes registros y con elementos propios de distintos géneros. El conflicto principal trata sobre los esfuerzos de Adela por tomar las riendas de su vida en unos años en los que a las mujeres se las consideraba incapaces de hacerlo y pasaban de la tutela del padre a la del marido. La independencia femenina era sospechosa e indeseable. El personaje va creciendo conforme avanza la trama.


LOS COLORES DEL TIEMPO juega también con distintas formas de amor: el de Adela por su hija, el de las novelas románticas —un detonante argumental—, el amor formal y condicionado de dos hombres muy distintos, que marcan la vida de la protagonista, y el sexo en su versión física y liberadora. En una fantástica metáfora, Ana Alonso crea un doble juego triangular unido por las iniciales de los nombres de sus protagonistas: en la novela romántica Una mancha de carmín lo forman Esteban, Aurora y Coral; en la vida real, Enrique, Adela y Carmen. A la incertidumbre por el destino de Adela debemos sumar unas buenas dosis de suspense, propiciadas por una pregunta que la tortura desde el principio: ¿qué pasó en el Pirineo para que se rompieran los lazos sentimentales y de amistad entre Carmen, Enrique y Adela?


Los protagonistas


ADELA CRUZ Maestra de escuela. Es viuda y tiene una niña de nueve años, LUCÍA. Trabajó como modista en Barcelona. Desde joven militó en la CNT. Combatió con el bando republicano y acabó la guerra en una pequeña célula —Enrique, Carmen y ella— de los servicios secretos. Huyó de Catalunya en un camión, que fue interceptado en un control de carreteras nacional, y la trasladaron a Valladolid. Estaba a punto de dar a luz y, por su comportamiento, la ingresaron en un psiquiátrico. Tras el parto tuvo una crisis nerviosa que la sumió en la ceguera durante más de un año. Un psiquiatra jubilado, DON AVELINO, la ayudó a recuperar la vista a cambio de que sirviera en su casa. Con su apoyo, Adela retuvo a su hija y concluyó los estudios de Magisterio. La destinaron como maestra a León. En una España en la que se exalta la raza, parece una extranjera por su pelo cobrizo, herencia materna. «Con ese pelo y esa forma de mirar, no eres lo que se espera en una maestra», le dice don Marcos.


Carmen Valdés Escritora que, en los años treinta, publicaba en la colección anarquista La novela ideal. Era una mujer sencilla, que procedía de una familia adinerada. Conoció a Adela cuando fue a su taller a probarse un abrigo. Su amistad evolucionó deprisa. Carmen militaba en la CNT y conocía a sus dirigentes. Durante la guerra, ambas formaron parte de la misma célula. Tras la derrota, Adela no volvió a saber nada de ella.


Enrique Aldara Periodista anarquista. Un hombre generoso, alegre y con mucha fe en sí mismo. Adela y él vivieron juntos en Sant Sebastià. Murió antes de que naciera Lucía, su hija. Una misión en el Pirineo —la intercepción de un agente doble en la frontera— supuso el principio del fin. Nada volvió a ser igual entre ellos.


Don Marcos Sacerdote. Ingresó en el seminario de León a los nueve años. Su madre murió en el parto y su padre se casó en segundas nupcias. Es un hombre guapo, de ojos claros, amable e irónico. Simpatiza con Adela, a la que intenta ayudar. Tiene contactos en Madrid que pueden echar una mano a la maestra.


Doña Mercedes Inspectora educativa. Es una mujer alta, de cabello castaño y facciones algo masculinas; una perfecta servidora del Régimen, partidaria de la palmeta y del catecismo. No soporta a Adela, ya que duda de su fidelidad al Estado y a la Iglesia.


Don Serafín Cura párroco de Santa Colomba de Curueño, municipio al que pertenece Pardesivil. Es amigo de don Marcos, por lo que ayuda a Adela a establecerse en su nuevo destino.


Señor Bernabé y la señora Clara Dueños de la casa en donde viven Adela y Lucía. Clara es una mujer guapa y enérgica. Su hija OLVIDO se convierte en la mejor amiga de Lucía. Bernabé y Clara se casaron por las tierras, en un matrimonio concertado, aunque luego «nos fuimos cogiendo ley».


Manuel Un maquis que vive oculto en las montañas que rodean Pardesivil. Militó en la CNT y fue minero antes de la guerra. Su presencia despierta sensaciones que Adela creía dormidas.


Antonio Rejas Editor. Antiguo periodista, vivió en Madrid y se mantuvo fiel a la República. Hijo de buena familia, los amigos le evitaron represalias. Publica la novela Una mancha de carmín, en apariencia un plagio de otra que Carmen escribió para La novela ideal. Adela se pone en contacto con él para averiguar quién la ha escrito.


Mercedes Directora del colegio Santa Teresa, que forma parte de una orden con centros en toda España. Es hermana de un antiguo compañero de don Marcos. Anda buscando mujeres cultas y bien formadas para su escuela; el cura le recomienda a Adela.


Doña Julia La nueva patrona de Adela. Apenas sale de su piso y delega las tareas en su hija PETRA, de quince años. En el piso, además de Adela y Lucía, se alojan un viajante y un médico jubilado y viudo. Forman una comunidad bien avenida y cimentada en el aburrimiento compartido.


Unos cameos de lujo


A lo largo de LOS COLORES DEL TIEMPO aparecen personajes reales. Ana Alonso los introduce de forma natural, sin forzar situaciones ni crear escenas ad hoc. Gloria Fuertes Poeta, 1917-1998. Amiga de Mercedes, la directora del Santa Teresa. Es hija de un ujier y de una costurera. Trabaja como secretaria en una oficina. Manuel Pertegaz Modisto, 1918-2014. Acaba de abrir una tienda de alta costura en Madrid. Tiene otra en Barcelona. Una de sus empleadas puede que conozca el paradero de Carmen. Asunción Bastida Modista, 1902-1995. Una innovadora que introdujo el pret-à-porter y el uso del algodón en la alta costura. Adela cosió para ella antes de la guerra. EugeniO D’Ors Escritor e intelectual, 1881-1954. Impulsor de La Academia Breve, difusora del arte contemporáneo en la España de posguerra. Adela asiste a una de sus exposiciones. Jesús de Perceval Pintor e ilustrador, 1915-1985. Antonio lo conoce a través de la editorial, ya que le ha diseñado algunas cubiertas. María Laffitte condesa de Campo Alange. Escritora, 1902-1986. Activa en círculos literarios, impulsa iniciativas en favor de las mujeres. Cree en el feminismo, desde una perspectiva de derechas. Federica Montseny Política y escritora anarquista, la primera mujer ministra en España, 1905-1994. Irrumpe en la vida de Adela con su seudónimo de la clandestinidad: Fanny Germain. Camilo José Cela Escritor, 1916-2002. Asiduo del café Gijón, al que suele acudir don Marcos.


Una pequeña sinopsis


Nunca se había pasado por el quiosco antes de abrir la escuela, pero aquel martes se desvió porque la quiosquera acababa de recibir una remesa de novelas a las que podía echar un vistazo antes de que abrieran. A Adela le sorprendió el detalle. Al principio, lo interpretó como un gesto de amistad. Vistos los sucesos posteriores, acabó por pensar que fue una trampa de la inspectora de educación, en busca de evidencias contra su idoneidad para educar niñas. Fue don Marcos quien la detuvo y le advirtió de la visita de la inspectora al colegio y le pidió que le dejase los libros. La visita de doña Mercedes estuvo a punto de acabar mal. La mujer descubrió que Adela había quemado en la estufa la palmeta de clase. Tampoco halló pruebas de que educara a sus alumnas según los preceptos del Régimen y de la Iglesia. Tras la visita de la inspectora, don Marcos se dejó caer por la casa de Adela. Le pidió que le acompañase a visitar a dos hermanas, una de las cuales quería cumplir una promesa encargando un manto para la Virgen. Adela podría confeccionarlo y embolsarse un dinero extra. Cuando leyó una de las novelas que se llevó del quiosco, Una mancha de carmín, Adela descubrió que era idéntica, salvo detalles, a otra que su amiga Carmen publicó durante la República en la colección La Novela Ideal. Dispuesta a denunciar el plagio, se puso en contacto con la editorial.


Antes de la guerra, Carmen y Adela eran amigas íntimas. Afiliadas a la CNT, Adela colaboraba en campañas de concienciación dirigidas a las obreras del textil y ayudaba a Carmen a corregir las pruebas de sus novelas. Juntas asistieron al III Congreso de la CNT, que se celebró en Madrid en junio de 1936. Allí conocieron a Enrique. Antes de que le llegaran noticias del editor de Una mancha de carmín, Adela recibió un telegrama que cambiaría su vida: la Delegación de Educación suprimió su plaza y le asignó una vacante en Pardesivil, un pueblecito remoto.


Mucho más que un marco histórico


Ana Alonso sumerge al lector en la época. La historia empieza en 1948, en plena posguerra. Recrea la época desde la acción y los diálogos, eludiendo el contenido exclusivamente documental. El marco histórico forma parte de la esencia de la novela.


Escasez, racionamiento y estraperlo. Desde las primeras páginas de Los colores del tiempo está muy presente la escasez de combustible y de alimentos. El frío y el hambre. «Aquel frío de León entraba a cuchillo en los pulmones y ella no estaba acostumbrada. No se acostumbraría nunca». El frío era permanente y omnímodo: en la calle, en la escuela, en casa. El carbón se conseguía mediante cupones y tras una larga cola en días señalados. Lo mismo sucedía con los alimentos esenciales: cupones y colas. Lucía se queja en varias ocasiones de que tiene hambre. «No tenemos huevos. Compraré un par de ellos si puede ser para el domingo. Sabes lo que cuestan», le responde Adela cuando la niña insinúa la posibilidad de comerse un huevo frito con patatas. También había dificultades para encontrar tela con la que confeccionar prendas de vestir. A pesar de su habilidad como costurera, Adela no logra disimular que el vestido que acaba de coser para Lucía está hecho a partir de una funda de colchón. Ella misma lleva cartón dentro de los zapatos porque las suelas están agujereadas y no tiene dinero para repararlas. Sin embargo, las familias pudientes —y el cura don Marcos— acudían al estraperlo, a los productos de contrabando. Es muy interesante, también, el contraste entre los ámbitos urbano y rural. En Pardesivil hay familias con muy escasos recursos, aunque casi todo el mundo cuenta con algún pequeño huerto y algún animal para alimentarse, además de lo que se podía conseguir en el monte. «Es que yo no puedo dormirme así. Me rugen las tripas.» (Lucía a su madre)


Anarquismo antes y después de la guerra Ana Alonso recupera las luces del anarquismo más solidario. A través de la militancia de Adela y Carmen somos testigos de su lucha por mejorar las condiciones de trabajo en la industria y su papel dinamizador en los campos de la cultura y de la enseñanza. En los capítulos situados en Pardesivil está muy presente la sombra del maquis, partidas de hombres desesperados, antiguos militantes republicanos en lucha contra la guardia civil y el hambre. Por la noche, algunos de ellos se acercan a los pueblos y a las casas aisladas para robar alguna hogaza de pan, algún huevo y, si hay mucha suerte y no los descubren, algún pequeño animal, como una gallina o un conejo. A pesar de que casi todas las familias del pueblo tienen algún pariente que se ha echado al monte, es un tema del que solo se habla en susurros o con indirectas. Es muy curiosa la distinción que se produce entre los maquis «nuestros» —hijos del pueblo— y los «otros», procedentes de otros lugares. «Al final, todo había salido mal. Ladrones, bandoleros, salvajes que vivían como las alimañas. Eso era lo que quedaba de la revolución.»


Triple retrato social En Los colores del tiempo conocemos tres realidades sociales y económicas muy distintas: la de Madrid, la de una pequeña capital de provincias y la de un pueblo en un valle remoto. A través de los ojos de Adela recorremos sus calles y conocemos a sus gentes. Un elemento común es el del abismo que separa las clases sociales. Cada cual tenía su lugar y la mezcla no se acababa de tolerar. A Adela, por ejemplo, la miran raro cuando entra en la cafetería Victoria, de León. No se viste ni se peina como las mujeres que frecuentan el lugar. No es de las suyas. Y se nota. En Pardesivil también se palpan las diferencias entre quienes tienen algo y quienes no. En una de sus primeras impresiones sobre Madrid, Adela contrapone «las señoras elegantes con sombreros vistosos y abrigos de pieles, y los hombres con puro y gabardina» a «los niños desarrapados que andaban por todas partes, descalzos, sucios y solos». Es demoledor, también, el retrato del conservadurismo castrador que preside las relaciones sociales. La gente no veía bien que curas como don Marcos anduvieran con la cabeza descubierta. En los pueblos era imposible una relación de cualquier tipo entre hombres y mujeres fuera de lugares supervisados, como la iglesia. «Yo no la juzgo, pero no le voy a consentir que convierta mi casa en un burdel», le espeta Bernabé a la protagonista cuando insinúa que quizás se haya visto en secreto con Manuel, un maquis. Esa frialdad se transmite, también, a los rituales familiares en el ámbito rural. El beso está casi desterrado, incluso en las relaciones paternofiliales.


Un doble problema: educación y educación de la mujer Con ese mismo «juego de contrastes», Ana Alonso nos muestra el abismo que separa la educación de pobres y ricos, y las de los habitantes de las ciudades y de las áreas rurales. En las dos escuelas nacionales en las que trabaja, se espera de Adela que ofrezca la formación esencial a un alumnado que está destinado a trabajos poco cualificados. A la inspectora educativa le preocupa más la enseñanza del catecismo que cualquier disciplina académica; tampoco entiende que la maestra no utilice la palmeta para hacerse respetar. En Pardesivil, además, se añade el reto de formar a una mezcolanza de chicos y chicas de todas las edades. Suman cuarenta y cinco en total, y más de la mitad son varones; media docena de niños y niñas de más de doce años apenas sabe leer. En cuanto empezaba el buen tiempo dejan de ir a clase para ayudar en casa o en las tierras. Por las noches, la escuela se convierte en la taberna del pueblo. Una maravillosa metáfora. Formada durante la República, Adela innova continuamente para captar la atención de sus alumnos. Frente a esa triste realidad se alza el colegio Santa Teresa, pensado para las élites del Régimen y las clases pudientes. Tanto en León como en Pardesivil conocemos a dos niños ciegos que son abandonados a su suerte, sin educación alguna. ¿Para qué educarlos? Cuando Adela se ofrece para enseñarles Braille, la única condición que le ponen es que no cueste dinero. Ese panorama educativo empeora cuando se centra en la mujer. Su papel secundario en la sociedad de la posguerra tiene su equivalente en la escuela, sobre todo en los colegios a los que van las hijas de familias pobres. Están condenadas a ser ciudadanas de segunda y, por tanto, no precisan de una educación que vaya más allá de lo que les será preciso saber para cumplir con sus obligaciones laborales o domésticas. «También las hay que se empeñan en ir a la universidad como si fueran hombres y luego no pueden con la carga y enferman.» (Doña Julia a Adela)


Apuntes de la Ana Alonso sobre LOS COLORES DEL TIEMPO


¿Cómo y por qué nació la novela? Nació de la escucha. A los niños de la guerra se les suele preguntar sobre aquellos años para confirmar nuestros prejuicios sobre ellos. No se les pregunta sobre lo que vivieron, sobre sus inquietudes, sus momentos de asombro... ¡Eran niños! Esta novela nació sin querer nacer. Nació de los días penosos del confinamiento, en 2020, cuando la única manera de comunicarme con mi madre de ochenta y siete años e invidente consistía en pasar horas al teléfono. Para alimentar la conversación empecé a preparar entrevistas sobre su infancia. Y lo que me contaba tenía colores, tenía texturas, vida. Se me ocurrió relacionarlo con una idea para una novela protagonizada por una maestra represaliada, como doña Filo, la maestra de mi madre en la posguerra.


Una suma de experiencias personales Para «ver mejor» los años cuarenta pedí a amigos que pasasen mis entrevistas a sus padres. El resultado fue mágico. Los hijos descubrieron cosas que ignoraban sobre sus progenitores. Y ellos se sintieron escuchados. Me llegaban testimonios de ancianos y ancianas hablando de sus juguetes, de su primer tebeo, de los juegos. Habían sido niños en contextos distintos: algunos tuvieron familiares en el maquis, otros eran hijos de gerifaltes del franquismo, los había de familias de derechas y de izquierdas. Me brindaron una visión caleidoscópica y multicolor de aquella realidad compleja.


Hacia un nuevo tipo de heroína Hay muchas novelas sobre la posguerra protagonizadas por mujeres y algunas son fantásticas. Lo que echo en falta es un enfoque feminista de las historias. Porque los criterios que definen el triunfo o el fracaso, el atractivo o el carisma de los personajes siguen siendo los del patriarcado más rancio: la heroína es la que se juega la vida, la que se sacrifica por un ideal; o bien es una víctima que ha renunciado a controlar su vida porque no puede controlar el mundo. Sin embargo, para mí la heroína es la que da vida, la que crea a partir de la destrucción, la que antepone el cuidado de sí misma y de los demás a las grandes palabras y a los eslóganes de uno y otro bando. Ser buena no es lo que nos habían dicho. No es renunciar a todo. No es arriesgarlo todo. No es encastillarse en un papel de víctima permanente. No es ser más fiel a una idea que a ti misma.


La reivindicación de la literatura popular La novela reivindica la literatura popular de aquellos años: desde las novelas rosas anarquistas, con tiradas de hasta 50.000 ejemplares, hasta los tebeos y los suplementos infantiles de los periódicos. No me interesan los escritores ambiciosos y pagados de sí mismos que se reunían en el café Gijón. Me atraen Gloria Fuertes, Gianni Rodari, los creadores de una nueva literatura infantil sin moralejas e imaginativa. Enseñaron a los niños y niñas a sentirse libres, a creer en la imaginación, a inventarse sus propios mundos. Si no fuera por ellos, yo no sería escritora. Como autora de libros infantiles, quería rendirles un homenaje.


¿Novelas rosas anarquistas? La colección La Novela Ideal y otras novelas anarquistas o comunistas para mujeres que se publicaron en la República y durante la Guerra Civil no tienen mucho interés, literariamente hablando, pero me parece que conforman un fenómeno social muy interesante. La lectura emancipó a muchas mujeres, les abrió los ojos. Por otro lado, es interesante la mezcla de ideales revolucionarios y prejuicios ancestrales sobre el rol de la mujer en la sociedad que transmiten esas novelas.


Los rescoldos culturales de la República en la posguerra Tenemos una idea equivocada de nuestra cultura en los años cuarenta. En el arte, en el teatro y en la literatura sobrevivieron y florecieron los rescoldos de las vanguardias de los treinta. Pensemos en revistas como La Codorniz, en La Academia Breve de D’Ors, en la obra de Sáenz de la Calzada al frente del Centro Dramático Nacional —Sáenz de la Calzada había formado parte de La Barraca—. La esterilidad artística asociada al franquismo no llegó de golpe. Fue algo más tardía, a partir de los cincuenta. Hicieron falta muchos años para barrer los vestigios de la ebullición cultural de la República. Todo esto se refleja también en Los colores del tiempo.


El personaje real que inspira a don Marcos Mi padre colgó los hábitos en la época de Juan XXIII. Aunque pertenece a una generación posterior a la de los protagonistas de la novela, en el personaje de don Marcos he querido reflejar una imagen diferente a la que tenemos del clero de posguerra. En la iglesia se refugiaban muchachos de familias pobres y rurales que querían estudiar. Abundaba la gente brillante. Y había más libertad para leer y debatir que fuera de la Iglesia. Eso no significa que la Iglesia fuese una institución progresista, ni mucho menos. Mi padre sufrió presiones asombrosas cuando decidió que quería abandonarla. El obispo Almarcha de León le instó a llevar una doble vida, «como tantos otros», en lugar de salirse. Y, cuando obtuvo la dispensa para dejar el clero, el obispado lo «desterró» de León. Le prohibió volver, arrogándose un poder que no tenía.


Un homenaje a las maestras rurales Las maestras rurales de posguerra eran a menudo mujeres muy jóvenes que llegaban de la ciudad y se convertían instantáneamente en una de las fuerzas vivas del pueblo. Su papel no se limitaba a dar clase. Tenían que preparar funciones para todo el pueblo, llevar la voz cantante en las ceremonias religiosas, cortar el pelo a las niñas y vestirlas el día de la primera comunión, ayudar a las familias a repartir una vaca o un prado para que las porciones tuviesen la menor cantidad de ángulos posibles, dar clases de alfabetización a los adultos, dirimir pleitos por cuestiones de lindes, ir a rezarle a Santa Susana cuando caía pedrisco, recibir el ramo y la serenata nocturna la víspera de las fiestas, escribir y coregrafiar los cantamisas. Eso era empoderamiento. Se volvían muy seguras, fuertes, resolutivas. Mi madre, a quien dedico el libro, es una mujer así.


Años de cambio en la moda… y en la sociedad Me gusta el mundo de la moda. Me parece que las pasarelas han anunciado algunos de los cambios sociales más significativos en las 29 últimas décadas. Eso fue lo que ocurrió en 1947 con el New Look de Dior. Rompía con todo lo anterior, abandonaba la austeridad militar de las siluetas de la posguerra para proponer unas siluetas muy femeninas, con hombros suaves, faldas en forma de «corola» de flor y cinturas muy ajustadas. Era el anuncio de la expansión económica y la sensualidad materialista de los cincuenta. En el libro, la moda está muy presente por ese papel de precursora de nuevas formas de pensar y de vivir. Las alusiones a la ropa están muy cuidadas en la novela.


Los derechos de la mujer Los años cuarenta marcaron un punto de inflexión en los derechos de la mujer. Gran parte de las conquistas se gestaron durante la Segunda Guerra Mundial. Y, en España, durante la República y la Guerra Civil. La movilización masiva de hombres llevó a las mujeres a asumir puestos de trabajo que hasta entonces estaban reservados a los varones. Y el trabajo, con la independencia económica que comporta, es un requisito indispensable para la emancipación. Son los años de las grandes pensadoras del siglo XX, como Hanna Arendt o de Simone Weil. Simone de Beauvoir publica El segundo sexo en 1949. La conquista de los derechos de las mujeres fue una empresa colectiva, no solo una iniciativa de los líderes políticos. La hicieron posible nuestras madres y abuelas.


La amistad entre mujeres Hacen falta más libros sobre amistades entre mujeres: reales, profundas, apasionadas, duraderas. Todavía oímos demasiado a menudo afirmaciones como que «las niñas son menos inocentes y más malas que los niños» o que «las mujeres son malísimas unas con otras». Son mitos absurdos que condicionan la visión de sí mismas de las niñas y las adolescentes. A estas generaciones tenemos que ofrecerles modelos de colaboración y de solidaridad entre mujeres, no pueden crecer alimentándose de historias en las que las chicas compiten por el amor de un chico o por ser las más atractivas y populares de la clase. La camaradería femenina puede ser diferente de la masculina en sus dinámicas, pero no es menos auténtica.


Sobre la autora


ANA ALONSO es poeta y novelista. En el terreno poético, ha recibido reconocimientos como el premio Hiperión, el premio Ojo Crítico, un accésit del Adonáis o el premio Manuel Acuña en México, entre otros. Como autora de novela infantil y juvenil, ha obtenido el premio Barco de Vapor, el premio Anaya y dos premios Templis a la mejor saga española. Su obra se ha publicado en diversos idiomas, desde el francés o el alemán hasta el japonés y el coreano.

 

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