Rodrigo Cortés describe en LOS AÑOS EXTRAORDINARIOS un recorrido valleinclanesco por el siglo XX a través de los recuerdos y viajes de Jaime Fanjul


LITERATURA Random House. 360 páginas

Tapa blanda con solapas: 17,95€ Electrónico: 8,54€


LOS AÑOS EXTRAORDINARIOS recoge las memorias de Jaime Fanjul, nacido en Salamanca en 1902 en el seno de una familia burguesa apasionada por las serpientes, y nos propone un recorrido valleinclanesco por el siglo XX a través de sus recuerdos y viajes. No hay clave fundamental del siglo que esta prodigiosa novela no evoque: de la llegada del mar a Salamanca al breve auge de los coches impulsados por el pensamiento; de la terrible crueldad de las cárceles portuguesas a la guerra de los de Alicante contra España (y los holandeses contra el resto del mundo); de las hazañas del Miseno, barco submarino transitador de túneles, a las insólitas habilidades de los teósofos, capaces de levitar unos centímetros por encima de la silla; de la llegada —boca abajo— del hombre a la Luna al cambio de ubicación de la ciudad de París en 1940.


En LOS AÑOS EXTRAORDINARIOS caben los niños con poderes antiguos, los esclavos que aterrorizan a sus amos, los fantasmas con ropa de sastre, las jovencitas de ochenta años, los judíos que cambian el tiempo, las peleas a puñetazo limpio con monjas bravas, los talleres de estropear cosas... Jaime Fanjul recorre el mundo contando lo mucho que le pasa y lo poco que aprende. Serio, observador, sin queja, rememora su camino con humor imprevisible y aliento poético.


Rodrigo Cortés es, además de uno de los mejores cineastas del actual panorama español, un escritor sin igual. La aparición de Los años extraordinarios lo sitúa entre las voces más destacadas de nuestras letras. Y todo gracias a una ficción que muestra una historia alternativa del siglo XX. Así pues, una ucronía de tintes valleinclanescos cuyo protagonista es una mezcla del don Quijote de Miguel de Cervantes, el Gulliver de Jonathan Swift y el Marco Polo de Italo Calvino.


«De mi padre recuerdo dos cosas. Cómo paseaba con las manos a la espalda desde que se cruzó un día con Unamuno y Unamuno lo dejó pasar. «Es un hombre muy sensato», me decía mi padre. «A todos enfada». La segunda es la forma que tenía de mirar el mar como si siguiera viendo encinas. Mi padre se había convertido en un hombre muy delgado, casi transparente. Tenía el aspecto de quien ha tenido ganas y se le han pasado.»


LOS AÑOS EXTRAORDINARIOS narra la vida de Jaime Fanjul Andueza, un salmantino nacido en 1902 que se pasa los primeros veinte años de su vida haciéndose el tonto y que, además, puede comunicarse con los fantasmas. Pero el protagonista de esta historia es un hombre que no da importancia a nada y que silencia las cosas extrañas que le ocurren no tanto por temor a la reacción de sus vecinos como por sentir que, en el fondo, nada merece que se le preste demasiada atención. De hecho, la realidad que rodea a este personaje no sólo es extraña para él, sino también para el lector, puesto que el narrador nos transporta a un mundo en el que no existe la lógica y en el que, por ejemplo, los coches funcionan con el pensamiento, Salamanca consigue tener playa y la Guerra Civil española fue una lucha de todo el país contra los alicantinos.


«Los primeros días de playa fueron gozosos y también ásperos. Convertida la muralla en malecón, había que bajar a la Aldehuela, más al este, para bañarse. Durante seis semanas los bañistas se cruzaban con los cadáveres que los voluntarios sacaban del agua. La Vega había quedado sumergida. El Puente Romano. Los dos arrabales. De Santa Marta de Tormes no quedaba nada. Tampoco de Carbajosa de la Sagrada. Se enviaron hombres a caballo para saber si en Peñaranda estaban bien.»


El mundo creado por Rodrigo Cortés es mágico, sí, pero también realista. Es como si el hecho de que las estrellas se apaguen a medianoche, de que los piratas sean grandes conocedores de la obra de Spinoza o de que los barcos se sumerjan tal que si fueran submarinos, no tuviera una especial relevancia. El autor ha construido una realidad que no se rige por las leyes de la física a las que estamos acostumbrados y que, sin embargo, no se diferencia tanto de la que todos conocemos. De alguna manera, Cortés se limita a introducir pequeñas imperfecciones en nuestro entorno, consiguiendo de este modo hacer el mundo más hermoso y, a la vez, interesante. Porque, ¿acaso no es curioso –y a la vez inofensivo– saber que los parisinos se cansaron de vivir en un margen del río Sena y decidieron trasladar toda la ciudad a la orilla contraria?


«Los piratas de aquel tiempo eran en verdad temibles, no como los de antes. En el siglo XVIII, por ejemplo, se depredaba con cierto honor y la violencia era tan plástica que compensaba las molestias. Casi todos eran corsarios, estaban al servicio de la corona (cada uno de la suya). Si no necesitaban de verdad el botín, lo devolvían a cambio de unos aplausos. Los siglos anteriores fueron aún más plácidos. Pero de 1920 a 1929 dejó de regir el Convenio de Pillaje, cada país iba por libre, valía todo, ancha es Castilla, los piratas abordaban el barco y empezaban a quitarle la razón a todo el mundo, se enfrascaban en debates que no llevaban a nada, con todo se atrevían: Sócrates, Hume, Epicuro, Agustín de Hipona. (Hablaban de filosofía siempre, salvo de san Agustín, que los piratas encontraban irrefutable).»


Jaime Fanjul permanece en Salamanca hasta los veinte años, pero un día decide conocer mundo y se marcha a París. A partir de ese momento, nunca se detendrá. De hecho, hacia el final de su vida él mismo se definirá como un hombre que se ha pasado «la vida andando». Y razón no le falta, porque, durante cincuenta años vivirá tanto en ciudades reales (Salamanca, París, El Aaiún, Guarda, Londres. Cambridge, Nueva York, Nápoles, Roma, Arezzo…) como irreales (Espuria, Blumerbee, Nakhonruang, Almakán y Grávida, entre otras).


«En Espuria se sometía a los funcionarios a todo tipo de pruebas. El nuevo alcalde, por ejemplo, tenía que cruzar el río a nado junto al alcalde saliente, después de emborracharse juntos y de recitar algo bonito. Al alcalde saliente, loco por soltar la vara, se le veía siempre radiante, la desnudez le sentaba bien. El nuevo lucía más mohíno.»


Y, además, habrá tenido tantas profesiones que incluso resultan difíciles de enumerar: alfarero, anarquista, gigoló, mecánico de bicicletas, quiromántico y tarotista, estropeador de aparatos… Y conocerá a tantas personas extrañas que, al final de sus días, no podrá más que recordarlas con una sonrisa: la bruja con la que tuvo amoríos en Portugal, las Siete Damas que vivían en un lago escocés, los cuatro espíritus que se le presentaron en la cima del Mont Blanc… Eso por no hablar de las mujeres a las que amó, entre las que destacan Justine (que le dio dos hijos) y Zamora (la niña que crecía con demasiada rapidez).


«Justine tenía una belleza etérea que yo, amante devoto, podía contemplar durante horas. Vivíamos a las afueras de Cambridge, en una casa de dos pisos, como todo el mundo. En el piso de abajo estaban la sala de estar y la cocina; arriba, 3 dos habitaciones medianas y un baño. Nunca hablábamos de descendencia, pero nos entregábamos a cuanto se recomienda para tenerla; ni en Salamanca me iba a la cama tan pronto. Cambridge me gustó enseguida, llena como estaba de estudiantes, en eso me recordaba a Salamanca. Iba pedaleando a todas partes.»


Con todos estos elementos Rodrigo Cortés compone una novela que mezcla lo verosímil con lo inverosímil y que consigue que dudemos sobre la veracidad de cuanto nos relata. Una novela prodigiosa con explosiones de humor repentinas –‘París era una fiesta que nadie aguantaba ya (…)’- y con un aliento poético que puede hacernos pensar en Valle-Inclán, Cela, Galdós, Calvino o incluso García Márquez.


¿QUIÉN ES JAIME FANJUL ANDUEZA?


El protagonista de Los años extraordinarios nació en Salamanca el 18 de octubre de 1902, durante el reinado de Carlos VII y durante la transición consensuada entre la IV y la V repúblicas. Su padre regentaba una mercería que permitía a la familia vivir cómodamente, mientras que su madre tiraba el tarot a los vecinos, realizaba viajes astrales y hablaba con los muertos.


«Mi madre decía que podía cruzar las paredes, pero que casi nunca lo hacía, sólo si tenía mucha prisa, si sonaba el despertador y se había quedado dormida en el despacho, por ejemplo. Entonces se lanzaba contra la pared de los cuadros de caza, recorría el pasillo entero sin mover apenas los pies y atravesaba el tapiz de damasco hasta su dormitorio, para caer en su propio cuerpo haciendo ondear las sábanas.»


Tuvo varios hermanos: Benito, Andresa, Elena -que murió al poco de nacer- y una segunda Elena. Jaime no tuvo mucho trato con ellos porque, a los veinte años, abandonó Salamanca y no regresó hasta los setenta. De hecho, Jaime Fanjul tomó las riendas de su vida a esa temprana edad, cuando decidió dejar de hacerse el tonto y encauzar su futuro. Su primera decisión, y en verdad la que habría de guiar sus pasos por siempre jamás, fue salir a conocer mundo, y no parar de viajar. De hecho, nadie mejor que él mismo para definir este afán por estar siempre en movimiento: «(…) no me rindo nunca, yo no dejo de nadar. Pierdo, pero no me rindo».


«El más allá está, por ejemplo, situado un metro por encima de nuestra dimensión. Ahí mismo. Por eso es tan habitual ver fantasmas sin la mitad inferior del cuerpo. Si se les llama, a veces acuden y a veces no, no hay forma de anticiparlo, pero, si aparece uno, hay que mostrarle respeto: no les gusta que los interrumpan y no regalan su confianza. Tampoco hay que asustarse: salir corriendo ante un fantasma es una imperdonable falta de delicadeza. Les cuesta mucho formarse. Los fantasmas tienen una forma especial de organización, no hay jerarquía, pero sienten un respeto primario por los de mayor antigüedad. Se quejan de que acumulan conocimiento, pero no experiencia, así no crece el espíritu. Unos extrañan la carne y otros no. Como no esperan mucho de los demás, no hay malentendidos.»


Jaime Fanjul recorrió Europa, Estados Unidos, Asia y el Norte de África, y ejerció innumerables profesiones, entre las que cabría destacar la de terrorista de una organización anarquista tan coherente con su filosofía que incluso se planteaba ponerse una bomba a sí misma; la de ‘estropeador’ de aparatos que funcionaran bien, negocio que le llevó a abrir una cadena de talleres por toda Francia; y la de tarotista, profesión que ejerció sin siquiera saber cuál era la diferencia entre los arcanos mayores y los menores.


«Mi primer atentado tuvo muy buenas críticas. Me preocupé de despejar la calle Saulnier y la bomba reventó dos joyerías. La prensa recogió el suceso con leves tintes antisemitas que me entristecieron mucho, pero que fueron bien recibidos en la Francia de Dessolles, poco dada a los matices. Obtuve los parabienes de Manuel, que no olvidó hacerme notar dos o tres fallos, todos filosóficos.»


Durante todos aquellos viajes, conoció a todo tipo de personas, siendo especialmente relevante el amor de su vida, Justine, con quien tuvo dos hijos: Martín y Anna. Pero tampoco se pueden olvidar a las brujas, los místicos, los teósofos y los demás personajes extraños con los que fue tropezando, entre ellos una niña, Zamora, que crecía a un ritmo más acelerado que el resto de los mortales y que en pocos años pasó de la infancia a la vejez para desesperación del protagonista.


«Zamora lo hacía todo por mí: me soplaba la sopa, me pelaba la fruta, me cortaba la carne, me daba el yogur, que no era yogur, sino una especie de kéfir semilíquido con frutos rojos. Se echaba la siesta muy cerquita, justo al lado, bien pegada a mi cama, en una butaca color burdeos, con la cara apoyada así, contra el dorso de la mano, tan tranquila (a veces).»


Durante todos estos viajes, Jaime Fanjul aprendió muchas cosas, pero quizá convenga destacar las ideas que generó ya en su vejez, cuando llegó a la conclusión de que uno tiene tantas personalidades como vidas ha experimentado a lo largo de su existencia. Pero también descubrió la que sin duda es la lección más importante de esta novela: que son los otros los que acaban definiéndonos como personas: «Lo que soy o he dejado de ser lo he sabido siempre por los demás».


«Nada he pretendido ser. Miro dentro de mí y no encuentro certezas, dos o tres presentimientos, ninguna meta más que la de no buscarlas (…). He hecho las cosas bien y mal, de todas he aceptado las consecuencias. No he hallado en el mundo nada que no buscara ni buscado nada que no me conviniera, no he aprendido lección a la que no atendiera ni atendido a nada que me fuera útil.»


LOS VIAJES DE JAIME FANJUL


El protagonista de LOS AÑOS EXTRAORDINARIOS es uno de los viajeros más impenitentes de la literatura española contemporánea. Un hombre que, además, elige los destinos sin ningún motivo aparente, más que el deseo de moverse. De hecho, él mismo dice: «¿Qué es llegar a un lugar sino dejarlo atrás? No hay como alcanzar un objetivo para convertirlo en simple escala». Pero, eso sí, en todos los lugares en los que recala –sean reales o fruto de la imaginación del autor– le ocurren cosas extraordinarias. Estos son algunos ejemplos:


Salamanca: Jaime Fanjul nació en una Salamanca en la que los coches funcionaban impulsados por el pensamiento. De hecho, el padre del protagonista tuvo uno de los primeros vehículos de ese tipo que llegaron a España. Por desgracia, el fabricante dejó de producirlos porque se dio cuenta de que, salvo en Alemania, en los otros países nadie pensaba. Por otra parte, en aquel entonces los salmantinos estaban hartos de no tener mar y organizaban manifestaciones para exigir al gobierno que revirtiera la situación. Y el 23 de abril de 1918 «llegó a Salamanca el mar».


«Salamanca no había cambiado nada, que es lo que le pasa siempre a Salamanca. El gobierno expropiaba y expropiaba, derribaba cuanto edificio podía para construir la Gran Vía, que al final tampoco fue tan grande (pasado el entusiasmo inicial, acabó por llamarse Calle Ancha). Cerca del Mercado del Grano, junto a la Casa de las Muertes, es donde vive ahora don Torrente Ballester, que me partió la cara una vez, pero en Madrid. Sin consecuencias. A mí me han partido la cara varios gallegos.»


Espuria: Espuria es un territorio mítico inventado por Roberto Cortés en Los años extraordinarios. Se trata de la segunda capital de España y, al contrario que en Madrid, sus habitantes siguen normas de lo más absurdas: a todo el mundo le gusta pelear -incluso las monjas, que boxean con los transeúntes-, el alcalde entrante tiene que cruzar el río a nado con el homólogo saliente, los ciudadanos están obligados a saber tocar un instrumento…


«España era, en 1919 –junto con Grecia–, el único país de Europa con dos capitales, aunque sólo en España estaban las dos tan juntas. Madrid era el centro administrativo: ministerios, museos, bancos centrales, embajadas. La corte. En Espuria estaba la universidad, los toros, los teatros. La vida.»


París: Cuando Jaime Fanjul llegó a la capital de Francia en la década de los 20, la ciudad estaba construida a un lado del Sena y, cuando regresó unos cuarenta años después, estaba en el otro. Los parisinos la habían trasladado de una ribera a la contraria y el protagonista se da cuenta de que el lugar donde vivió en su juventud ya no es el mismo.


«Notre Dame, el Sagrado Corazón, la estación de San Lázaro, el Arco del Triunfo, el Grand Palais, habían sido trasladados al París nuevo, piedra a piedra. Los Inválidos, el Barrio Latino, el Louvre, la Conciergerie, se habían reconstruido siguiendo los planos originales, hasta el más 5 mínimo detalle, aunque con mejores materiales. Saint-Germain-des-Prés, el Moulin Rouge, la Santa Capilla, no eran sino nuevas versiones –a veces reinterpretaciones– de los edificios viejos. También había lugares nuevos que el viejo París nunca tuvo, como los Jardines de Luxemburgo, hechos a imitación del Primer Imperio, o Le Marais, pasta de boniato para turistas.»


São Bento (Azores): Tras pasar una temporada en El Aaiún, donde tiene experiencias místicas en el desierto, y en Guarda (Portugal), donde tiene amoríos con una bruja de doscientos años, el protagonista llega a la isla de São Bento, donde nació la lengua inglesa. Al parecer, un labrador decidió crear un nuevo idioma tras comprobar que el conde del territorio no le hacía caso hablando en portugués. Con los años, el mismísimo Shakespeare viajó a la isla para mejorar la gramática.


«São Bento es la única isla de las Azores en la que se habla inglés, e inglés solamente. Acabé allí después de mucho caminar y de nadar un poco, sin saber una sola palabra de aquella lengua; nunca me han gustado los retos, pero intento aceptarlos como vienen, sabedor de que la vida los procura, en cualquier caso. Resultan confusas las razones por las que el portugués quedó relegado a lengua muerta en São Bento. Parece que fue allí, y no en Inglaterra, donde se sembraron las primeras semillas del inglés, por una apuesta campesina, en el siglo X.»


Escocia: Tras una temporada en Londres, donde coincide con el blitz de la II Guerra Mundial y donde conoce al amor de su vida (Justine), y tras otro periodo en Cambridge, donde llegan al mundo sus dos hijos (Martín y Anna) y donde trabaja como tarotista, Jaime Fanjul y su familia se instalan en Blumerbee, un pueblo escocés en cuyo lago viven Siete Damas con quien el protagonista charla. Además, en ese lugar su hijo Martín mostrará estigmas en las manos y su hija Anna hablará en lenguas muertas.


«Las siete mujeres, con sus siete temperamentos, se nutrían de cualquier cosa que se moviera, ave o mamífero. A veces se comían a algún forastero. La fauna del lugar estaba muy informada y, aunque sintiera sed, nunca bebía de allí, de modo que las ninfas salían a cazar de noche y regresaban al agua antes de la salida del sol, con alguna ardilla en la tripa.»


Nueva York: Los emigrantes llegan a la isla de Ellis en avión y, una vez allí, son propulsados hasta Manhattan por unos ventiladores enormes que les hacen volar. En esta ciudad, Jaime Fanjul perderá a su esposa, que morirá de tristeza al no poder estar con sus hijos, a quienes mandaron a un internado.


«Ya en los viejos tiempos, los inmigrantes acababan abandonados a su suerte después de someterse a espulgamiento; la mayoría se quedaba junto a la orilla contemplando la barrera de rascacielos del sur de Manhattan, tan cerca, tan lejos. Quienes no sabían volar, buscaban a quien supiera para subirse a su espalda. Quienes intentaban cruzar a nado, a veces lo lograban, a veces no, por los remolinos. Pronto se montó un servicio oficioso de transporte que la ciudad, oficialmente, no aprobaba, pero tampoco combatía: dos docenas de muchachos voladores, la mayoría italianos, que tomaban a los inmigrantes por las axilas y los dejaban en Battery Park por un dólar o dos.»


Thansuokr (Camboya) y Nakhonruang (Mudra): En el pueblo de Thansuokr, el protagonista conoce a un niño que vive en una jaula de madera y ve a un dios gigante saliendo de la selva. Y en Nakhonruang descubre que las cabras son sagradas y que la gente sólo se las come si antes las han atropellado.


«Una vez vi cómo el dios de aquella selva salía de su cueva, grande como un dinosaurio, y alzaba la cabeza hasta perderse entre las nubes; ni lo derribaba el viento ni lo importunaba el agua. No adoptaba una forma concreta (a veces tenía tres patas, a veces cuatro), era gris como una ballena y sus ojos, no menos de seis, se deslizaban, derritiéndose, hacia el cuello. Me escondí detrás de una maraña de raíces para que no me matara allí mismo. Fue cuando se me puso el pelo blanco.»


Egipto: Jaime Fanjul se ve obligado a volver a Francia recorriendo una serie de países de Oriente Medio y del norte de África porque el carguero en el que viajaba se fue a pique. Así, durante dos años cruza la India, Pakistán, Irán, Irak, Jordania, Egipto, Libia, Túnez, Argelia y Marruecos. De hecho, en Egipto se instala en Almakán, una ciudad con 66 pirámides en la que tiene una experiencia mística en un laberinto de galerías subterráneas.


«Almakán no tiene la fama que tienen El Cairo o Lúxor, pero tiene sesenta y seis pirámides -una de ellas más alta que la de Guiza- y ciento veinte templos. No hay forma de caminar por Almakán sin pisar un muerto.»


Nápoles, Grávida y Arezzo: El protagonista quiere llegar a París por mar y el barco donde viaja se sumerge en el agua, tal que, si fuera un submarino, y cruza España a través de los túneles y ríos que hay bajo el país. Sin embargo, las grutas les obligan a emerger en Italia. Jaime Fanjul y Zamora –la niña que crece a gran velocidad– vivirán en Nápoles, Grávida y Arezzo, donde ella morirá ya anciana.


«La nave enfiló entonces la costa como si buscara encallar, o estrellarse contra ella, y empezó a ganar profundidad. ¡Se hundía en línea recta! El barco parecía, en realidad, inmóvil, así funcionan los sentidos, era el viento el que bramaba y el mundo el que emergía, las oscuras aguas verdes se lanzaban contra la proa y se abrían a los lados, inundando la cubierta. El buque –y yo con él– se hundía como una f lecha. En el último segundo logré cerrar a mi espalda la salida de cubierta, que fue embestida por el mar con gran violencia.»


Mont Blanc: El protagonista se instala durante nueve meses en la cumbre de la montaña más majestuosa de los Alpes. El miedo se ha adueñado de su espíritu y la vejez –y la soledad– empiezan a hacer mella en él. Pero en el Mont Blanc recibirá la visita de cuatro espíritus -uno de ellos es el fantasma de la propia Zamora- que tratarán de ayudarle a superar ese miedo.


«La huida del Mont Blanc pasó a cámara rápida. La primavera. El deshielo. Había estado congelado tanto tiempo que, cuando el mundo echó a andar, se puso para mí a correr; reinicié el viaje con la escala cambiada. Aquello me taladró la memoria, apenas han quedado en mí emociones, sólo acciones presurosas e imperfectas. Todo son ahora fogonazos, estímulos dislocados, escenas a las que les faltan fotogramas. Todo era prisa.»


UNA HISTORIA ALTERNATIVA DEL MUNDO:


LOS AÑOS EXTRAORDINARIOS entremezcla acontecimientos históricos verídicos con otros, fruto de la imaginación de Rodrigo Cortés. Y lo hace de un modo tan eficaz que en ocasiones el lector no sabe si le están explicando algo verídico o ficticio. Entre los ejemplos más destacables están la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y la llegada del hombre a la Luna.


Una Guerra Civil alternativa: La Guerra Civil que imagina Rodrigo Cortés no duró tres años, sino ocho (1936-1942), y tampoco enfrentó a republicanos contra fascistas, sino a los alicantinos contra el resto de ciudadanos del país.


«Era 1934 y la guerra de España estaba en lo mejor. Acabado el reinado de Carlos, cumplía su quinto año la república de Casariego, muy enemistada entonces con Alicante capital. Todo el país combatía a Alicante en una guerra civil espoleada, en primera línea, por los de Elche, que odiaban a los de Alicante. (Borbónica desde siempre, Alicante no aceptaba los turnos republicanos, y, si bien solía conformarse con imprimir pasquines de queja o mostrar en las gacetas su disgusto, esta vez se entregó a una furia fratricida que ya había sembrado los palmerales de muertos).»


El sustituto de Hitler: El líder de la Alemania nazi tiene en esta ucronía un sustituto llamado Wegener. Además, tras la caída del III Reich, Holanda quiso apropiarse del mundo, pero los ingleses lanzaron una campaña contra los artistas de aquel país, en especial contra Rubens y Van Eyck, provocando la rendición inmediata de los holandeses.


«George veía en Hitler a un melancólico, le pareció un gran acierto que lo sustituyera Wegener, aunque fuera por baja médica. Pero tampoco Wegener le convencía del todo. Le encontraba virtudes como tirano, pero decía que apretaba poco para lo mucho que abarcaba, que la señora Wegener estaría de acuerdo, que no sabía qué hacían juntos si a Wegener se le veía miserable y a ella un ángel de rostro bondadoso que merecía mucho más, que no era mujer para un solo hombre, que él mismo, de ser su esposo, sabría hacerla feliz.»


Llegada del hombre a la Luna:


En esta novela, la Humanidad también conquista la Luna en la misma época en la que lo hizo en la realidad, pero los astronautas allí enviados no son capaces de regresar y mueren en la superficie del satélite sin que nadie pueda hacer nada para ayudarlos.


«Tres días más tarde, con la Tierra reincorporada a la rutina, nos enteramos de que Godwin y Klausen seguían en la Luna, incapaces, por lo visto, de enderezar la nave para volver a casa. Godwin y Klausen murieron de hambre y sed el 4 de junio de 1970, al pie de la Ártemis III, buscando la sombra. Fueron los primeros humanos en morir fuera de la Tierra. Unos héroes, dijeron.»


Sobre el autor


Rodrigo Cortés quiso ser pintor, escritor y músico; hoy lo hace todo a la vez al dedicarse al cine. Ha trabajado con actores de la talla de Robert de Niro, Sigourney Weaver, Ryan Reynolds o Uma Thurman. Como escritor, publica a finales de 2013 A las 3 son las 2, colección de antiaforismos, delirios y bombas de mano y, un año más tarde, Sí importa el modo en que un hombre se hunde, su primera novela. En 2016 aparece su nuevo libro de breverías: Dormir es de patos. Firma para ABC la sección VERBOLARIO –diccionario satírico en que desnuda a diario una palabra– y escribe de forma habitual en su tercera página. Habla de cine, literatura y música en Aquí hay dragones y Todopoderosos, los dos podcasts más escuchados del momento. Los años extraordinarios es su segunda novela.



 

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