Vuelve Cristina López Barrio con RÓMPETE, CORAZÓN, una inquietante desaparición, una pasión que siempre vuelve, una leyenda que atraviesa el tiempo
Editorial
Planeta. 304 páginas
Tapa
dura con sobrecubierta: 20,90 Electrónico: 9,99€
CRISTINA LÓPEZ BARRIO
regresa a las librerías con una novela que parece haber surgido de
la neblina que envuelve el monte Abantos, en la sierra de Guadarrama,
un lugar tan cargado de leyendas como el mismísimo San Lorenzo de El
Escorial. Y es que, como en un relato de Edgar Allan Poe, en Rómpete,
corazón, hay torreones, cementerios enterrados bajo el suelo de las
casas y mujeres sobre las que pesan terribles maldiciones.
En esta ocasión, Cristina
López Barrio se ha envuelto en una capa dickensiana para escribir
una novela en cuyas entrañas se oculta un cuento infantil. Porque
las tres protagonistas de esta historia, todas mujeres de una misma
familia (las Melgar), se han criado escuchando relatos sobre
princesas, castillos y príncipes que, en esta ocasión, no
despiertan a las bellas durmientes con un beso, sino todo lo
contrario.
«Érase una vez, en un
reino rodeado por un frondoso bosque de pinos y abetos, una princesa
que dormía en el esbelto torreón de su castillo (…). Una
maldición la había condenado a dormir cien años, pero esa princesa
de tupidos cabellos dorados era como tú, sonámbula. Y así
despertaba de su sueño, sin despertar, y vagaba por el jardín de su
castillo, sin saber que cada noche sin día y cada día sin noche
tomaba el camino de aquellos túneles oscuros donde él la
esperaba…».
Con todo, Rómpete,
corazón, es un thriller contemporáneo. Cuenta la historia de tres
mujeres –la abuela Rosa, la madre Blanca y la hija Aurora– en
cuyas biografías abundan las muertes y las desapariciones. De hecho,
la novela arranca con la desaparición de una niña de tres años,
Clara (hija de Blanca y hermana de Aurora), cuyo extravío recuerda
demasiado al ocurrido doce años atrás, cuando otra de sus hermanas,
Alba, se evaporó sin que nunca se descubriera su paradero o se
encontrara su cadáver. Las dos se esfumaron mientras dormían sin
que nadie imaginara lo que sus desapariciones implicaban.
«El caso fue un reto: una
niña desaparecida en su propia casa, sin pruebas de violencia
alguna, ni la presencia de un extraño en la propiedad. Solo los
miembros de la familia –los padres, la abuela, la hermana– y una
vecina chiflada que de alguna manera también pertenecía a ella».
Así pues, en el
transcurso de doce años, dos de las tres hijas de Blanca han sido
devoradas mientras dormían y el inspector que asume el caso de la
última desaparición, Rogelio Sánchez, no es solo un exalcohólico
que convive con una prostituta oriental, sino que además es el mismo
agente que se encargó de la primera. En ambos casos, una única
pista: una cinta roja enganchada en la valla que delimita una zona
del jardín donde está prohibida la entrada. Pero, al margen de las
trabas que el inspector encontrará a lo largo de esta segunda
investigación, lo que realmente tendrá que superar son sus propios
remordimientos. Porque en el pasado, cuando le asignaron la primera
desaparición, no fue todo lo diligente que se esperaba de él: el
alcohol y las mujeres fueron tentaciones más fuertes que el sentido
del deber.
En realidad, los
sospechosos son todos y cada uno de los habitantes de la casa del
torreón donde viven las protagonistas: la abuela, la madre, la
pareja de la madre, el inquilino que ha alquilado una habitación…
Todas esas personas pasean por el jardín asilvestrado de la finca
sin saber –o al menos sin saberlo todos– que bajo sus pies se
expande un laberinto de túneles que no solo ha aterrorizado a las
distintas generaciones de niñas que han residido en la mansión,
sino que esconde algún cadáver.
Y en un lugar tan
misterioso como el descrito por la autora, solo falta una médium
para cerrar el círculo. Efectivamente, en Rómpete, corazón,
también hay una mujer que habla con los muertos y que tira las
cartas del tarot. Se trata de Estela, una anciana excéntrica cuyas
intermediaciones con el más allá serán mucho más útiles para la
resolución del caso de lo que la lógica podría indicar.
Cristina López Barrio
siempre se ha caracterizado por la creación de unos personajes
femeninos de una personalidad arrolladora. Sus protagonistas suelen
ser mujeres determinadas a superar todos los obstáculos que la vida
ponga en su camino, y prácticamente no hay ninguna que no oculte
algún secreto en su biografía. Y eso es precisamente lo que
encontramos en Rómpete, corazón, una novela protagonizada por un
matriarcado cuyas integrantes (abuela, madre e hija) viven en los
márgenes de la locura. Sus biografías son una suma de trastornos
–sonambulismo, alcoholismo, suicidios– tan solo capaces de
competir con esa otra característica de las tres que en verdad es
toda una maldición: la belleza. Estas mujeres trastornan a los
hombres de un modo difícil de imaginar, llegando a provocar tales
obsesiones en ellos que no dudarán en levantar el puñal para matar
a cuantos pretendientes se acerquen a sus amadas. Rómpete, corazón,
es, en este sentido, una novela sobre un amor obsesivo. O, mejor
dicho, sobre muchos amores obsesivos.
RÓMPETE, CORAZÓN
«Blanca con una
linterna, abriendo el camino hacia mi corazón con un cono de luz y
una niebla, la que surge de ninguna parte, una neblina de respiración
de ser inanimado, ralentizada por el tempo lento en el que se mide la
oscuridad».
No es casualidad que el
título de esta novela: Rómpete, corazón, es un verso de la
tragedia de W. Shakespeare, Hamlet, que aparece como epígrafe en la
novela.
“¡Esto no es bueno ni
puede acabar bien! ¡Pero rómpete, corazón pues debo refrenar la
lengua”!
Cristina López Barrio ya
demostró en sus novelas anteriores que no tiene miedo a las
estructuras complejas. Rómpete, corazón, es un ejemplo de ello. La
novela está compuesta por capítulos breves que saltan
constantemente en el tiempo y que dan voz a cada uno de los
protagonistas/sospechosos. Los recuerdos de cada uno de ellos irán
desvelando los misterios de un thriller psicológico que, en
ocasiones, parece un auténtico cubo de Rubik.
UN TORREÓN EN EL MONTE
ABANTOS
El torreón de las Melgar
destaca por encima de los pinos y la neblina del monte Abantos
(sierra de Guadarrama), un lugar que, como bien saben sus habitantes,
está envuelto en un halo de misterio. No son pocas las historias de
apariciones y sucesos de índole paranormal que por allí circulan, e
incluso se ha llegado a decir que cerca de San Lorenzo de El Escorial
se esconde una de las siete bocas del infierno.
Ya en las primeras páginas
de Rómpete, corazón, Cristina López Barrio se apropia del aura
esotérica que domina el monte y nos presenta un torreón que parece
una «pieza de ajedrez» rodeada de vegetación. En dicha mansión
vive una familia conocida en la zona no solo por la fortuna que
posee, sino también por «una en
fermedad hereditaria que
produce la locura en la rama femenina». De hecho, la casa no es más
que el reflejo de la personalidad de quienes la habitan: oscuridad,
silencio, secretismo.
«El jardín me pareció
perturbador, casi tanto como las mujeres que me acompañaban. Apenas
me había internado antes en la avenida de tilos desnudos. Sus copas
se ramificaban como arterias que se engarzan en los pulmones. Una
visión desoladoramente melancólica, una anatomía otoñal que se
abría paso, con el atisbo de las primeras yemas, hacia la
primavera».
La leyenda negra que
envuelve esta casa arranca con Fina Melgar, una cantante de ópera
cuyas arias, según dicen, todavía pueden oírse recorriendo las
habitaciones de la casa del torreón. Esta mujer enloqueció cuando
alcanzó la edad adulta y tuvo que retirarse de los escenarios porque
empezaba a confundir realidad y ficción. Algún tiempo después, se
suicidó arrojándose por la ventana del torreón.
«La prensa especuló
sobre si esa locura congénita, además de llevar a las mujeres
Melgar a atentar contra sí mismas, podría hacerlas atentar contra
otras personas».
Las descendientes de
aquella mujer también han dado muestras de padecer algún tipo de
enfermedad mental. Su propia hija, Rosa, bebe constantemente y,
además, es sospechosa de haber matado a su marido y de estar detrás
de muchos de los misterios de la casa.
«También habían
investigado sobre su madre, Rosa Melgar. Había habladurías en el
pueblo, se paseaba a caballo por los alrededores con cientos de
collares de perlas enroscados al cuello, eso decían; si no loca, era
una mujer excéntrica».
La casa tiene cuatro
plantas, contando la buhardilla y el sótano, pero todos los
dormitorios de la familia están en la segunda planta. Allí dormían
las dos niñas que desaparecieron. Las primeras investigaciones
hicieron pensar que se habían adentrado en la «zona prohibida» del
jardín, una parte de la parcela llena de canalizaciones que la
abuela les prohibía pisar. En esos túneles, además de muerte, se
puede encontrar la locura. Y es que el torreón no es lo único
maldito en el lugar; hay quien dice que el pueblo entero está tocado
por el dedo de la Muerte.
«Este pueblo se halla
asentado sobre una de las bocas del infierno (…). Se celebran misas
negras en un lugar que yo conozco, en Abantos (…)».
Sobre
la autora
Cristina López Barrio,
nacida en Madrid, ejerció como abogada durante trece años,
especializándose en Propiedad Intelectual. Tras ganar en 2009 el
Premio Villa Pozuelo de Alarcón de novela juvenil con la obra El
hombre que se mareaba con la rotación de la Tierra (2009), y la
publicación de la novela La casa de los amores
imposibles (2010), abandonó la abogacía para dedicarse
plenamente a la escritura. En 2010 obtuvo el premio a la escritora
revelación que otorga el conocido blog literario Llegir en cas
d’incendi por La casa de los amores imposibles. Esta novela se ha
traducido a quince lenguas y publicado en veintidós países, entre
ellos Estados Unidos, Italia, Alemania, Brasil, Argentina, Suecia,
Israel o México. Ha publicado también el libro de relatos El
reloj del mundo (2012), así como las novelas El cielo en
un infierno cabe (2013) y Tierra de brumas (2015). En
2017 fue finalista del Premio Planeta con Niebla en Tánger, una
bella historia de amor y misterio en una ciudad cosmopolita y mágica.
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