Beatriz Cazurro nos explica en LOS NIÑOS QUE FUIMOS,LOS PADRES QUE SOMOS, cómo acercarnos a nuestra infancia para conectar mejor con nuestros hijos


 Editorial Planeta. 256 páginas

Rústica con solapas: 19,90€ Electrónico: 9,99€


LOS NIÑOS QUE FUIMOS, LOS PADRES QUE SOMOS es un libro que habla de hijos, de padres y de aquellos que no lo son. Habla de emociones, del niño que fuimos y de la redención necesaria para perdonarnos tanto a nosotros como a nuestros propios progenitores.


Beatriz Cazurro, psicóloga especializada y sensible a los nuevos debates sociales, nos hace viajar a la infancia para entender a nuestros hijos y nos aporta múltiples herramientas para liberarnos de falsas culpas y creencias que nos impiden disfrutar de verlos crecer.


Tener hijos es uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentaremos a lo largo de nuestras vidas. Como padres y madres, deseamos hacer un buen trabajo, pero, en el camino, no nos damos cuenta de la cantidad de experiencias pasadas, creencias y mitos que se entretejen en cada una de las decisiones que tomamos y que pueden entorpecer y dañar especialmente la relación con nuestros hijos. Los niños que fuimos, los padres que somos es un libro que va más allá, ya que, además de aportarnos claves para encarar la paternidad, nos pone frente al espejo.


Viajando a nuestra infancia podemos liberarnos de falsas culpas y de creencias limitantes que nos entorpecen en nuestra labor como padres y no nos permiten disfrutar de verlos crecer.


«Fuimos hijos antes que padres, aunque, generalmente, no lo tenemos suficientemente presente a la hora de ejercer la paternidad.»


A través de su experiencia como terapeuta, y de los últimos descubrimientos en neurociencia, la autora nos hace reflexionar sobre el niño que fuimos, las vivencias y traumas que tuvimos en la infancia, además de incidir en la compasión y el perdón como herramientas para reconciliarnos con las cosas más negativas que guardamos de nuestra niñez. «El trato que recibimos de pequeños, la cercanía, la atención y la seguridad que nos aporten nuestras figuras de apego principales alteran nuestro cerebro y, en gran medida, moldean al adulto que algún día seremos», asegura.


Beatriz Cazurro hará que cuestionemos nuestro papel como padres y madres, incidiendo, a su vez, en lo que realmente necesitan los niños de nosotros. «Que no hay niños malos, sino niños que se encuentran en un entorno que necesita revisarse. Esta sencilla idea, la de cambiar el foco principal de la corrección a la conexión, puede cambiar la vida de nuestros hijos y la nuestra de manera radical. Y, por tanto, va a ser el objetivo alrededor del cual va a girar este libro», explica. Y es que, tal y como sostiene Beatriz Cazurro, firme defensora de la teoría del apego, «el buen trato no depende solamente de encontrar la información adecuada, sino de sumergirnos en nuestra experiencia como niños».


«Sostenemos nuestro día a día en un montón de creencias falsas e informaciones desactualizadas, cualquier cambio aparentemente pequeño puede dejar una huella más grande de lo que podemos imaginar.»


Hijos antes que padres, padres antes que hijos


«Ser hijo y ser padre son dos cosas que no pueden desligarse: se entremezclan y afectan la una a la otra constantemente. Aprendimos a ser padres siendo hijos, así que, si queremos mejorar, necesitamos conocer nuestra infancia, entender cómo nos hemos construido, acompañarnos y aprender a cuidarnos como hubiéramos necesitado que nos cuidaran. Conocernos y aceptarnos nos ayudará a conocer a nuestros hijos y a aceptarlos mejor. Aprender a acompañarnos nos ayudará a caminar mejor a su lado, y esto último, a su vez, nos puede abrir la puerta a acompañarnos mejor. Lo importante es que podemos acercarnos a ser los padres que nuestros hijos precisan a pesar de nuestras necesidades no cubiertas de la infancia, de nuestras limitaciones, de nuestras creencias erróneas, de nuestras lealtades, de nuestros tabúes y nuestros traumas.»


«Nuestra experiencia como niños, nos guste o no, va a influir inevitablemente en nuestra forma de tratar a nuestros hijos.»


«Lo que ocurrió en nuestra infancia es, sin duda, importante, y puede que siga activo, sin integrar en nuestra forma de actuar o de relacionarnos, pero podemos profundizar en ello, atravesarlo, ponerlo en perspectiva, rescatar todos aquellos recursos que sí adquirimos y trabajar en nuevas herramientas para poder conectar con nuestros hijos y cubrir sus necesidades.»


Ser padre es lo mejor que hay


«Desde este prisma de positividad forzada, se nos muestran la maternidad y la paternidad como una etapa idílica de la vida por la que todas las renuncias valen la pena, y silenciamos así la cantidad de sensaciones y situaciones dolorosas, desagradables, indeseadas o violentas que vienen con ella.»


«He escuchado a muchísimos padres decir que les avergonzaba contar lo que estaban viviendo por no encajar con lo que se supone que debían sentir. Madres que han pasado por depresiones posparto creyendo que era culpa suya no estar disfrutando y parejas en crisis que no pedían ayuda por creer que era un fracaso hacerlo. Tener hijos viene inevitablemente ligado a momentos duros y grandes sentimientos, muchas veces difíciles de gestionar. Aceptar el cambio supone transitar todas esas emociones.»


«Para mejorar como padres nos podemos fijar en las teorías, pero tenemos que adaptarlas a nuestra realidad y a la de nuestros hijos.»


«Existe una promesa implícita de que tener hijos es maravilloso, que tener hijos es lo mejor que se puede hacer en la vida, pero la maternidad y la paternidad están lejos de ser solo maravillosas; están llenas de sombras, baches, curvas y renuncias.»


Hay tantas fórmulas como padres


«Quizá sea el momento de entender que el ideal que nos muestran las teorías no es más que lo que nos marca la dirección del camino, pero que para muchos no va a ser la meta. Quizá toque plantearse ser los mejores padres que podemos ser, no como justificación para hacer lo que nos dé la gana, sino como compromiso para hacer el menor daño posible y reparar el que hagamos. Quizá si aprendemos a hacernos cargo de nuestros problemas e inquietudes sin juicios propios ni ajenos, y aceptamos las consecuencias de nuestros actos nos convirtamos en un ejemplo maravilloso para nuestros hijos. No me imagino mejor definición de buen padre que una que vea más allá de lo que hacemos, una que incluya quiénes somos, cómo nos hemos construido y la energía que estamos poniendo en superar nuestras dificultades y hacerlo lo mejor que podemos.»


«Muchas veces, la intención de ser buen padre no es suficiente. Necesitamos trabajar en aquello que bloquea nuestra capacidad de criar de forma más ajustada a lo que necesita nuestro hijo.»


ERES UNA MADRE MARAVILLOSA


«Los padres ideales no existen. Son un mito. Una idea sostenida por mensajes romantizados y ensalzadores, especialmente de la maternidad, que sirve como escudo para esconder todo lo que nos ocurrió de niños y lo que hacemos con los nuestros. La creencia de que existen los padres perfectos es una idea que procede de nuestra necesidad infantil, en el sentido literal de la palabra, de idealizar la paternidad y la maternidad; una idea que limita a una sociedad adulta en la tan necesaria labor de cuestionarse y visibilizar la violencia para poder atender a la infancia como se merece.»


«La única verdad es que somos los padres que nuestros hijos tienen y que podemos trabajar para ser los mejores padres que podamos ser.»

«Cuestionar a nuestros padres, aquello para lo que de pequeños no teníamos capacidad, resulta un tabú enorme entre los adultos. Existe una grandísima presión social por sentirnos agradecidos hacia ellos que dificulta el trabajo de poder describir la relación paternofilial con sus luces y sus sombras. El “madre no hay más que una” o “cómo puedes decir algo así de tu padre, que se ha partido el lomo por dároslo todo” se siente como una cárcel para las personas que necesitan hablar de lo que vivieron y de cómo lo vivieron.»


TODO LO QUE NO SEA BUEN TRATO ES MALTRATO


«Es importante tener en cuenta que somos las figuras de autoridad para nuestros hijos, y que, como tales, tendremos que decidir cómo queremos ejercer esa autoridad, qué tipo de relación queremos tener con ellos y cuánta seguridad queremos proporcionarles a través de ella. En esta labor es importantísimo tener en cuenta y cuestionar algo que, en el momento presente, sigue sin cuestionarse con rigor y profundidad: que cualquier abuso que hagamos de ese poder que nos otorga el rol de padre y madre será una forma de violencia. Todo lo que suponga ejercer nuestro rol de autoridad sin respeto es violento. Todo lo que no sea buen trato es maltrato.»


«Sigue habiendo profesionales recomendando el cachete a tiempo, y una forma muy extendida de gestionar las rabietas en escuelas infantiles es castigar o ignorar con la silla de pensar. Vivimos en una sociedad donde el maltrato a la infancia está absolutamente normalizado y justificado; más adelante, veremos en detalle las formas de violencia que ejercemos sobre los niños, escondidas tras frases amables, que nos invitan a una revisión urgente de las secuelas que les deja. Que nos han dejado.»


«Tanto la violencia visible como la violencia invisible son dañinas y afectan al desarrollo de los niños. Existe una mayor conciencia sobre lo inadecuado de la violencia física o de algunos tipos de violencia sexual. Sin embargo, la violencia psicológica y la negligencia, especialmente la emocional, son aún muy desconocidas y nos cuesta mucho como sociedad comprender el enorme impacto que tienen, que es exactamente igual de grave e importante que el de la violencia física.»


«No podemos olvidar que los niños dependen de nosotros, nos necesitan, y que van a hacer lo posible por que los queramos, aunque eso suponga ir en contra de sí mismos.»


«Cuando los niños son pequeños y su cerebro aún es incapaz de regular la intensidad de las respuestas a sus emociones, es perfectamente normal que peguen, muerdan o empujen, por ejemplo. Intentar explicar que no está bien pegar, pegando es confuso. No podemos olvidar que los niños aprenden más por cómo los tratamos que por lo que les decimos, así que agredir para que dejen de agredir es incoherente e inútil. Además, que un niño pegue es producto de un malestar que no está sabiendo gestionar de otro modo.»


«Es imprescindible entender mejor lo que es la violencia si queremos que nuestros hijos puedan desarrollar seguridad en sí mismos, en nosotros y en el mundo.»


«Todos sabemos que en la vida adulta no podemos amenazar; sin embargo, nos damos el permiso de hacerlo con los niños diariamente. Las amenazas suelen tratar de incentivar el comportamiento que consideramos positivo; sin embargo, generan frustración, miedo, luchas de poder e indefensión.»


«Tenemos tanto miedo al descontrol y tanta falta de recursos que justificamos la violencia ejercida por medio de castigos, argumentando que sin castigo los niños no tendrían límites. Nada más lejos de la realidad. Los límites son necesarios, sí, pero se pueden ejercer con respeto, y teniendo en cuenta las necesidades y los ritmos de los niños. Puede haber un millón de castigos y no haber ningún límite.


¿CULPAS FUERA?


«Gracias a la culpa sana podemos hacer una valoración realista de una situación sin machacarnos, sin una exigencia desmedida ni diálogos internos destructivos. Podemos tener plena conciencia de que hemos causado un daño físico, emocional y, a la vez, tratarnos con comprensión y compasión —que no es lo mismo que indulgencia—, y confiar en que podemos mejorar y reparar el daño.»


«La culpa sana es la manera adulta de hacernos cargo de nuestros errores. Nos ayuda a huir del “soy buen padre” o “soy mal padre”; a entender que no somos perfectos, que el fallo es la norma y que aun así podemos hacer lo que esté en nuestra mano para reparar o amortiguar el impacto del daño que hayamos cometido. Es un sentimiento que viene, nos trae su mensaje y, cuando nos hacemos cargo, desaparece, dejando paso al trabajo al que nos hemos comprometido para mejorar.»


«Reconocer y reparar nuestros errores aportará confianza y seguridad a nuestros hijos, y un modelo para reconocer, poco a poco, a los suyos.»


PERO MI INFANCIA FUE FELIZ


«No es fácil creer que la mayoría de nosotros estemos viviendo sin ser verdaderamente conscientes de cómo fue nuestra infancia. Todos tenemos un relato sobre ella que damos como cierto y muchos defendemos a capa y espada: “Mi infancia fue muy feliz” o “Yo tuve unos padres maravillosos”. Sin embargo, si profundizásemos, nos daríamos cuenta de que quizá lo que decimos no se sostiene.»


«Si no vemos la situación que está generando malestar en niños y niñas, corremos el riesgo de repetir justo lo que los ha dañado. Cada vez que lo hagamos, estaremos perdiendo una oportunidad para ayudarlos.»



«El “a mí me pegaron y no salí tan mal” o “a cualquier cosa lo llaman ahora maltrato” no son más que discursos de una sociedad traumatizada que no ha podido integrar el dolor que sufrió en la infancia y que transmite ese dolor a través de la educación. Y pese a que, aunque a nivel individual, la resistencia a sentir ese dolor y atravesar nuestros mecanismos de defensa es un proceso duro, es urgente y necesario si queremos cuidar y atender a nuestros hijos como se merecen.»


LO QUE NUESTROS HIJOS NECESITAN REALMENTE DE NOSOTROS


«Para desarrollar una mayor empatía con nuestros hijos es imprescindible que practiquemos las hipótesis benevolentes. Se trata de hacer el ejercicio de pensar el mejor de los escenarios que se nos ocurra para explicar el comportamiento de alguien. En el caso que nos ocupa, el de nuestros hijos. Las hipótesis benevolentes son necesarias incluso cuando los niños han hecho algo que socialmente se considera inadecuado. Lo importante es que podamos conectar con eso que le ha hecho actuar de esa forma; que incluso si nuestro hijo nos está mintiendo, gritando o comportándose de forma dañina para él mismo, podamos entenderle y transmitirle que no es un niño malo, que cada cosa que hace tiene un porqué y una función importante para él.»


«Los niños no nacen con la capacidad de nombrar lo que les pasa ni lo que necesitan, así que lo hacen como pueden.»


«Tener padres sensibles y responsivos durante los primeros años es importante. Es a través de la relación con ellos como construimos la base de nuestra autoestima, de nuestra confianza en los demás y el tipo de relaciones que estableceremos en el futuro. Hoy, ya no hay ninguna duda de que eso es así. También es a través de nuestros padres como vamos a aprender a nombrar lo que nos ocurre, a darle una narrativa de «bueno» o «malo», a juzgarlo o a comprenderlo, y a encontrar una forma de gestionarlo. Ser sensible y responsivo es la mejor forma de enseñar a los niños la riqueza de su mundo interior y lo maravilloso de encontrar una forma de comunicarse, sea la que sea, aunque aparentemente parezca negativa.»


CREENCIAS ERRÓNEAS Y NEUROCIENCIA


«LOS NIÑOS SE ADAPTAN A TODO»

«Reconocer la capacidad de adaptación de los niños sería maravilloso si fuera simplemente un reconocimiento a su resiliencia, a su plasticidad, si fuera una forma de expresar nuestra admiración por todos los seres humanos y su fuerza de vida, pero la realidad es que la mayoría de las veces no escuchamos esta frase con esta intención, sino más bien con la de deshumanizarlos de alguna forma, de tener la excusa para no poner el foco en el entorno al que se están adaptando y de modificarlo si les está siendo desfavorable en algún punto.»


«LOS NIÑOS NO TIENEN PROBLEMAS»

«Que parte del lenguaje de los niños sea el juego no significa que su vida sea sencilla. Necesitamos entender como adultos que lidiar con la vida, para un niño, requiere de más habilidades de las que tiene, y eso es altamente estresante sin la seguridad de que va a haber alguien que lo tenga en cuenta y lo apoye como necesita; si no tiene la seguridad de contar con sus padres y las habilidades de estos para lidiar con dichas situaciones, o cuando la fuente del estrés son sus propios padres.»


«SON COSAS DE NIÑOS»

«El hecho de que haya cosas que sea normal ver en los primeros años, bien por imitación, bien por falta de capacidad para regularse o como expresión de un malestar más profundo, no significa que sean aspectos que debamos dejar desatendidos. Es decir, que ciertos comportamientos sean normales en la infancia no quita nuestra responsabilidad de encargarnos de lo que sea necesario, bien sea supervisando el conflicto, bien sea mediándolo o poniendo límites e interviniendo como sea necesario para que resulte menos probable que se maneje de la misma manera en el futuro.»


«UN CACHETE A TIEMPO NO HACE DAÑO»

«Para cualquier persona, incluidos los niños, el hecho de estar expuestos a la posibilidad de recibir un golpe del tipo que sea genera alarma. El cachete es una forma de violencia que no solo hace daño físico: activa nuestro sistema nervioso de modo que esté pendiente, de manera continuada, para protegernos de otro posible daño.»


«ME DUELE MÁS A MÍ QUE A TI»

«Poco se puede explicar de esta frase. La violencia nunca duele más al que la ejerce que al que la recibe. No digo que la culpa que podamos sentir tras hacer daño no sea dolorosa, o que seguir perpetuando la violencia esté, en lo profundo, confirmando creencias del pasado, como que nos merecíamos que nos pegaran, pero no se puede comparar con el daño que hacemos a un niño.»


«Para todas las personas que dicen que la violencia les funciona, deben saber que la obediencia es la consecuencia del miedo, y si hay miedo no hay aprendizaje, hay supervivencia.»


«La obediencia va ligada al concepto de niño bueno o niño malo. Existe en el imaginario común una idea bastante clara de lo que es un niño bueno y un niño malo, y de que tener éxito como padres es conseguir tener niños buenos. Aunque se haga a golpe de actos violentos acompañados de un «es por tu bien».»


Los estereotipos de género: una barrera enorme


«Encasillarlos en roles que los limitan nos convierte en cómplices de una sociedad patriarcal que quiere perpetuar creencias falsas que son la base que justifica algunas de las actuaciones violentas que tenemos como padres. Será más fácil que ejerzamos violencia hacia los niños, los castiguemos o neguemos sus emociones si creemos que los niños no lloran o no tienen miedo. O que castiguemos, invalidemos o culpemos a las niñas que se enfadan con libertad, llamándolas marimandona, chicazo o expresiones similares.»


«Recordemos que una necesidad básica de los seres humanos cuando somos pequeños es que acepten quienes somos, lo que sentimos, lo que nos gusta y lo que deseamos. Necesitamos confianza, amor incondicional, cercanía y apoyo. Los roles de género son una barrera enorme a la hora de conseguir eso: una barrera a la que los niños están expuestos de forma continuada.»


«No somos responsables de lo que nos pasó ni de las secuelas que nos dejó, aunque sí de hacernos cargo de ellas para no seguir perpetuando el daño.»


Sobre la autora

Beatriz Cazurro es psicóloga y psicoterapeuta. Dispone de un máster en Psicoterapia Infantil, otro en Psicoterapia Humanista Integrativa y ha cursado diversas formaciones de especialización en apego y trauma con algunos de los mayores expertos nacionales e internacionales. Presenta más de quince años de experiencia trabajando tanto con niños como con sus familias, también con adultos, apoyándose en técnicas de enfoque corporal como el Focusing y en recientes descubrimientos de la neurociencia.


Creadora de campañas virales por los buenos tratos como #Ensuszapatos o #Childrentoo, para la autora cada persona es única: cada cual ha tomado las mejores decisiones que ha podido y, de la misma manera, tiene el derecho y la capacidad de tomar nuevas decisiones desde la libertad y el contacto con su poder personal.


www.beatrizcazurro.com


Instagram: @beatrizcazurro





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