LOS JUEGOS FLORALES, de Santiago Isla, una tragicomedia rabiosamente actual, una magnífica novela generacional


Editorial Espasa. 298 páginas

Rústica con solapas: 19,90€ Electrónico: Unas notas narrativas


Santiago Isla ha escrito en un segunda novela, LOS JUEGOS FLORALES, una tragicomedia que es rabiosamente actual. También es una magnífica novela generacional. En Madrid, la joven generación del desencanto sigue sobreviviendo en sus trabajos precarios sin mayor horizonte que el día siguiente, agarrada a sus aficiones con una obsesión no exenta de la melancolía que impregna los finales de época: la música, las fiestas, las marcas, el coleccionismo de chicos y chicas, la gastronomía y mucho de ese amor ideal que Ginsberg consideraba el peso del mundo. Este es el paisaje en el que vive Ignacio Benavides, quien, para complicarlo aún más, ha elegido como tabla de salvación la literatura, eso de lo que ya sabemos que es muy difícil vivir… A no ser que tengas contactos en las productoras de contenidos: y eso es lo que le acaba de suceder. Con la ilusión de ver sus sueños cumplidos y de redimirse de su propio spleen, Ignacio empieza a frecuentar a los conseguidores del pijerío cultural madrileño que viven de las rentas y a las musas de cartón piedra que los acompañan.


Una magnífica novela generacional


Del estilo y otros dones del autor Santiago Isla sigue siendo un flâneur —agudo paseante y observador— en esta novela «sobre las promesas, las decepciones, la frustración», con un narrador connotado, irónico y autocrítico que, sin embargo, conserva la esperanza «de un último tren hacia el futuro». El joven autor marca distancia con un estilo tremendamente personal y confirma los dones con los que se calificó su primera novela: frescura, luminosidad, altura, elegancia, inteligencia y entusiasmo.


Lo que va de Ignacio Benavides a Peter Pan (por ejemplo) Los juegos florales es una tragicomedia que cuenta las tribulaciones de Ignacio Benavides, un joven aspirante a escritor con una vida social y amorosa casi inexistente, que entra en un mundo frívolo que no conoce. Es un niño perdido, como los de Peter Pan.


Una mirada potente y distinta El autor nos habla de la frustración, de las promesas, de las decepciones. El desamor o la búsqueda del fracaso le abren camino al arte de contar la herida. Hay en él una potencia insólita para alguien que escribe como quitando importancia a lo que dice mientras es capaz de ver la destrucción o el amor, un mundo que se le desmorona al tiempo que lo mira. Todos los personajes son parte de una película que él narra mientras se aleja, como si llegara a este mundo para contarlos, rozarlos y despedirlos.


Sobre la estructura y el narrador Los juegos florales se divide en tres partes, con un total de treinta y dos capítulos, y un epílogo. Está narrada en una tercera persona focalizada, en buena parte de la novela, en Ignacio Benavides, aunque no solo en él. El autor utiliza la analepsis al principio de la historia para narrar el desgraciado amor del protagonista por Carlota Ron y, de paso, la génesis de su novela Darse cuenta, que años después, ya en el presente, impulsa la acción.


Humor y descripciones La ironía y el humor impregnan toda la novela. Santiago Isla busca la sonrisa cómplice —a veces una simple insinuación— a partir de la inteligencia. Se deja notar especialmente en las descripciones de los personajes, en las que utiliza con sutileza todo tipo de figuras: «el pelo largo y un pelín canoso, la barba cuidada, el buen olor y la tranquilidad en la propia piel, hablaban de cuero, de scotch, de partido de tenis y de un uso intencionadamente desastrado de las redes sociales» (p. 54).


Los escenarios (y algún otro apunte de interés) Santiago Isla no cae en la trampa de nombrar docenas de locales de ocio, restaurantes, bares y cafeterías en busca de una supuesta complicidad del lector. Del mismo modo que no abusa de las citas literarias, cinematográficas y musicales. Lugares, citas, canciones y películas están al servicio de la narración y las usa, con precisión de cirujano, solo cuando son necesarias.


El escenario principal es Madrid. Allí vive Ignacio y se cuece la mayor parte de la trama. Mezcla lugares reales con ficticios. Nos movemos desde las zonas residenciales de clase media, en las afueras, a los espectaculares chalés de los barrios pudientes, como Puerta de Hierro. Junto a las cafeterías y los baretos para estudiantes, que Santiago Isla describe con la exactitud del connoisseur, visitamos restaurantes exquisitos, como el Numa Pompilio, en Velázquez, o el mítico bar La Vía Láctea, en la calle Velarde.


Ignacio, y sus dos amores desgraciados, conocemos Manchester, en una memorable escena descrita a partir del gris —«Gris. Inglaterra es gris. El cielo es gris, el cemento es gris, la piel de sus habitantes es tan cetrina que parece casi gris» (p. 37)— y Sanxenxo, en las Rías Baixas, en donde se aloja en el hotel O Son do Mar. También acompañamos a Ignacio a Mazarrón (Murcia), para relajarnos en compañía de su panda de amigos, y a Prádena (Segovia), un lugar en el que encuentra consuelo y en donde vive su abuela.


Junto a Julio Gasset y Claudia Lanza viajamos a la Marbella de los millonarios. Primero en un yate anclado frente al bar y restaurante Victor’s Beach, y, luego, en una cena en El Ancla, en la avenida Carmen Sevilla —lo mejor, según Felipe Schon, amigo de Julio, son sus frituras: chanquetes y boquerones—, y en un fin de fiesta en el inevitable Olivia Valere, en la carretera de Istán.

Galería de personajes


Ignacio Benavides Tiene veintisiete años que apenas reflejan los excesos. Su rostro ya no es el inmaculado de la primera juventud, pero, aun así, sigue siendo una cara entrañable, con algún rasgo aniñado que le confiere cierta candidez. Trabaja en la sección de librería del Fórum de Callao. Vive con sus padres en una zona residencial a las afueras de Madrid.


Su vida social es desastrosa. No tiene un amigo real en quien confiar, solo compañeros de trabajo con una cierta intimidad. Todos conocen su manera de ser: huidiza, esquiva, tormentosa. Su vida amorosa no es mejor. En la novela se enamora dos veces y las dos acaban mal, en Manchester y en Sanxenxo —por si quieren enmarcar esos finales—.


Escritor vocacional, Ignacio estudió periodismo en la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid. Sintió desde el principio un fuerte desapego, y en apenas unas semanas perdió cualquier amago de interés por la carrera. Tras romper con su primera novia, Carlota, empezó a escribir una novela (casi) autobiográfica, Darse cuenta. 


Pepe Nogales Compañero y amigo de Ignacio en la facultad. Un tío grandullón y un poco excéntrico. Era un chico intenso, aficionado a la poesía, obseso del rugby. Tenía un blog en el que publicaba sus poemas, muchos de ellos de contenido truculento. Él los llamaba «poemas viscerales». Por sus declamaciones en público conocieron a gente nueva, entre ella a Carlota Ron.


Carlota Ron Sus padres le pusieron Carlota por el libro de Goethe Las penas del joven Werther, y «me jode porque ahora es un nombre de pija», aseguraba. Procedía de un pueblo de Guadalajara. Amiga y compañera de Ignacio y Pepe en la facultad, era malhablada, vestía con camisetas anchas, no intervenía en clase, tenía una cara correcta, ni bonita ni fea, y estatura media. Sabía más que cualquiera de sus compañeros. Y no solo de libros: saltaba de Rubens a Tarantino, de Drake a Miró, de Steve Jobs a Marco Aurelio, sin pestañear, como si hubiera cogido la cultura occidental, la hubiera hecho papilla y después la hubiera digerido.


Remedios La encargada de la librería del Fórum de Callao en la que trabaja Ignacio. Es comprensiva, rechoncha, maternal, atenta, cariñosa. No ha tenido hijos, quizás por eso trata a sus subordinados como si lo fueran. Conscientes de ello, sus «hijitos» a veces fuerzan la máquina.


Uxía Compañera de Ignacio en el Fórum de Callao. Treintañera gallega, del tipo cantarín. Tiene la pega —eso cree ella— de ser muy bajita, pero siempre anda simpática, con gran sentido del humor; habladora, generosa, fiel y de gesto ingenuo. Una mujer excepcional. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, lleva mil años soltera y no parece que eso vaya a cambiar.

Braulio Compañero de Ignacio en el Fórum de Callao. Cuarentón. Su forma de ser es la contraria a la de Uxía: un hombre oscuro, feote, mal afeitado, muy seco, cenizo, con cariño para tres o cuatro cosas muy concretas. Sigue viviendo con sus padres, como Ignacio.


Aurelio Gervás Poeta. Un hombre de unos treinta y pocos años, pequeño, delgado, canoso y con unos ojos claros y vibrantes. Está casado con Ramira; no son felices y tienen un hijo, un bebé llorón y de aspecto enfermizo a quien ha dedicado el libro Meconio, que presenta en el Fórum de Callao.


Julio Gasset Aparece en la vida de Ignacio durante la presentación de Meconio. No es ni productor ni guionista, «pero tengo mucha mano en el cine». Según averigua la madre de Ignacio en ¡Hola! es también un vividor, heredero de una fortuna procedente de rentas inmobiliarias. No hace mucho ha roto con una conocida modelo. Es un tipo guapo y algo afectado, acostumbrado a hacer lo que le place, que para eso es rico. Vive en la avenida de Miraflores, en Puerta de Hierro.


Santiago Isla Otro autor joven, como Ignacio, pero de moderado éxito gracias a su primera novela, bastante similar a Darse cuenta en estructura y vocación lírica. Todos los días llega alguien al Fórum —casi siempre chicas universitarias— y pregunta por él; el libro habla de Madrid y el pijerío, normal que esas chicas quieran leer sobre sí mismas, piensa Ignacio. Un cameo en toda regla.


Nuria Peluquera. Amiga de Uxía. Ambas son de carácter muy parecido. Hace un tiempo habían viajado juntas a Londres. Lo que pasó en ese viaje no lo supieron más que ellas dos. La realidad es que, al volver, ya no eran amigas. De una total comunión se pasó al silencio.


Claudia Lanza Actriz joven y veleidosa cuyo papel en esta novela no desvelaremos para no reventar una parte esencial de la trama. Sepan, en todo caso, que es alumna del gran Giovanni Fosca.


Inma Reguilón Presidenta y socia fundadora de Soromedia, una de las grandes productoras españolas de cine y televisión. Según Julio Gasset, es la que decide qué películas se hacen y cuáles no en nuestro país.


Así arranca Los juegos florales (un pequeño resumen)


Ignacio Benavides vuelve a casa después de asistir a una fiesta. Se da cuenta de que pierde el hilo de sus pensamientos. Mantiene el carril; sin embargo, alterna unas velocidades rarísimas. Nota los párpados pesados, cayendo sin remedio. El pedo entra en la fase de somnolencia. Le viene el pánico. No puede dejarse ir, tiene que llegar a casa cuanto antes. Pisa bien fuerte el acelerador. Espoleado por los agobios y el alcohol, no repara en el radar del Hospital La Paz, que rebasa muy por encima del límite. Su vida también parece ir muy por encima del límite.


Ocho años atrás, Ignacio se matriculó en Periodismo sin mucha vocación ni entusiasmo. En la facultad se hizo amigo de Pepe, un compañero al lado del cual logró abrir algo el abanico de sus relaciones sociales. Eran tan opuestos que se complementaban. Gracias a Pepe —a sus declamaciones en público, en realidad—, Ignacio conoció a Carlota Ron. Ella era mucho más brillante que sus dos nuevos amigos; ocultaba su aspecto bajo ropa muy ancha… hasta que los tres pasaron unos días en una playa de Alicante e Ignacio la vio en bikini. Y se enamoró de ella.


A la vuelta del viaje, Ignacio se lanzó. Besó a Carlota e iniciaron un noviazgo entre literario y sexual. Incluso hubo presentación en casa de los Benavides. Ignacio comenzó a descubrir cosas ocultas en ella. Muchas veces se piensa que el tránsito de la amistad al amor abre a la otra persona, pero quizás lo que cambia es la mirada propia. Carlota venía de ser una amiga malhablada, interesante, pero de atractivo romo; al besarle la boca, cambió. Se convirtió en una mujer. 


Ignacio estaba muy convencido de su vocación literaria, aunque carecía en esos años del rigor imprescindible para parir una obra. Carlota, buena lectora, conocedora de los clásicos y crítica de una cierta radicalidad —dividía las obras en solo dos categorías: «una puta mierda» y «cojonuda»—, le ayudó a mejorar su escritura. En especial, los cuentos. 


La felicidad duró hasta que un día ella le comunicó que se iba un año de intercambio

a Manchester. Ignacio fue a verla una última vez en pleno invierno inglés. Tras un horrible viaje low cost con escala en Estocolmo, se vieron a las puertas de una residencia de estudiantes. «No te soporto, Nacho —soltó Carlota—. Me aburres, me aburro. Ahora mismo solo eres un lastre». De regreso a Madrid, Ignacio anunció a sus padres que dejaba la carrera. Lo vieron tan hecho polvo que no le dijeron nada. Todo ese invierno, y esa primavera, los dedicó a escribir su primer libro, Darse cuenta.


Han pasado ocho años de aquello. Ahora, Ignacio trabaja en la librería del conocido Fórum de Callao. La presentación en el local del poemario Meconio, de Aurelio Gervás, parece un acto más de los que se programan allí; sin embargo, la presencia de Julio Gasset cambiará el destino de Ignacio. 


Algunos temas y cuestiones de interés


Promesas, frustración y decepciones Quizás el tema central de la novela. Ya de inicio, la figura de Ignacio Benavides se nos presenta en el centro de una doble frustración o decepción —depende de cómo queramos verlo— amorosa y de futuro profesional. Cuando Carlota lo abandona, él deja, también, atrás una carrera universitaria que nunca le ha atraído e inicia una nueva vida. La publicación de su primera novela, Darse cuenta, es un nuevo motivo de decepción. Ocho años después, Ignacio sigue viviendo con sus padres y tiene un trabajo poco enriquecedor. Hasta que la promesa de un posible éxito aparece encarnada en la figura de Julio Gasset. Que esa promesa acabe en decepción o, peor aún, en frustración es algo que te invitamos a descubrir en la novela.


La generación «más preparada» y su presente laboral Un tema relacionado directamente con el anterior. Los empleados de la librería, como Ignacio, están allí mayoritariamente de rebote. Ninguno sueña con ser dependiente: es una estación de paso. Los une el amor por los libros, pero cada cual tiene, salvo excepciones, su frustración particular. Además, desde su bajo escalón jerárquico tienen nulas posibilidades de ascender. Sin motivación, nos explica el narrador, vaguean, dejan pasar el tiempo, salen mucho a fumar y al café y, salvo pequeñas eventualidades —la presentación de un libro, las amargas pugnas con las editoriales—, ven la vida pasar haciendo lo mínimo indispensable.


Reflexiones sobre la escritura «La escritura es realmente un proceso de reescritura, y sin el sudor y los codos se queda en pedo lírico, fantasía, edificio endeble que se hunde solo con mirarlo», nos cuenta el narrador refiriéndose a la vocación literaria de Ignacio y a sus esfuerzos por escribir una buena novela. Durante la adolescencia, Ignacio había escrito cuentos, pero cada vez que se entrega a producir una novela, el tema se le agota. Siempre las abandona llegado el primer tercio. Con los cuentos podía crear situaciones manejables, breves, fáciles de resolver, y dejar cierto espacio para el lucimiento de la pluma, que es lo que hacía bien. Ignacio juega a la frase de oro, el broche final: lo único que le cuesta es el resto del párrafo.


Literatura y series de televisión «El futuro de las letras es el cine», le asegura Julio Gasset a Ignacio. Es lo que llama «la vida posterior» de un libro. Gasset está convencido de que Darse cuenta, sin llegar a ser una obra excepcional literariamente, tiene algo mágico y espontáneo que puede funcionar muy bien en la pantalla. Tras años de sinsabores, a Ignacio parece que se le abre, al fin, una puerta hacia el éxito como autor y, lo que es más importante, hacia su reivindicación personal. ¿Funcionará?


Un puñado de citas, como aperitivo


En la solitud de un coche a gran velocidad se piensan muchas cosas, la mayoría malas. Es como sentarse en el interior de una bala. (p. 15)


[Al intentar progresar en la vida] actúa como Tarzán, que no soltaba su liana hasta que cogía la siguiente. (p. 75, consejo a Ignacio de su padre).


Pasado el tiempo, de estas cosas solo se recuerdan los chispazos, instantes vagos que la memoria retiene con más intensidad que el hecho principal al que acompañan. (p.34)


Esto, claro, se escribe bajo un foco concreto, que parece iluminación, pero también puede ser eclipse. Las ambiciones valen lo que vale su reverso: el fracaso. (p. 36)


El acostumbrado a elogios no sabe encajar el fracaso, y se frustra. Por eso el acostumbrado al desprecio no sabe encajar el éxito, y naufraga. (p. 62)


Cuando se anuncia un caso de éxito se comete una irresponsabilidad: de los miles que sigan su ejemplo, solo uno —o ni siquiera eso— conseguirá alcanzar su estela. (p. 110)


En la última adolescencia se busca sobre todo una comprensión, una respuesta: el romance, con todas sus torpezas, es la confirmación de que uno no está solo en el mundo, de que las infinitas horas de desánimo —absurdas, por otra parte— han tenido un sentido: encontrarse con el otro. (p. 30)


Mira el primer amor. Todo es nuevo. Todo se descubre. Luego en las siguientes relaciones ya se va cargando con el peso de las otras, se nos roba la espontaneidad, nos atan los demonios... (p. 58)


"Hay una posibilidad entre mil de que un hombre sea feliz y, si esa posibilidad es válida, viene del desconocimiento. Darse cuenta es saber que, ajenos a chispazos de fortuna, la vida está sustentada en la rabia, el dolor y la mentira. Todo lo que hay de bueno en nosotros se estrella continuamente en los demás. Si nos cambian, es para encontrar una desgracia nueva, no para incorporarse a la alegría. Darse cuenta es, en definitiva, reconocer que no estamos cojos; simplemente, nacimos con una pierna.


Inicio de Darse cuenta, la primera novela de Ignacio Benavides.


Sobre el autor

Santiago Isla (Madrid, 1994) es músico, escritor y también tiene un trabajo de verdad. Desde 2017 firma el blog Sonajero. En 2020 publica Buenas Noches, su primera novela. Debido a la inconsciencia de la juventud decide publicar una segunda.









 

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