Marta Robles desvela en PASIONES CARNALES los amores de los Reyes y Reinas que cambiaron la historia de España

Editorial Espasa. 400 páginas

Tapa dura con sobrecubierta: 19,90 € Electrónico: 10,99€


PASIONES CARNALES, de Marta Robles, es un libro sorprendente que descubre cómo afectan las relaciones más íntimas y personales de los reyes y otros poderosos a la historia de España La trastienda de la historia de España está llena de jugosos episodios, repletos de pasiones carnales, que alteraron el curso de los acontecimientos o los cambiaron por completo sin que oficialmente se reconozca.


Marta Robles ha revisado nuestra historia en busca de todas esas aventuras amorosas y sexuales que protagonizaron reyes, reinas, mandatarios y otros poderosos: desde Rodrigo, el último rey visigodo, hasta Alfonso XIII, pasando por los demás representantes de las dinastías Astur, Borgoñona, Trastamara, Habsburgo y Borbón.

El resultado demuestra que, lejos del puritanismo de la historia oficial, sus protagonistas -acompañados por sus consejeros, validos, ministros, cortesanos, esposas, concubinas e hijos legítimos o ilegítimos- no solo batallaron y gobernaron, sino que además gozaron y se divirtieron mucho más que el resto de los mortales. Y también que todos ellos, como cuantos no tienen poder ni riquezas, fueron vulnerables al amor y a los arrebatos incontenibles de la carne.


Un libro lleno de sorpresas y curiosidades íntimas –a veces subidas de tono-, con frecuencia interpretadas por personajes insospechados.


Marta Robles desvela que "después de recorrer doce siglos de Historia de España, en esa carrera de obstáculos que supone la falta de documentación contrastada y las distintas versiones que ofrecen los diferentes cronistas e historiadores de los mismos hechos, he llegado a la conclusión de que soy una atrevida. Y lo soy porque acepté el reto de zambullirme en la trastienda de lo contado, mucho más difícil aún de comprobar, sin oponer la más mínima resistencia.


El viaje me ha costado innumerables horas, un esfuerzo ímprobo y casi la salud, pero debo reconocer que también me ha hecho aprender y me ha divertido tanto como para que haya merecido la pena.


Tras acabarlo, he certificado que es imposible juzgar a los hombres fuera de su tiempo, pero también que, en un mundo donde «Todo en la vida trata sobre el sexo, excepto el sexo, que trata de poder» (Oscar Wilde dixit), hay que cercar a los poderosos. O lo que es lo mismo: impedir que su impunidad los conduzca a convertir sus méritos en catástrofes y a arrastrar en la tragedia a cuentos dependan de ellos.


En nuestra Historia ha habido monarcas mejores y peores, y, sin ellos, que siempre gozaron de ese enorme privilegio que supone el acceso a la cultura, no existirían ni nuestras mejores pinacotecas ni nuestras más destacadas bibliotecas.


Hubo monarcas que se dejaron la sangre en los campos de batalla y que lucharon por su pueblo, al que amaban más que a sí mismos, con extraordinario denuedo. Otros no, la verdad. Otros aprovecharon la Corona para exprimir la vida y gozar de todos los caprichos vedados al resto de los mortales. Y casi todos, buenos, malos o regulares, creyeron que, sencillamente, se merecían lo mejor por haber nacido donde nacieron".


«Los arrebatos carnales y el amor son, por encima de la muerte, los que más igualan a los seres humanos, independientemente de su lugar de nacimiento o condición.»


Sobre la trastienda de la historia de España


La trastienda de la historia de España está llena de jugosos episodios, repletos de pasiones carnales, que alteraron el curso de los acontecimientos o los cambiaron por completo sin que oficialmente se reconozca.


Marta Robles ha revisado nuestra historia en busca de todas esas aventuras amorosas y sexuales que protagonizaron reyes, reinas, mandatarios y otros poderosos: desde Rodrigo, el último rey visigodo, hasta Alfonso XIII, pasando por los demás representantes de las dinastías Astur, Borgoñona, Trastámara, Habsburgo y Borbón.


El resultado demuestra que, lejos del puritanismo de la historia oficial, sus protagonistas —acompañados por sus consejeros, validos, ministros, cortesanos, esposas, concubinas e hijos legítimos o ilegítimos—no solo batallaron y gobernaron, sino que además gozaron y se divirtieron mucho más que el resto de los mortales. Y también que todos ellos, como cuantos no tienen poder ni riquezas, fueron vulnerables al amor y a los arrebatos incontenibles de la carne.


Un libro lleno de sorpresas subidas de tono, muchas veces protagonizadas por personajes insospechados.


En las páginas de PASIONES CARNALES encontramos sucesos increíbles, insólitos e insospechados. Y otros no tanto. Nuestros reyes —nos explica Marta Robles— siempre fueron tan humanos como nosotros. Aunque el brillo de su corona convenciera a muchos de sus súbditos de que eran hijos directos del sol, que para eso se llama astro rey.


Si las pasiones carnales pueden trastocar el curso de los acontecimientos, merece la pena revisarlos y extraer conclusiones Para la autora, no se trata de imponer a los soberanos lo que han de hacer en las alcobas, pero sí de recordarles que sus pasiones carnales más ocultas no pueden guardar ninguna relación ni con el patrimonio ni con los destinos de sus reinos. Y menos aún en este siglo XXI, donde los secretos siempre acaban siendo desvelados y cada vez con mayor prontitud.


PASIONES CARNALES sigue un orden cronológico. Nos lleva desde el castillo de don Rodrigo, a principios del siglo VIII, hasta finales del reinado de Alfonso XIII. Aunque las historias —las pasiones— están relacionadas con los reyes y las reinas, no siempre son ellos los protagonistas principales del relato.


Así, frente a capítulos claramente centrados en los monarcas, como «Felipe II, el rey de sexualidad secreta» o «Fernando VII, el falo más grande y feo para el rey más deseado que resultó ser un felón», encontramos otros de protagonismo compartido, como «Carlos IV, María Luisa de Parma y Manuel Godoy, “la trinidad en la tierra” o la historia de una perversa confesión», y algunos focalizados en otros personajes, mujeres en su mayoría, entre los que encontramos desde amantes reales hasta cortesanas pasando por nobles cuya libertad sexual dio lugar a acusaciones que han perdurado durante siglos, como «Beatriz de Bobadilla, la sangrienta dama cazadora».


Notas narrativas de PASIONES CARNALES


El libro está dividido en 24 capítulos dedicados a otros tantos episodios históricos, en su sentido más amplio; una ilustración de los protagonistas o de algún hecho concreto abre cada uno de ellos. En una muy interesante introducción, Marta Robles ofrece elementos para su lectura en clave actual. Finalmente, una amplia bibliografía de seis páginas nos permite ampliar cualquier tema y demuestra el enorme esfuerzo de documentación que hay tras Pasiones carnales.


Nos guía un narrador en tercera persona, cuya visión no es neutra: apostilla cuando es necesario, ironiza cuando conviene e intenta implicar al lector.


La autora combina tres niveles de texto distintos. Uno nos sitúa en la época y nos presenta a los personajes y sus circunstancias. En otro nivel, recupera textos de la época referidos a los hechos o a sus protagonistas. El tercero es un doble ejercicio de imaginación basado en fuentes históricas. Por un lado, recrea los posibles diálogos entre los protagonistas; por otro, describe de forma muy carnal las pasiones que la historiografía tradicional, poco proclive al sexo más o menos explícito, apenas ha tocado.


Las 24 pasiones carnales y algunos secretos de alcoba


CONQUISTA Y RECONQUISTA DE ESPAÑA. DEL ARREBATO AL AMOR Marta Robles nos lleva a los últimos y agitados meses del empobrecido reino hispano-visigodo, sumido en rencillas entre clanes y víctima de epidemias y de una gran sequía. El último rey, don Rodrigo, sucesor del célebre Witiza, revoloteaba en torno a las doncellas más jóvenes y deseables de la corte sin que nadie osara oponerse. En el norte de África, sus rivales conspiraban con los Omeyas. La llegada a palacio de Florinda, hija de don Julián, conde de Ceuta, provocó un giro dramático e irreversible en los acontecimientos.


Secretos de Alcoba. La violación de Florinda. Para tener cerca a la bella Florinda, don Rodrigo le encargó la tarea íntima de limpiarle los aradores de la sarna. Con una aguja de oro, eso sí. Mientras ella se ocupaba de tan enojosa labor, con cuidado y paciencia, él aspiraba el aroma a lavanda de su pelo y pensaba en su cuerpo delicado y prieto, con un cada vez más incontenible ardor. El rey se encaprichó de la doncella cuando la descubrió bañándose desnuda en una fuente, y acabó violándola de forma brutal. Los gritos de dolor de la muchacha se escucharon en todo el palacio. La esposa de Rodrigo, no hizo nada; conocía los excesos de su marido y callaba. Casada a la fuerza, la reina Egilona estaba enamorada de Pelayo, un primo del rey que formaba parte de la guardia real.


ALFONSO II DE ASTURIAS, EL CASTO, O EL ÚNICO REY EN LA HISTORIA DE ESPAÑA QUE JAMÁS TUVO UN ARREBATO CARNAL Bisnieto de don Pelayo, Alfonso llevó su capital a Oviedo. Allí, desde un palacio que mandó edificar y que rodeó de iglesias y de una gran catedral, reivindicó su derecho a la reconquista, ante los «usurpadores» cordobeses. Pronto ganó fama por su castidad. La gran pregunta, a la que intenta responder la autora en este capítulo, es: ¿por qué fue tan casto el rey, cuando los reyes, como el resto de los hombres, siempre quieren dejar su estela y sus reinos atados y bien atados con una descendencia que los asegure?


Secretos de alcoba. El rey que fue monje y no conoció mujer Alfonso fue monje antes de ser proclamado rey, y continuó manteniendo el voto de castidad cuando colgó los hábitos. Ni siquiera sucumbió a la tentación cuando se casó, seguramente por poderes, con Berta, la hermana de Carlomagno, rey de los francos, de los lombardos y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El rey asturiano se resistió a consumar el matrimonio y a probar las delicias del amor y el sexo. Alfonso no tuvo ni una gota de lujuria en su sangre real. Por eso se mantuvo alejado del contacto con esta mujer y con cualquier otra «gobernando el timón de su reino con castidad, austeridad, pureza y cariño, querido por Dios y los hombres», según el obispo Rodrigo Jiménez de Rada.


AVA DE RIBAGORZA, EL MISTERIO DE LA CONDESA TRAIDORA Conocemos las dos versiones sobre lo que pudo —o no— pasar durante la vida de esta mujer, cuyo nombre legendario se asocia a la traición. Por amor, eso sí. O por amor y ambición, que suelen ir más ligadas de lo que la lírica reconoce. El capítulo narra también la historia de su marido, el conde García Fernández de Castilla. Tras la traición de su esposa, el conde se unió a la ambiciosa y malvada Sancha, hija de un noble francés. Mientras tanto, Castilla se enfrentaba a un rival temible: Almanzor. Secretos de alcoba. Cuando la muerte se oculta bajo la cama Una de las versiones sobre la traición de Ava de Ribagorza nos explica que se enamoró de un noble francés y huyó con él al sur de Francia. Disfrazado de pobre peregrino, el conde de Castilla se presentó a las puertas del palacio de su rival. Allí se alió con Sancha, la hija de aquél, que odiaba a su padre y a su nueva madrastra. La joven ayudó al celoso conde a entrar en el palacio. García Fernández se ocultó bajo la cama de la pareja. Por la noche, el francés y su esposa robada se fueron a descansar, pero antes comenzaron con su ritual diario del amor. Las impetuosas embestidas de él hacían temblar el lecho bajo el que aguardaba escondido y cada vez más enfurecido el castellano. Cuando los amantes se durmieron, García Fernández salió de debajo de la cama y los apuñaló hasta la muerte.


ALFONSO VI DE LEÓN, EL BRAVO, EL REY QUE SENTÓ AL TRONO A UNA REINA MORA Hay partes de la historia sobre las que se cierne una nebulosa. Es el caso de la que concierne a Alfonso VI y a sus mujeres. El rey de León, apodado el Bravo, lo fue en el campo de batalla y también en el lecho, que compartió con siete damas consecutivas: cinco esposas y dos concubinas. El rey solo tuvo un hijo varón, Sancho, que murió en la batalla de Uclés. El problema es que era fruto de su relación con una concubina musulmana, Zaida. ¿Cómo es posible, entonces, que hubiera podido llegar a ser rey?


Secretos de alcoba. Una primera cita para perder el sentido El primer día en el que Zaída y Alfonso se encontraron a solas, ella aromatizó su cámara con esencia de ámbar y de almizcle. Después, repartió sobre su pelo un ungüento con aceite de mirto, nogalina y anémona para aterciopelar su larga cabellera, que adornó con una diadema de perlas. Luego extendió por su piel una crema perfumada, e insistió un poco más en su sexo depilado. Se vistió con un ligerísimo vestido de seda bordada de color carmesí y lo adornó con un collar. Cuando el rey entró y la vio, se le inflamó el corazón… y el miembro. La sesión carnal fue un festín para los sentidos. Aquella historia de amor fue manipulada por cronistas oficiales, que prefirieron ocultar su condición de musulmana. Zaida/Isabel llevó a la corte de Burgos algunos usos de su Al Ándalus natal.


ALFONSOVIII DE CASTILLA, O EL REY QUE ESTUVOA PUNTO DE PERDER LA BUENA IMAGEN YUNA IMPORTANTE BATALLA POR UNOS OJOS VERDES A una guerra civil, Alfonso VIII sumó la pérdida de territorios a manos de Navarra y León. Inteligente y aplomado, fue coronado de niño y se convirtió en un rey que aceptó las obligaciones de Estado sin vacilar. Entre ellas, el matrimonio de conveniencia con la fascinante Leonor de Plantagenet. Durante siete años, la reina tuvo que soportar que su marido la abandonara por una judía y que casi desbaratara las glorias de su reinado. En esos siete años, la corte fue un refugio, un paraíso, para los judíos castellanos.


Secretos de alcoba. Las flechas del amor… y las otras Un día de caza, Alfonso divisó un halcón que perseguía a una de sus palomas mensajeras. Sacó su arco y le disparó una flecha, que le alcanzó. El ave cayó tras el muro de un jardín. El rey empujó una puerta y, al entrar en él, descubrió no solo la belleza de un espacio repleto de vegetación, sino también la de una mujer de espesa melena oscura y mirada tan intensa que dolía. Ella, al contemplar al apuesto caballero, también sintió esa flecha de Cupido. Unos días después, el rey volvió al jardín y, obnubilado por la hermosa joven, la sedujo y la poseyó sobre la hierba. Desde aquella mañana, Alfonso no dejó de frecuentar a Raquel o Rahel, que así se llamaba la mujer, ni un solo día. Unos meses más tarde, tras la apasionada entrega diaria, el rey le pidió que fuera a palacio a vivir con él.


ALFONSO X EL SABIO, EL REY INMACULADO QUE TAMBIÉN TENÍA CARA B Alfonso X no quiso heredar la santidad de su padre y prefirió construirse una reputación con inteligencia, pero sin dejar de hacer lo que le dio la gana. Más aún en cuanto concernía a los apetitos de la carne. Alfonso X, llamado el Sabio, debió de serlo, y mucho, para lograr vivir la vida licenciosa que deseaba y regocijarse con lo que le hacía feliz sin que el futuro le criticara; desde luego, no fue un santo, como ya se ha mencionado, ni tampoco un gran rey. O al menos no fue el rey que continuara la estela de sus antecesores.


Secretos de alcoba. Un rey Sabio entre dos princesas Alfonso X se casó con Violante de Aragón, hija de Jaime I el Conquistador. Como la novia solo contaba doce años, Alfonso, que tenía veintisiete, tuvo que esperar otros dos para consumar el matrimonio. Mientras tanto, siguió con una intensa actividad erótica con diversas damas de la nobleza. Como Violante no se quedaba embarazada, Alfonso pensó en repudiarla y casarse con la bella Cristina de Noruega. El azar quiso que, durante el viaje de Cristina a España, Violante quedara encinta. ¿Qué hacer? Alfonso no podía repudiar a una ni rechazar a la otra sin enemistarse con sus padres, dos reyes poderosos. Al final, tras un arrebato sexual con Alfonso junto a las murallas, Cristina se casó con Felipe, hermano del rey; como era arzobispo de Sevilla, debió colgar los hábitos para desposarse. Entre las soldaderas cercanas al rey, la más célebre fue María Pérez, la Balteira, bella, ingeniosa, buena bailarina y cantante, que jugó un papel fundamental —y seductor— a favor de Alfonso cuando se sublevaron los reyes moros de Murcia y Granada, tributarios de Castilla.


LEONOR DE GUZMÁN, LA CONCUBINA QUE VIVIÓ COMO SI FUERA UNA REINA En la España del siglo XIV solo había dos tipos de mujeres: las honestas y las «malas». Tal consideración podía ser una u otra dependiendo de lo que cada dama hiciera con su cuerpo. A alguna de esas «malas mujeres» les amparaba, aparte del dinero, su propia inteligencia. Es el caso de Leonor de Guzmán, una mujer bellísima que fue amante de Alfonso XI durante más de dos decenios; esta ilustre barragana tuvo diez hijos con él y uno de ellos cambió la historia de España, de forma definitiva, tras asesinar a su hermanastro y acceder al trono.


Secretos de alcoba. Retozando en el jardín con la dama más bella Leonor fue, si no la «mala mujer» más poderosa de nuestra historia, al menos sí una de las más destacadas. La única que ejerció de reina siendo concubina y logró tener potestad suficiente no solo para ubicar política y económicamente a sus hijos y parientes, sino también para ordenar patrimonios y hasta confirmar privilegios y fueros a nobles y municipios. El rey y su futura amante se conocieron cuando ella tenía catorce años. Tiempo después, viuda Leonor de un caballero, volvieron a coincidir en la corte. Ella deslumbró a todos por su hermosura, y aquel mismo día el rey y ella acabaron desnudos, retozando en el jardín en una escena que Marta Robles recrea con maestría erótica.


PEDRO I EL CRUEL, LA HISTORIA SE REPITE (MÁS O MENOS), O EL REY DE PROBADA INCONTINENCIA SEXUAL La crueldad a la que se refiere el apodo de Pedro el Cruel comenzó a evidenciarse con el asesinato de Leonor de Guzmán, que planificó junto a su madre, María de Portugal. El odio de Pedro hacia Leonor derivó en enfrentamientos con los hijos de ella y de Alfonso XI, sus hermanastros, entre los que destacaba Enrique de Trastámara. Desde adolescente, Pedro hizo gala de una gran incontinencia sexual; tanto le daban las damas como las mozas de la gleba con las que tropezaba por Sevilla cuando salía disfrazado para jugar a los dados.


Secretos de alcoba. De «mujer de consuelo» a verdadera reina Aparte de divertimentos carnales varios, Pedro I tuvo seis relaciones conocidas con damas de alcurnia. Con cinco de ellas engendró un total de nueve hijos. Dada la voracidad sexual del rey, su ayo, Alfonso de Alburquerque, tras pactar su matrimonio con Blanca de Borbón, le presentó a la hija de unos afines, para que, durante la espera, se «aliviara» con ella. El nombre de esta muchacha ha quedado grabado en la historia: María de Padilla. Aquella mujer destinada a satisfacer la lascivia del rey se convirtió, de facto, en reina y en su verdadero amor. Tras la boda con Blanca, Pedro dejó a su esposa para enredarse en los brazos de María. De hecho, de cuantas mujeres se relacionaron con el monarca, a la única que no tocó un pelo fue a Blanca; ocho años después, el rey ordenó envenenarla.


CONSTANZA, INÉS Y PEDRO, UNA HISTORIA DE AMOR, MUERTE Y MALA SUERTE Uno de los personajes más infortunados del siglo XIV fue Constanza Manuel de Villena, hija del literato y conde Juan Manuel. Este capítulo aborda un episodio triangular en el que el protagonista masculino es Pedro I de Portugal y las dos damas son españolas. Constanza se casó a los nueve años con Alfonso XI de Castilla, que la repudió antes de consumar el matrimonio. Tras varias peripecias y una guerra, se casó con el heredero al trono de Portugal, Pedro. Para su desgracia, su marido se enamoró de una dama de su séquito, Inés de Castro.


Secretos de alcoba. Un triángulo amoroso que acabó en guerra Al poco de casarse con el príncipe Pedro, Constanza Manuel se apercibió de que su esposo no la amaba a ella sino a Inés. Su suegro, el rey Alfonso IV de Portugal, hizo todo lo posible para alejar a su hijo de su amante. Sin éxito. Ambas relaciones siguieron en paralelo, porque Pedro cumplió con sus obligaciones maritales sin dejar de atender a Inés. Constanza dio a luz al deseado heredero, Fernando, en 1345. El parto fue tan duro, que la princesa murió. Ni un año esperó Pedro para instalarse junto a su amante en Coímbra, donde ella quedó en estado del primero de sus hijos. La vida de la pareja fue la de un matrimonio canónico —no se sabe si llegó a formalizarse— durante diez años. Hombres de Alfonso VI asesinaron a Inés, provocando que Pedro se alzara en armas contra su padre.


ISABEL DE PORTUGAL, O EL GERMEN DE LA LOCURA Y LOS CELOS Es curioso, explica Marta Robles, que tras los matrimonios pactados cupieran el amor y los celos de una manera tan desmedida como para que algunos de sus protagonistas cometieran locuras o perdieran el seso por las actuaciones de sus parejas. Inteligente, astuta y hermosa, Isabel de Portugal se casó con Juan II de Castilla, con el que tuvo a la futura reina Isabel la Católica. Padeció una celopatía que pudo derivar en rasgos de locura, de forma que acabó sus días trastornada como, años después su nieta: Juana la Loca.


Secretos de alcoba. Las culpables siempre son ellas El desequilibrio mental de Isabel de Portugal se gestó a través de los celos, a lo largo de toda su relación. Esos celos fueron los que desencadenaron el famoso episodio del baúl. Una leyenda asegura que, mientras estuvo encerrada en él por orden de la reina, Beatriz de Silva recibió la «visita» de la Virgen María que le aseguró que sería liberada y que en «pago» debería fundar una orden consagrada a su culto. Beatriz cumplió y fundó la orden de la Inmaculada Concepción, ¿Por qué Isabel no se volvió contra su marido? La respuesta es sencilla. Como Marta Robles explica en el libro, la Iglesia solo determinaba el adulterio en las mujeres y ellas defendían su honra siempre atacando a «la otra». Vamos, que las culpables siempre eran las amantes y no los pobres esposos tentados.


ENRIQUE IV EL IMPOTENTE, O LA CONFABULACIÓN CONTRA EL DE MIEMBRO DÉBIL Pasar a la historia como «el Impotente» es una desgracia para un varón en cualquier época. Más aún para un rey medieval, cuya principal misión era asegurarse la sucesión. La impotencia de Enrique IV llevó a que le suministraran afrodisiacos de todo el mundo. Como no funcionó, hizo que se practicara la primera inseminación de la historia. Falló. Así que se la encargó a Beltrán de las Cuevas por el método tradicional. Por eso el pueblo nunca aceptó a su hija Juana, a quien llamaron “la Beltraneja”.


Secretos de alcoba. Una inseminación por el método tradicional Mientras un médico depositaba con una cuchara de oro el semen de Enrique en el sexo de la reina, el monarca apareció de repente, con sus manos gigantescas colgando como las de un simio. La reina pensó que la correlación entre los miembros era ridícula. Manos inmensas y pene mínimo. Enrique propuso a Juana un método alternativo y tradicional: «Un hombre de confianza, al que se le recompensarán los servicios». El elegido fue Beltrán de la Cueva. La reina asintió. La idea de tener contacto por fin con un varón de verdad, que quisiera tocarla y penetrarla, era la mejor de las noticias. Nueve meses más tarde de tan real acuerdo nació una niña, Juana. Pese al paripé de la cuchara, no pudieron ocultar el origen de la criatura, a la que pronto apodaron la Beltraneja, por razones obvias.


BEATRIZ DE BOBADILLA, LA SANGRIENTA DAMA CAZADORA Pocas mujeres de nuestra historia han sufrido tantos prejuicios como Beatriz de Bobadilla, señora de la Gomera y El Hierro. Muchos historiadores la ensalzaron por sus virtudes femeninas al tiempo que la condenaron por las supuestamente masculinas, como su inteligencia y su sexualidad. Dotada de una vagina potente y de una libido insaciable, fue amante del Gran Maestre de Calatrava y también —está probado— de Cristóbal Colón. Se rumoreó, además, que sedujo al rey Fernando. Beatriz los volvía locos con los movimientos de su vagina durante el coito.


Secretos de alcoba. La armadura que enloqueció de deseo al rey Fernando Beatriz potenciaba su físico con un excéntrico vestuario en el que cabían excitantes vestiduras metálicas. Usaba unos toneletes de bronce que le cubrían los muslos y realzaban el perfil de sus nalgas, bien contorneadas con un breve pantaloncito de pana negra. Sus ansias de escandalizar la llevaron a ataviarse con una armadura de casco, visera, y bragadura de terciopelo rojo en la entrepierna. Se rumoreó que el rey Fernando, de imaginación sexual natural desbordada, no pudo resistirse a poseer a la dama, encerrada en aquellos hierros, a través de esa puerta de entrada suave y tentadora. En su primera cita, el rey y Beatriz llevaban una lista de posiciones sexuales consideradas antinaturales por la Iglesia.


FERNANDO,ISABEL,GERMANA Y CARLOS I, LOS AMORES ENTRECRUZADOS Isabel y Fernando formaban un dúo imbatible en lo político, pero no tanto en lo carnal. Frente a una reina modosa y cristiana, el rey cultivaba la infidelidad. Isabel sufrió mucho a causa de ella. Cuando murió su esposa, Fernando, que la respetaba y quería, se casó obligado con Germana de Foix para tener un heredero. Años después, en el lecho de muerte, el rey pidió a su nieto, el futuro Carlos I, que cuidara a Germana. El joven lo hizo personalmente y se convirtió en amante de su abuelastra.


Secretos de alcoba. Los estragos amorosos de la abuela más sexy Germana era de talle fino, grandes ojos claros, cejas bien dibujadas y boca pequeña y armoniosa. Y padecía una levísima cojera que le hacía caminar con un vaivén de caderas extraordinario y aumentaba su sensualidad. Pero más que su físico y su gusto por el buen vestir, lo que tenía Germana era una enorme energía para las fiestas y más aún para el sexo. Su imaginación erótica la llevó a disfrazarse de rey Fernando —sin calzones, con el sexo al aire— para provocarle una erección. Cuando su abuelo, en el lecho de muerte, le encargó que se ocupase de Germana, Carlos I, de solo dieciséis años, lo hizo con más entusiasmo del requerido, tras verla por primera vez y sucumbir a su belleza y encanto. Abuelastra y nietastro se convirtieron en amantes.


JUANA LA LOCA Y FELIPE EL HERMOSO, LOS AMORES TÓXICOS Punto de partida Decir que Juana la Loca enloqueció solo por amor y celos es simplista. Y no se corresponde a la realidad. El cúmulo de amor, traición, engaño y manipulación llevó a Juana a comportarse de una manera insólita, propia de alguien que ama con todo el ser. Solo que, en su caso, los intereses eran tantos en su entorno familiar, que hubiese sido imposible que ella, al descubrir la falta de cariño de los suyos, no alterase su conducta y su razón. Estuvo muchísimos años de su vida encerrada y sin cambiarse de ropa hasta que muriócon el cuerpo llagado.


Secretos de alcoba. El riesgo de dejar unas tijeras cerca de Juana la Loca A sus encantos físicos, Juana sumaba una preparación digna de una futura reina. Con el matrimonio de sus hijos, Isabel y Fernando tejían alianzas políticas. Y a Juana le tocó Flandes. Cuando conoció a su futuro marido, Felipe el Hermoso, se quedó hechizada por su belleza. Si bien no era un hombre de rostro extraordinariamente atractivo, al menos era alto y delgado, deportista, bailarín y resultón. Al principio, ambos se mostraron muy unidos en el lecho y fuera de él. Sin embargo, Felipe, como todos los reyes, era un picaflor. Cuando notó que su marido se alejaba de ella, Juana intentó reconquistarlo por todos los medios: con fogosidad sexual, incluso pidiendo consejo a moriscas expertas en filtros amorosos. Ahogada por los celos, decidió perseguir a su marido allá donde él fuera y se convirtió en una detective, que vigilaba todos sus movimientos intentando prevenir sus infidelidades. En una ocasión, llegó a agredir con unas tijeras a una joven de la que sospechaba que su marido cortejaba. Tuvieron que separarla de ella para que no la matara.


FELIPE II, EL REY DE SEXUALIDAD SECRETA Felipe II fue educado para mantenerse alejado de las tentaciones de la carne, pero fue tan devoto del sexo como para tener cuatro esposas e innumerables amantes. Eso mientras obligaba a sus súbditos a no tener contacto físico en los bailes, obligándolos a llevar un pañuelo entre las manos. Poseía una cara A de gran estadista y una cara B que escondía algunas particularidades que demuestran que el sexo era esencial en su vida. Poseía una extraordinaria colección secreta de pinturas eróticas de Tiziano. Los protagonistas de los cuadros tenían su propio rostro y el de la mujer que más amó: Isabel Osorio 

Secretos de alcoba. «¿Todo eso es vuestro, mi señor?» La noche de bodas de Felipe II y su primera esposa, María Manuela de Portugal, está entre las más épicas de la historia. La portuguesa era una adolescente rolliza de la misma edad del rey. En octubre de 1543 compartieron lecho por primera vez. Aunque no se gustaron en demasía, tenían las hormonas tan alteradas que no veían el momento de consumar el matrimonio. Tras desnudarla, Felipe acarició los grandes pechos de María Manuela por encima de su camisola y notó cómo su pene, de gran tamaño, adquiría consistencia. Cuando él se quitó la ropa, María Manuela miró su miembro con estupefacción y algo de temor, y preguntó, con los ojos abiertos como platos: «¿Todo eso es vuestro, mi señor?». Copularon tres veces en dos horas y media hasta que los interrumpieron para evitar la concupiscencia.


FELIPE IV, EL REYADICTO AL SEXO Si la vida sexual de Felipe II se mantuvo en secreto durante su reinado, el comportamiento eróticofestivo de Felipe IV fue tan exagerado, que ya durante su reinado lo conocían todos sus súbditos. El rey dedicaba la mayor parte de su tiempo y esfuerzo a seducir mujeres y a yacer con ellas. Cualquier mujer bella valía para tratar de satisfacer el insaciable apetito sexual del monarca. «Un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno», lo describió el historiador alemán Ludwig Pfandl


Secretos de alcoba. El misterioso caso de la monja (un poco) muerta Jerónimo Villanueva, patrono del convento de San Plácido y amigo íntimo del conde-duque de Olivares, glosó un día de tal modo la belleza de una monja del convento, llamada sor Margarita de la Cruz, que el rey se obsesionó con conocerla. Disfrazado de mendigo se presentó en el convento y, tras verla, su deseó aumentó. Alertada la abadesa, pergeñó un plan para evitar el sacrilegio: fingir la muerte de sor Margarita. En su celda colocó un ataúd e hizo que la joven se tumbara en su interior, amortajada y con una cruz entre las manos. Lo rodeó de cirios encendidos. Cuando el rey descubrió el engaño, obligó a sor Margarita a tumbarse, le levantó el hábito y la violó. Intocable el monarca, la Inquisición inició un proceso contra Villanueva. El conde-duque de Olivares lo paró, amenazando al inquisidor general.


FELIPE V E ISABEL DE FARNESIO, O «EL REY Y YO» Marta Robles confiesa que, repasando nuestra historia, pensaba que le costaría trabajo encontrar algún rey más obsesionado con el sexo que Felipe IV, pero su bisnieto, Felipe V, el primer Borbón, fue aún más enfermizo. Eso sí, el rey compartió lecho solo con sus esposas, a las que fue escrupulosamente fiel, Su catálogo de prácticas sexuales escandalizaría incluso en pleno siglo XXI. Ese apetito sexual se enfrentaba a su fe en Dios, provocándole muchas dudas y temores, Tantas como su afición por la masturbación.


Secretos de alcoba. El juego del «impávido» y el consolador real Con tal de tener poder y gobernar, la muy inteligente Isabel de Farnesio aceptaba todas las exigencias sexuales del rey.La primera de ellas fue tener sexo en el lecho sin asear de su anterior esposa, fallecida unos meses antes. Al aceptar las fantasías sexuales de su esposo, la dependencia de Felipe hacia su mujer fue total. Entre sus prácticas favoritas destacaba «el impávido». El rey y la reina observaban por unas mirillas como una dama enmascarada realizaba felaciones a seis hombres; de entre ellos, ganaba el que se mostrara más impávido. Un día, para aumentar el placer, mientras miraban jugaron con un consolador hecho de cuerno con forma de falo. Felipe penetró con él a Isabel provocándole un orgasmo. A partir de ese primer día, el juguete formó parte de esa relación suya, en la que la reina decía a todo que sí, incluidos los golpes dentro y fuera del sexo.


LUISA ISABEL DE ORLEANS, ENTRE LA LOCURA Y EL LESBIANISMO El hijo de Felipe V, Luis I, fue el más efímero de los reyes de España, ya que reinó solo siete meses. De mayor interés para este libro es la figura de su esposa, Luisa Isabel de Orleans, la única reina española de sexualidad diferente. Rebelde y violenta, apenas recibió educación, por lo que no estaba preparada para casarse y mucho menos para ser reina. No sabía leer ni escribir, no le interesaba el arte, y su conducta, desprovista de todo protocolo, era irrespetuosa, antipática y burlona.


Secretos de alcoba. Encuentros lésbicos en la habitación de la reina Ni el desaseo ni la pereza ni, en definitiva, todo el comportamiento díscolo y sin normas de Luisa Isabel de Orleans tenían que ver con su condición sexual, que no era otra cosa que parte de su naturaleza. Proscrita por la Iglesia católica, pero… tan auténtica como inevitable. Como era de esperar, la reina, que no respetaba lo impuesto en sociedad ni sus propias obligaciones, menos aún iba aceptar las directrices de la Iglesia católica respecto al sexo, habida cuenta de sus tendencias naturales. Así que no dudó en atender las exigencias de su carne y satisfacerlas en su propia alcoba, en compañía de sus damas de la corte. Alentadas por la propia reina, las más jóvenes se desnudaban por completo, al igual que ella, y se dejaban llevar por esa pasión carnal estrictamente prohibida, que era la única del agrado de Luisa Isabel. Le encantaba escandalizar. Así, el mariscal de Tessé, en un informe al rey de Francia, explicó que, en una ocasión, la reina se subió a un manzano con ayuda de una escalera, enseñando su culo a los presentes.


CARLOS III, ELREY QUE ENSOMBRECIÓ A SU MEDIO HERMANO FERNANDO VI Y QUE MÁS CONTÓ SUS INTIMIDADES Fernando VI emprendió una cruzada personal contra la indecencia. Quiso reciclar los corrales de comedias y las posadas —los antros de perdición de la época por el intercambio sexual— y controlar las obras teatrales «de dudosa moralidad». A la muerte de su esposa, Bárbara de Braganza, Fernando enloqueció y su reinado, bastante destacado, quedó oculto tras la brillantez del de su sucesor, Carlos III. Éste solo se casó una vez y, cuando María Amalia de Saboya murió, se mantuvo casto, dedicado a gobernar y a la caza.


Secretos de alcoba. La carta (explícita) de Carlos III a sus padres La carta de Carlos III a sus padres sobre su primer encuentro sexual con su esposa se conserva en el Archivo Histórico Nacional. Este es un fragmento: «Me puse primero con ella en la silla de postas donde hablamos amorosamente, hasta que llegamos a Fondi. Allí cenamos en nuestra misma silla y luego proseguimos nuestro viaje sosteniendo la misma conversación y llegamos a Gaeta algo tarde. Entre el tiempo que necesitó para desnudarse y despeinarse, llegó la hora de la cena y no pude hacer nada, a pesar de que tenía muchas ganas. Nos acostamos a las nueve y temblábamos los dos, pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo y empecé y al cabo de un cuarto de hora la rompí, y en esta ocasión no pudimos derramar ninguno de los dos; más tarde, a las tres de la mañana, volví a empezar y derramamos los dos al mismo tiempo».


CARLOS IV, MARÍA LUISA DE PARMA Y MANUEL GODOY, «LA TRINIDAD EN LA TIERRA»O LA HISTORIA DE UNA PERVERSA CONFESIÓN En este capítulo, Marta Robles le da vueltas a una pregunta: ¿Carlos IV no se enteraba de las infidelidades de su esposa, o era un consentidor consciente de ellas? La real pareja tuvo catorce hijos; pero, según la reina María Luisa, su esposo no fue el padre de ninguno de ellos. Muy fuerte. Aunque puede ser que tal confesión en su lecho de muerte solo fuera un modo de vengarse de su hijo Fernando VII, al que detestaba. Quién sabe. Lo que es indiscutible es que el documento escrito de tal confesión existe.


Secretos de alcoba. Godoy, el amante a dos bandas Marta Robles sostiene que Carlos IV fue un consentidor de las infidelidades de su esposa. Cree que se enteró de todo y hasta contribuyó a que buena parte de los acontecimientos evolucionaran como lo hicieron. Sobre todo, los relativos a Godoy, a quien amaba tanto o más que la reina y, posiblemente, hasta tan carnalmente como ella. La desdentada y feúcha María Luisa creó en sus estancias una especie de salones dieciochescos en los que se entregaba a sus pasiones carnales, en especial con sus guardias de corps. Manuel Godoy, el único hombre al que parece que amó. se convirtió en el hombre más poderoso del reino y, en este punto, se multiplican las preguntas: ¿era Godoy amante del rey, como lo era de la reina? ¿Se relacionaban carnalmente solo dos de ellos? ¿Lo hacían de dos en dos? ¿O se amaban los tres a la vez?


FERNANDOVII, EL FALO MÁS GRANDE Y FEO PARA EL REY MÁS DESEADO QUE RESULTÓ SER UN FELÓN Fernando VII —que ni por asomo era homosexual, como muchos creyeron que lo fue su progenitor— tenía una verga aún más grande que las de Felipe II y Felipe V, los dos reyes mejor dotados hasta entonces. Eso sí, era muchísimo más fea y más complicada de utilizar que las de sus ilustres predecesores, lo que le provocó problemas para fecundar. A sus mujeres, el coito les resultaba tan doloroso, que se cuenta que los gritos de María Antonia de Nápoles se escuchaban en su Italia natal.


Secretos de alcoba. Érase un rey a una verga deforme pegado Por la corte de Fernando VII circularon rumores y chascarrillos sobre los problemas que el pene enorme y deforme del rey provocaba en sus relaciones sexuales. Y, más concretamente, en sus esposas y amantes; ya les hemos explicado el episodio de los alaridos de María Antonia de Nápoles. Muy pronto el rey desarrolló gustos más callejeros que palaciegos.Ni cuando estalló el motín de Aranjuez y se convirtió en rey por poco tiempo, dejó de frecuentar mujerzuelas. Su antro favorito era la casa de Pepa la Malagueña. Especialmente chusco es el episodio de su noche de bodas con su tercera esposa, la delicada, adolescente y virgen María Josefa Amalia de Sajonia. Cuando el rey se le acercó y ella le vio el pene, se sintió tan aterrorizada que se le abrieron la vejiga y el ano, y, literalmente, se meó y se cagó en la cama. Al rey, la libido se le desplomó.


MARÍA CRISTINA, ISABEL—SOBRE TODO ISABEL—, PAQUITA NATILLAS Y TODOS LOS DEMÁS (QUE FUERON MUCHOS) Viuda de Fernando VII y regente de España por la minoría de edad de su hija Isabel, María Cristina de Borbón se enamoró y se casó en secreto con un oficial de su guardia. Con él huyó a París. Ya en el trono, Isabel fue de unos brazos masculinos a otros. Tal vez se debiera a la necesidad de cariño de una niña huérfana de padre, desatendida por su madre y casada con un homosexual. Isabel se rodeó de personajes pintorescos, como sor Patrocinio, la Monja de las Llagas, que medió para que la reina se casara con su


Secretos de alcoba. La pareja imposible: Isabel y Paquita Natillas Isabel era una mujerona atractiva, de ojos claros, nariz más bien pequeña, senos grandes y caderas voluminosas. Y tal vez por sus características físicas, por las anímicas o por la herencia genética de su dinastía, necesitaba el sexo como el aire para respirar. O eso se desprendía de sus tantas aventuras amorosas, desde aquella primera con su tutor, Salustiano Olózaga, o con el general Serrano, a quien ella llamaba el General Bonito. La lista de amantes es muy larga. Su marido, Francisco de Asís, bautizado como Paquita Natillas por el pueblo, era culto y amanerado. Aunque no albergaba muchas esperanzas respecto a su virilidad, lo que Isabel se encontró en su primera noche juntos fue peor de lo que se imaginaba. Se resume en una frase suya: «Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo».


ALFONSO XII, EL REY DE LA CANCIÓN TRISTE Pese a la oposición de su madre y del presidente del gobierno, Cánovas del Castillo, Alfonso XII se quiso casar por amor con su prima María de las Mercedes, hija del gran enemigo de Isabel II, el duque de Montpensier. En el momento en el que el pueblo se enteró de que el rey quería casarse por amor, como los pobres, estalló en júbilo. La historia acabó de forma trágica cinco meses después de las nupcias. Como buen Borbón, Alfonso disfrutaba de las juergas en compañía de hermosas mujeres… antes y después de la boda.


Secretos de alcoba. El anillo maldito de Virginia Oldoini María de las Mercedes murió a los dieciocho años a causa de un tifus. Hay una leyenda según la cual Alfonso XII recibió un anillo de regalo de su amante, Virginia Oldoini, la condesa de Castiglione, semanas antes de su boda. Se dice que la condesa, despechada, maldijo la joya y que ese fue el germen de la desdichada enfermedad de la reina. Y no será verdad, pero sí lo es que el rey sufrió la pérdida de su amada y que seguramente la Castiglione no lamentó su muerte como lo hicieron los españoles. Esta triste historia, sin embargo, no menguó las ganas del rey de enamorarse. Pero si el primero fue un amor complicado, el segundo fue uno prohibido. La protagonista de tal arrebato amoroso y carnal se llamaba Elena Sanz y era cantante de ópera. Hay datos para pensar que ya eran amantes antes de que Alfonso se casara.


ALFONSO XIII, EL REY MÁS POLÉMICO Y CON HALITOSIS Alfonso XIII fue el más mujeriego de todos los Borbones, aunque su abuela Isabel le ganó en relaciones sexuales. A diferencia de su padre, que se fijaba en las refinadas cantantes de ópera, a Alfonso XIII le iban más las cómicas y las cupleteras. Pese a que su esposa, María Eugenia de Battenberg, le perdonaba sus conocidas infidelidades, su relación se deterioró a causa de las enfermedades de sus hijos, sobre todo la hemofilia, de las que el rey la culpaba. Es imposible confeccionar una lista de amantes, fueron cientos (incluso la institutriz de sus hijos). Además, se le reconocen oficialmente hasta cuatro hijos ilegítimos, de entre los muchísimos más que se supone que tuvo; solo uno, Leandro de Borbón, alcanzó por la vía jurídica la gracia de poder utilizar su apellido.


Secretos de alcoba. Hagámoslo como en las películas (porno) El rey mantuvo una relación de más de diez años con la actriz Carmen Ruiz Moragas, a quien llamaba Neneta. De hecho, Alfonso estuvo a punto de anular su boda para convertir a Neneta en su esposa y en su reina. A Carmen no le faltaba nada para volver loco al soberano. Pertenecía a una familia acomodada, era bella, inteligente, descarada, divertida y con carácter. No se dejaba dominar por el rey, tenía un talante más bien feminista y era tan pasional como para mantener la intimidad siempre viva. Su metro setenta cinco, sus ojos vivos y su sonrisa cautivadora no pasaban inadvertidos. Era la actriz mejor vestida, la más bella, la mujer del momento. En sus encuentros sexuales, el rey exigía a Carmen que reprodujera las escenas que veían en las películas pornográficas que él mismo encargaba producir en Barcelona.


Sobre la autora


Marta Robles, periodista y escritora, comenzó su carrera profesional en la revista Tiempo y desde entonces nunca ha dejado de trabajar en las publicaciones y cadenas de radio y televisión más importantes de España. Actualmente colabora en La Razón, La Gaceta de Salamanca, Espejo Público (Antena 3) y Está Pasando (Telemadrid). Además, participa regularmente en mesas redondas, charlas y coloquios, así como imparte conferencias y realiza presentaciones por toda España. Entre sus numerosos premios cabe destacar el TP de Oro, dos Antenas de Oro, dos de Plata, el Woman de Oro, el Premio Nacional de Comunicación o el Premio PR a la periodista más querida de Madrid. Ha publicado siete libros de no ficción y diez de ficción, entre los que destacan Luisa y los espejos (Premio Fernando Lara de Novela, 2013), A menos de cinco centímetros (finalista en el Premio Silverio Cañada de Novela Negra de Gijón, 2017), La mala suerte (Premio especial de Aragón Negro y finalista de Cartagena Negra 2019) y La chica a la que no supiste amar (Galardón Castellón Letras del Mediterráneo 2019). Vive en Madrid, está casada y es madre de tres hijos.



 

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