Manuel Vilas, finalista del Premio Planeta con ALEGRÍA, una novela terriblemente sincera, estremecedora, emocionante y conmovedora


Editorial Planeta. 360 páginas
Tapa dura con sobrecubierta: 21,50€ Electrónico: 9,99€

Desde el corazón de su memoria, un hombre que arrastra tantos años de pasado como ilusiones de futuro, ilumina, a través de sus recuerdos, su historia, la de su generación y la de un país. Una historia que a veces duele, pero que siempre acompaña.

El éxito desbordante de su última novela embarca al protagonista en una gira por todo el mundo. Un viaje con dos caras, la pública, en la que el personaje se acerca a sus lectores, y la íntima, en la que aprovecha cada espacio de soledad para rebuscar su verdad. Una verdad que ve la luz después de la muerte de sus padres, su divorcio y su vida junto a una nueva mujer, una vida en la que sus hijos se convierten en la piedra angular sobre la que pivota la necesidad inaplazable de encontrar la felicidad. A medio camino entre la confesión y la autoficción, el autor escribe una historia que toma impulso en el pasado y se lanza hacia lo aún no sucedido. Una búsqueda esperanzada de la alegría.

Muy pocos de los no entendidos conocían hace dos años a Manuel Vilas. Ahora, este escritor vuelve a sorprender con un pedazo más de sí mismo, de ese soliloquio desgarrador y valiente que ya emocionó a miles de lectores con su anterior novela.
Alegría tiene un hilo conductor emocional: los viajes del narrador. Solo, con Mo, su pareja, o con su hijo Valdi. Viajes por todo el mundo, hoteles de todo el mundo en los que el escritor no encuentra su lugar. Barcelona, Chicago, Iowa, Zurich, Oporto, Nueva Orleans, y vuelta a Madrid. Ciudades que pasan por la retina de Vilas y le sirven de ancla para reflexionar sobre su pasado, su presente y sus demonios. Unos zapatos nuevos, un puente, el rumor de un río, el frío de una calle solitaria, una firma de libros, una cena… Esta novela es el empeño persistente de convertir todo en alegría, hasta lo más triste, porque todo nos da vida y la vida es alegría.
Espacios solitarios como cuadros de Hopper

Vilas nos habla de muchas cosas en este libro y lo hace con unan frescura, una verdad y una valentía que muy pocos escritores son capaces de conseguir. El autor se abre en canal y nos deja ver sus entrañas. No hay nada que evite, que soslaye. No hay debilidad o tentación que no comparta. Su tono marcadamente poético, sus reflexiones, sus espacios, sus paisajes, que son como cuadros de Hopper, retratos de soledad, habitaciones de hotel, playas azotadas por el viento, puentes que se abren al abismo, lagos helados, conmueven porque no nos son ajenos. Porque Vilas tiene la capacidad de todo gran autor: convertir lo personal en universal. Todos somos Manuel Vilas. Todos hemos experimentado en una u otra forma sus miedos, sus desencantos, sus pérdidas, sus amores.

Con un estilo marcadamente poético de vaivén hipnótico, que contrasta con la desnudez inclemente del mensaje, Vilas nos habla del amor, de la soledad, de la vejez, de la muerte. y, sobre todo, de la relación entre padres e hijos, un leit motiv fundamental en la obra de Vilas. Él como padre y él como hijo. Los padres, recuerdo imprescindible, presencia constante, identidad, asidero. Los hijos, como fuente de amor incondicional, apabullante, a veces misterioso.
Recuerdos como destellos
Los recuerdos de Vilas son como destellos, como relámpagos de vida, recuerdos de unas chanclas de agua, y una tarde en el río, de la compra de unos zapatos con su madre, de su primera salida fuera de casa, el primer beso, la primera decepción. De esas emociones primigenias y olvidadas que se querrían volver a experimentar. Todos esos recuerdos, todos sus muertos, se han convertido para él en belleza. Recuerdos como, por ejemplo, el de su primera incursión en el mundo de los adultos, en una convivencia del colegio donde tuvieron que enseñarle a hacer la cama en una habitación austera y pobretona que no tenía ni siquiera mesilla y que le produjo miedo injustificado.

Todos los personajes, todas las personas de las que habla Vilas tienen un nombre de músico porque, dice, todos tenemos un alma que coincide con un célebre compositor. Bach, su padre, Wagner, su madre, Mo, de Mozart, su mujer, Valdi y Bra, sus hijos. Y hay otro compositor, este menos amable, mucho más inquietante: Arnold Schönberg, fundador del sonido dodecafónico. Arnold es el apodo de su ángel, el ángel de la melancolía que termina por ser el ángel de la clarividencia, «Arnold, el gran Arnold, a quien la gente llama “depresión“, “depresión mayor“, “depresión endógena“, “ansiedad“, “angustia“, “neurosis“, “trastornos obsesivo-compulsivos“, “trastorno bipolar“, nombres de los que Arnold se ríe. Porque Arnold es el sonido de la furia. Arnold es un artista del caos, del terror, de la deformidad, de la imperfección, y de la verdad. Arnold, el salvaje. Arnold, el matador de cerebros». Arnold le ha acompañado durante cuarenta años, un tormento psíquico, algo que le muerde en el centro del alma.
Un libro para leer despacio, para saborear... un susurro al lector
Divagaciones, meandros narrativos que transitan por el tiempo y el espacio, una larga conversación, que tiene el lector como un interlocutor callado, atento y fascinado.
Es un libro para leer despacio, para detenerse en sus frases como el que saborea un manjar exquisito, un vino, como el que escucha una melodía que le conmueve. Es un libro que invita a la reflexión, a pensar en uno mismo. Vilas habla de todo y lo hace siempre desde una perspectiva nueva, desde un ángulo desconocido.

El capitalismo:
«Tres veces se levantó Valdi a rellenar su gigantesco vaso de Coca-Cola. Tres veces fuimos más listos que el capitalismo universal. Al capitalismo hay que robarle siempre, porque por mucho que le robes jamás podrás robarle tanto como él te roba a ti, pues te roba la alegría, y la alegría tiene un precio incalculable».
El sexo:
«Quien piense que no hay terror en el acto del amor no ha vivido. tal vez haya existido, pero no vivido. Hacer el amor es la oscuridad, la mayor oscuridad. Hay un espejo en donde te miras, un espejo que anuncia melancolía y miseria».
El idioma:
«No sé qué hubiera dicho Ferdinand de Saussure del odio llevado a la lengua; le habría interesado conocer España, seguro. Hubiera podido añadir alguna nota pintoresca a su curso de lingüística general, uno de los libros más terribles que yo he leído en mi vida, porque allí se dice que los seres humanos solo somos supersticiones vocálicas y consonánticos».
La vida:
«La vida es insoportable. La juventud es esa energía: nos supera, nos eleva, nos enfurece, nos anula. Por eso interviene esa figura siniestra y criminal del picador, cuya misión es, a través del dolor, robarle la fuerza al toro, quitarle esa energía cósmica, para que vaya quedando en paz. Llegamos a la muerte de esa forma, como una conclusión natural, habiendo perdido la fuerza, que se quedó en la pica ensangrentada. La pica ensangrentada, ¿no la ves? ya está en ti».

Son reflexiones cargadas de ironía, pero también cargadas de ternura, Recuerda los veranos de exaltación, de descubrimiento de la belleza en la naturaleza, de descubrimiento también de las propias posibilidades, de las propias capacidades y, sobre todo, recuerda la inocencia perdida. El Vilas de ahora tiene miedo de sí mismo, le da miedo el futuro, pero también le da esperanza. Cuatro años y medio después de dejar la bebida, la recaída es un fantasma que sobrevuela el discurso, que está ahí, acechante, dispuesto a saltar al menor descuido.

No obvia tampoco Vilas su implicación social e ideológica. Las señas de identidad que, por época, por clase social, por geografía, van unidas al individuo. Es interesante hablar también de los espacios que retrata Vilas en su libro. Espacios del alma que trascienden la geografía. Chicago, por ejemplo, una ciudad «llena de rabia y vida» un lugar que nunca ha querido evitar porque para él es el símbolo de la soledad, de su soledad. O las ciudades europeas, que nos recuerdan siempre que «somos el pariente pobre de este continente». Digresiones, juegos sinuosos de la memoria, recuerdos que generan recuerdos, un estilo que es como el vaivén de las olas, afirmaciones con vocación de greguerías. Una novela sincera, terriblemente sincera, estremecedora, emocionante, conmovedora.

Sobre el autor

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza. Es autor de una reconocida obra poética: El cielo (2000), Resurrección (2005), Calor (2008), Gran Vilas (2012) y El hundimiento (2015). Su obra lírica, además, se ha compilado en Amor, que reúne lo publicado hasta 2010, y en Poesía completa, de 2016.
Su obra narrativa la inicia España (2008), a la que le siguen Aire nuestro (2009), Los inmortales (2012), El luminoso regalo (2013) y los libros de relatos Zeta (2014) y Setecientos millones de rinocerontes (2015). Es autor asimismo de Lou Reed era español y de Listen to me, un conjunto de sus estados de Facebook. Su última y más exitosa obra es Ordesa (2018), traducida a catorce lenguas. Además ha colaborado con distintos medios, como el Heraldo de Aragón y El Mundo, y diversos suplementos culturales, como «Magazine» (La Vanguardia), «Babelia» (El País) y «ABC Cultural» (ABC). A lo largo de su carrera, ha sido merecedor de múltiples premios y reconocimientos.
La literatura de Manuel Vilas se distingue por su carácter autobiográfico y nostálgico, y por una pátina de existencial aceptación de la pérdida, la soledad o el paso del tiempo, que, junto a la familia y una mirada crítica y amorosa de España, componen sus principales temas.




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