INDESTRUCTIBLES, de Xavier Aldekoa, un libro sobre seres humanos que no se rinden
Ediciones
Península. 224 páginas
Rústica
con solapas:17,90€ Electrónico: 9,99€
«Indestructibles no es un
libro de ganadores, aunque sus protagonistas a veces triunfen.
Tampoco de perdedores, aunque algunas de estas historias africanas
tengan finales amargos. Este es un libro sobre seres humanos que lo
intentan. Hombres y mujeres que sufren, ríen, opinan, evolucionan,
se rebelan y luchan. Protagonistas activos de sus vidas que se
revuelven ante un destino que los quiere sometidos, encadenados,
víctimas. Para quienes la rabia es una forma extraña de esperanza.
También es un libro de personas que viven más allá de las luchas
nobles y los grandes dramas. De gente normal. Indestructibles es un
libro sobre seres humanos que no se rinden.
Estas páginas son también
la esperanza de haber dudado y escuchado suficiente. Es un libro
sobre una África compleja. Sobre un territorio, o parte de él, que
cambia y se transforma. Repleto de personas que sobreviven como
pueden. Y que, cuando las cosas se tuercen, intentan salir adelante.
Como nosotros.»
«Como a Ibrahim lo había
infectado su abuela, que murió poco después, y sus padres no
estaban contagiados, solo podían darle cariño desde la distancia.
Iban a ver a Ibrahim cada día y lo vigilaban desde el otro lado de
una valla de plástico, a unos cinco metros de distancia, con la
urgencia de quien sí tiene motivos para estar desesperado. De quien
necesita un milagro.»
«La Organización Mundial
de la Salud no declaró la emergencia global hasta agosto, cuatro
meses después, y para entonces los sistemas sanitarios habían
colapsado, con enfermos en el suelo de los hospitales o huidos,
sanitarios contagiados y cadáveres descomponiéndose. La parálisis
de los líderes mundiales obligó a miles de africanos a dar un paso
al frente para sobrevivir y ayudar a otros a conseguirlo. Pese a que
algunos tenían los medios para comprar un billete de avión y huir
con sus familias a algún lugar seguro, miles de médicos,
enfermeros, conductores de ambulancia, psicólogos, comadronas o
enterradores decidieron quedarse a combatir la enfermedad.»
«En realidad, la
conducción chulesca y kamikaze de Musa apuntaba a las cicatrices del
país. Tras el fin de la guerra en 2002, unos 72.000 combatientes,
7.000 de ellos niños soldados, se acogieron a un proceso de desarme
y reintegración. La mayoría regresaron a sus hogares en zonas
rurales o áreas de diamantes, pero algunos de ellos habían cometido
tales atrocidades — antes de alistarlos, a veces los obligaban a
asesinar a sus padres o a comerse el corazón de sus vecinos— que
prefirieron el anonimato de la capital: fue así como se originó el
fenómeno de los mototaxis, una forma de transporte habitual en otros
países africanos pero casi inexistente antes de la guerra en Sierra
Leona. Fue una salida laboral para miles de exguerrilleros —algunos
cambiaron literalmente su fusil por una motocicleta— y una forma
barata de pasar el mono. La velocidad y los adelantamientos
imposibles eran su dosis diaria de adrenalina y combatían la
nostalgia de los días de cocaína y pólvora. Fue uno de los
primeros consejos que Wizzy me dio al llegar a la ciudad: mejor no
discutas con los chicos de las motos.»
«Desde la implementación
de las nuevas leyes de control, la Organización Internacional de las
Migraciones (OIM) había realizado más de 50 operaciones de
salvamento en el Sáhara y había rescatado a casi 6.300 migrantes.
En sus oficinas de Agadez y Niamey, se esforzaban por gritarle al
mundo que morían el doble de migrantes en el desierto que ahogados
en el Mediterráneo. Aunque eso era imposible saberlo. La cifra —de
ser cierta sumaría más de 10.000 cadáveres anuales— no se podía
verificar porque la arena hacía desaparecer los cuerpos en pocas
horas y, a veces, cuando ocurría un accidente o el todoterreno se
estropeaba, ni siquiera se encontraba el vehículo jamás.»
«Durante los viajes por
la ruta migratoria me crucé con personas que no sabían
prácticamente nada del camino que tenían por delante, que incluso
creían que el Mediterráneo era apenas un río estrecho y fácil de
cruzar. Otros se dejaban embaucar por las promesas de éxito
asegurado de los traficantes. No siempre era así.»
«En la peluquería,
mientras Alex Jallah cortaba el pelo a un adolescente, no parecía un
hombre roto. Por eso me sorprendió que minutos después no pudiera
parar de llorar. A Jallah fue el Mediterráneo quien lo derrotó.
Durante una odisea de casi diez años desde su Liberia natal hacia
Europa, atravesó fronteras y desiertos, lo estafaron, padeció
robos, torturas y secuestros y casi se muere de sed; pero jamás se
planteó detener su camino hacia una nueva vida. Hasta que llegó al
mar. Los ojos se le llenaban de lágrimas cuando recordaba el momento
en el que llegó a la costa de Libia y se dispuso a subir a un bote
precario para intentar cruzar a Italia. Se quedó paralizado. Cuando
recordaba aquel instante, se tapaba la cara con las manos. —Tuve
miedo. Tuve miedo. El mar me aterrorizó. Mucha gente moría.»
Sobre
el autor
Xavier Aldekoa (Barcelona,
1981) siente una predilección especial por África y sus gentes. En
los últimos años ha cubierto como periodista múltiples conflictos
y temas sociales en Somalia, República Democrática del Congo,
Angola, Mali, República Centroafricana, Sudán y una treintena más
de países africanos. Es corresponsal de La Vanguardia en
África, miembro de la productora social e independiente Muzungu y
colaborador de distintos medios, además de cofundador de la Revista
5W. Su trabajo ha sido reconocido con el X premio de periodismo
solidario Joan Gomis, el VI Premio Letras Enredadas, el I Premio
Revbela y el premio Buena Prensa a la mejor serie de reportajes. En
el año 2016 fue finalista del premio Cirilo Rodríguez al mejor
corresponsal de un medio español en el extranjero. Ha
publicado Océano África (2014) e Hijos del
Nilo(2016).
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