ME LLAMO EVA Mi lucha por ser mujer, un testimonio real frente al espejo que nos habla de solidaridad, comprensión y amor


Alienta Editorial. 152 páginas

Rústica con solapas: 16.95€ Electrónico: 8.99 €


Conocida en redes como @evacastt, Eva Vildosola es una chica transexual de diecinueve años originaria de Navarra que estudia Moda. Tras denunciar públicamente una agresión tránsfoba el año pasado en Barcelona, Eva fue conocida internacionalmente como un referente por la visibilidad LGTBI y recibió miles de mensajes de apoyo en redes sociales y medios de comunicación. En la actualidad comparte su día a día y reflexiones con sus más de 200.000 seguidores en Instagram.


Vive y deja vivir


Eva nació en un cuerpo equivocado y no supo por qué hasta que cumplió los once años y oyó por primera vez el término «disforia de género». Desde muy pequeña soportó la incomprensión e intransigencia de una sociedad que nos ahoga con sus imposiciones. Tras denunciar públicamente una agresión el año pasado en Barcelona, la vida de la conocida influencer dio un vuelco. Su cara comenzó a aparecer en todos los periódicos y televisiones y miles de personas le mostraron su apoyo en redes sociales.


En este libro comparte por primera vez la historia de su vida y cómo decidió convertirse en la mujer que siempre quiso ser. Éste es un testimonio real, que nos regala la posibilidad de conocer a través de sus ojos cómo es crecer rodeada de prejuicios. Pero también es un relato frente al espejo que nos habla de solidaridad, comprensión y amor. Dispuesta a ayudar a todas las personas que estén pasando por un proceso similar, Eva narra su niñez, su cambio de identidad y cómo ha afrontado su reciente operación de cambio de sexo. Porque ésta no es sólo su historia, sino también la historia de tantas personas que aún luchan por aceptarse y ser reconocidas en sociedad.


EXTRACTOS DEL LIBRO


Capítulo 1. Ser o no ser


«Lo pienso a menudo, antes me insultaban por parecer una niña y ahora que por fin lo soy, me insultan por lo contrario. Paradojas. […] después de aquel tostón de clase, lo que sí que no me imaginaba es que alguien me fuera a esperar a la salida. Al grito de «¡Te vas a enterar, maricón!», unos cuantos chicos, no recuerdo el número, y tres chicas, todos de un curso superior al mío, y a los que, para mi sorpresa, ni siquiera conocía, me esperaban apostados junto a la verja de la entrada. No lo sabían, pero habían decidido terminar de rematarme.»


«[…] caminando a paso veloz y lanzándome todo tipo de insultos y amenazas durante todo el camino, así todo el rato hasta el mismo portal de mi casa; pulsar el timbre del telefonillo hasta casi fundirlo fue su siguiente y último pasatiempo. […] Mi madre estaba al caer, los vería en el portal, me encontraría llorando y entonces yo tendría que hablar. Además, tenía que darle un examen con una mala nota y temía una nueva bronca, y luego estaba la comida, que, como todos los días, me había dejado preparada en la nevera; tenía que comer y no pensaba comer nada. […] No era por no engordar, aquel año había adelgazado mucho y no me gustaba nada verme tan flaca, era otra cosa… ansiedad, simplemente no me entraba, como cuando un filete duro se te hace bola.»


«Y me vi: un niño flaco y desgarbado, con granos en la cara y dos cicatrices en los brazos, el pelo corto, los hombros caídos y unos ojos tristes y llorosos. No era yo, ni podía ni quería ser él. Como fuera de mí, en un ataque de rabia irrefrenable, aporreé el armario con todas mis fuerzas, lo abrí y empecé a rasgar una por una todas mis prendas de ropa. Camisetas, sudaderas, jerséis… todo hecho jirones volando por el aire en medio del caos. Mi reflejo en el espejo. Y sin pensar por una vez en mi familia ni en nadie, sólo en mí, en quien de verdad era, me senté en mi escritorio, cogí un boli y un papel, y escribí:


Mamá, Rafa, lo siento. No quiero seguir viviendo. Soy una chica. Para seguir viviendo así, prefiero no vivir. Os quiero. Eva»


«[…] después de dejar la nota que había escrito en un lugar visible del escritorio, fui a la cocina y abrí un armarito. Curiosamente, en lugar de un vaso, cogí mi taza favorita, la más grande, con la que siempre desayunaba cuando todavía no había dejado de desayunar, y la llené de agua, hasta arriba. Ahora que pienso en el tamaño de la taza y en cómo la elegí, no puedo evitar pensar que, de alguna manera, en mi fuero interno, ya sabía que iba a beber mucha agua. Luego abrí un cajón y saqué dos cajas de pastillas, las primeras que vi a mano, una de ibuprofeno y otra de paracetamol. […]


Empecé tomándolas de una en una: pastilla, sorbo, pastilla… pero, al cabo de un rato, al ver las que me quedaban, enseguida pasé a tomármelas de dos en dos. […] Me senté en el suelo, sobre la alfombra, y, apoyada en la mesa de centro, seguí tragándomelas como una autómata hasta que, a poco más de la mitad del segundo blíster, sentí náuseas y paré.»


«No sabía adónde ir y, como vivía a las afueras, empecé a andar a buen paso, rápido, por el último tramo de lo que en mi pueblo llaman el paseo fluvial, un paseo arbolado que, siguiendo el cauce del río, recorre en línea recta tres municipios pegados […] En ésas estaba cuando a la mitad del segundo pueblo empecé a encontrarme mal. Mareada, torpe, confusa… Aterrada, avancé a trompicones unos metros, como haciendo eses, pero sin llegar a caerme, los justos para cruzarlo del todo y dejarlo atrás, hasta que a la altura de uno de los polígonos del extrarradio del tercero ya no pude más. «Por fin, se acaba», pensé, «les hago un favor a todos», y me senté a esperar en el pretil del puente de piedra del paseo fluvial.


««Me tiro y ya está», pensé inclinándome hacia delante. Y algo pasó de repente que me frenó en seco, algo que me cuesta explicar porque ni yo misma lo sé. Puede que fuera ese instinto animal que nos mantiene vivos […] «Tiene que haber otra opción. Si vuelve a sonar (el teléfono), lo cojo», me dije. Riiiiing.


¿Sí?


¿Eres tú, chaval? Tranquilo. ¿Dónde estás? ¿Estás bien?»


Capítulo 2. El elefante dentro de la boa


«Fue una llamada corta, de un número oculto de la policía. Yo apenas hablé. Me faltaba el aire y la voz me salía entrecortada […] Luego, tras preguntarme si podía moverme, si estaba en condiciones de andar, me dijeron que fuera hacia allí, que me sentara en el banco más próximo y esperara. […] Y no habrían pasado ni dos minutos cuando, al oír la sirena, levanté la cabeza y vi entrando en el polígono un coche de policía seguido del de mi madre y una ambulancia. «¡Mamá!», grité, y fui a buscarla.»


«De lo que pasó en el hospital tengo un recuerdo vago porque, después de entubarme y hacerme un montón de pruebas, me dieron esa bebida negra con carbón que te dan para que lo vomites todo, […] Luego, al cabo de un rato, entró una mujer pelirroja de pelo corto y mi madre nos dejó a solas. Era alta, de ojos verdes, con unos dientes perfectos y los labios muy rosados, como de anuncio de cacao. No sé si sería por su sonrisa… pero el caso es que nada más verla me pareció una cara amiga. Se presentó como Verónica. […] Era psicóloga. Hablamos un buen rato, […] Aun así, por lo que pasó después, digo yo que enseguida detectó lo que me pasaba.


Según me contó mi madre más tarde, al cabo de dos horas que se le hicieron seis, una psiquiatra y otra psicóloga más joven —residente tal vez y que parecía bastante afectada a juzgar por sus ojos llorosos— la llevaron a una sala aparte y hablaron con ella largo y tendido.


[…] —No, no es eso, es algo más complejo… puntualizó la psiquiatra y, después de una breve pausa, dijo—: Es que usted no tiene un hijo, tiene una hija.»


«Contarle a mi madre lo que había pasado todos esos años, el bullying al que, con el silencio de la mayoría de los profesores, había estado sometida a diario por parte de mis compañeros, fue también una suerte de liberación.»


«Durante esos dos meses, aunque sólo me la ponía en casa y seguía yendo al colegio con el aspecto de siempre, mi madre empezó a comprarme ropa de chica para ver cómo me sentía, para que, de una vez por todas, empezara a reflejar por fuera lo que siempre había sido por dentro. Pero, además, porque, de alguna manera, ella y Rafa también necesitaban acostumbrarse a verme con otros ojos y a reconocerme.»


«Elegir un nuevo nombre también fue algo que hicimos juntas. Empezamos por escribir varios en una lista, algunos que nos gustaban a las dos y otros […] Al final, después de darle un montón de vueltas, acabamos decantándonos por uno en concreto, un nombre que, además de ser corto, fácil, y de entenderse bien en francés, mi lengua materna, era el de una entonces no tan conocida youtuber a la que yo había empezado a seguir con apenas once años, casi desde que abrió su canal de YouTube, y con la que, por razones obvias, me sentía bastante más identificada […] Eva Gutowski me encantaba. Sí, definitivamente, «ése es el nombre: me llamo Eva», le dije a mi madre.»


Capítulo 3. A la intemperie


«—¿Hay algo en tu vida diaria que te incomode?

Lo normal, no sé…

Pero sí sabía, claro que sabía.


Me refiero a algo que no le he contado nunca a nadie, algo muy íntimo que he vivido sola, que he sufrido sola y que me he tragado siempre sola. […] Ahora, en cambio, sí sé nombrar esa sensación de angustia que me invadía al ver mis genitales; me sentía mujer, pero tenía pene, y sólo verlo me daba asco, lo odiaba. Odiaba haber nacido en un cuerpo equivocado, sufrir la maldita disforia de género.»


«Cosas tan normales como ir de compras con mi madre eran un infierno para mí. Cambiarme en un probador me generaba tal tensión que al final claudiqué. Tardaba media hora de reloj en desvestirme, media hora de auténtico estrés mirando la rendija de la cortina que nunca se cierra del todo. Entonces ni siquiera conocíamos la existencia de las trucadoras —unas braguitas de tela rígida para chicas trans que agarran bien y disimulan los genitales—, así que me hacía un apaño casero con unas tijeras […] Pensar que algo pudiera moverse de su sitio al bajarme el pantalón, o que alguien me viera por la rendija en un descuido al pasar, me daba pánico […]


«Odiaba la ducha, meterme en la ducha era para mí un horror, sabía de antemano que me tocaban cuarenta minutos de llanto y no quería, no podía verme desnuda. […] Luego empecé a usar bañador para ducharme, pero en el fondo era igual. También me incomodaba, porque es que eran cuarenta minutos para ponerte un bikini, más luego otros cuarenta minutos de ducha a lágrima viva, más luego quítate el bikini porque te vas a tener que secar igualmente esa parte o a ver qué haces si no… […] Por eso, por higiene, ahora lo que hago es que, una o dos veces por semana, lleno la bañera de agua y echo un buen chorro de gel para que la espuma lo cubra todo y no se vea nada, me meto, espero cinco minutos y fuera. El problema es la salida, al secarme tampoco puedo rozarme ahí con la toalla y me toca esperar sentada hasta que se seca al aire. Llevo haciendo esto desde los catorce.»


Capítulo 4. Es tripita de niña


«Mis recuerdos se remontan desde siempre a dos casas y al ir y venir de una casa a otra, de un mundo a otro en el que yo, desde bien chiquitina, siempre me sentí diferente. No sabía bien por qué, pero lo veía en cosas tan peregrinas como las fotos que no había en casa de mis abuelos paternos. […] tenían fotos enmarcadas de mi hermano y de mis primos de bebés, pero mías no, ni una sola, y no lo acababa de entender.»


«Al principio me gustaba ir, porque eran mis abuelos y los quería, quería estar con ellos, pero luego dejó de gustarme.


Tendría unos cuatro años cuando llevé mi primera Barbie, que me la había regalado mamie, mi abuela materna, y me encantaba. […] El caso es que, aunque nadie me había dicho nada al respecto, de alguna manera, sabía intuitivamente que allí no podía llevarla como mi hermano llevaba un balón o un coche teledirigido, y decidí esconderla en un armarito […]»


«Me dio tal susto que lancé la Barbie a la calle por la barandilla y me quedé ahí quieta, inmóvil, con el corazón a punto de salírseme por la boca. Y ahí fue cuando por primera vez oí de lejos la palabra, una palabra cuyo significado no entendía, pero que, a juzgar por el tono crispado en que se dijo, enseguida intuí que no era buena: «¡Este niño es maricón!», […] Y entonces le pregunté a mi hermano que eso qué era, que qué pasaba, y él me dijo que nada, que con mamá y la abuela sí, pero que con papá y los abuelos no podía jugar con la Barbie, que podía jugar con él, al escondite o al pilla pilla, o que pintara o me trajera un puzle, pero muñecas no.»


Capítulo 6. La hostia y su millón


«Y pasaban los días y seguía con mi vida de ensueño en Barcelona. Lo había deseado desde niña, ser Eva, una chica normal, y allí, por fin, lo era. […] Además, en Instagram seguía subiendo mis fotos sin mayores contratiempos. Muy de cuando en cuando, salía alguno con el «puto travelo» de turno en la boca, pero como estaba segura de que era alguien de Pamplona, del pasado, lo bloqueaba y listo.»


«Valeria se había ido a Pamplona, era viernes y había quedado con dos compañeras de clase para tomar algo. Acababa de salir de casa y no había recorrido ni dos manzanas cuando, de repente, empiezo a oír gritos: «Eva Castt, ¡¡engendro!!», «Eh, tú, Eva Castt, ¡¡eres un puto travelo!!», «¡¡¡Monstruo!!!». Eran voces de chico, más de una, y, como de costumbre, no me volví, sólo aceleré el paso.»


«Había huido de Pamplona precisamente por eso, para poder vivir en paz, y, de pronto, advertí que si no lo denunciaba, si no reclamaba para mí lo que es mío por derecho, acabaría siempre volviendo a la casilla de salida. Eran dos. Uno me sujetaba aferrándome con sus brazos por la espalda para que el otro pudiera pegarme de frente impunemente. […] Tras propinarme varios golpes y patadas en todo el cuerpo, me remató con dos puñetazos en la cara y empecé a sangrar a borbotones. Me había partido el labio. La sangre debió de asustar al que me sujetaba, porque ahí sí me soltó, y los dos salieron por piernas.»


«Al llegar a casa, llamé a mi madre, me saqué una foto de mi cara y se la mandé para que viera el destrozo que me habían hecho. […] Y, al cabo de un rato, le mandé un mensaje: «Voy a hacerlo público, voy a denunciarlo en Instagram».


«No sospechaba entonces ni por lo más remoto que aquel arrebato iba a cambiarme la vida, radicalmente. […] Mi denuncia llegó al millón de me gusta y, de un día para otro, pasé de tener quince mil a doscientos mil seguidores en mi cuenta de Instagram. Veía la foto con mi cara ensangrentada en los periódicos, en la tele, en un cartel de mi antiguo instituto que me habían mandado; abría el Instagram de J Balvin y veía mi cara, y el de Miguel Ángel Silvestre, y mi puta cara otra vez.»


«Había ido a Barcelona a ser anónima y había dejado de serlo en cuestión de horas. Me había convertido sin saberlo en una suerte de «referente» trans, precisamente lo que siempre había querido evitar. Y empecé a recibir mensajes, miles de mensajes de aliento, tanto de gente anónima como de gente conocida, actores, cantantes, influencers, políticos…» «Había subido la foto denunciando la agresión con la única intención de que la gente viese lo que hay, que a las personas como yo nos pegan por la calle, nada más. Sinceramente, ni se me pasó por la cabeza que mi vida fuera a cambiar en algo al subirla, ni que con ello todo el mundo iba a saber que yo era transexual […]»


«Para colmo, en Instagram, además de los buenos que he comentado, seguía recibiendo mensajes tránsfobos del tipo: «Te tenían que haber dado más fuerte», «Tenían que haberte dejado en coma»,«Yo te hubiese matado», «No hay que dejar pruebas del montaje», «Lo haces por política», «Lo haces por la fama».»


«Y, entonces, rompí a llorar. «Esto es lo que me va a venir encima.» O sea, ayer me pegaron y hoy, ya, la gente en plan «tú me suenas mucho». Y lo peor es que no les sueno de Instagram, de un baile de TikTok, o porque sea cantante o actriz, les sueno de que me han pegado en la puta calle y de que soy transexual, que es lo que no quería que me pasase nunca.»


Capítulo 10. Flores de hielo


«Curiosamente, llegué a Barcelona buscando el anonimato, renegando de mí, empeñada en pasar desapercibida, en ser, simplemente, una chica más. Y resulta que un día sufro una agresión, lo denuncio públicamente y mi vida entera es otra. Y yo también. Ya no me escondo, ni en las redes ni en la vida. Además de Eva, de influencer, de estudiante de moda, de buena o mala hija, de más o menos inteligente, a día de hoy soy una transexual conocida, y me encanta serlo.»


«[…] después de cinco años de espera, de terapia, de análisis, de pinchazos, de hormonas… finalmente voy a cumplir mi sueño: me opero. Tengo muchas amigas trans que no lo necesitan, que viven a gusto sin hacerlo y ¡olé por ellas!, pero yo sí, ya lo he dicho, desde niña he soñado con una vagina y la voy a tener por fin.»


«Siento mucho no haber tenido el valor de decirlo antes, cuando alguien me lo preguntó a raíz del vídeo del chantaje. En esa ocasión, mentí y dije que sí, que estaba operada, por mis inseguridades de mierda, por miedo… Y luego, bueno, aunque he querido decirlo muchas veces, ya no sabía cómo dar marcha atrás, hasta que hace dos semanas dije: «Ya, Eva, hasta aquí», y lo conté.»


«[…] voy a compartir públicamente mi experiencia, todo, porque quiero ayudar, pero de verdad, a otras niñas que estén en mi mismo proceso, a las madres cuyas hijas quieran pasar por ello en el futuro.»


«El año pasado vi la serie de La Veneno, aquella mujer que tanto me asustó con once años. Y, bueno, lo cierto es que aunque mi vida ha sido bastante más fácil, me di cuenta de que al final, de pequeñas, interiormente, habíamos sufrido un poco lo mismo. Recuerdo su comunión, cómo se hacía el vestidito…, pero sobre todo recuerdo una frase: «Ella caminó para que nosotras pudiéramos correr». Y es verdad, gracias a ella y a otras como ella, ahora corremos, pero una carrera de obstáculos. Ojalá que mi testimonio y el de otras como yo sirva para que la siguiente generación pueda sólo correr.»


«No veo mucho la tele. Pero hace relativamente poco, uno de esos días tontos que no sabes qué hacer, la encendí. Estaban echando un documental que hablaba de algo que nunca había visto: la voz de fondo decía que eran flores de hielo. Unas flores raras, distintas, que surgen sólo cuando se dan unas determinadas condiciones de temperatura, de humedad, de mil factores combinados que, bueno, no lo sé explicar porque tampoco presté mucha atención, no me acuerdo, la verdad. Lo que sí recuerdo es que me quedé mirándolas, absorta. Sus formas perfectas e imposibles, su belleza. Y sonreí.»


Epílogo


«[…] ocho años más tarde, tras once largas horas en quirófano y otras tantas completamente sedada, como sumida en un profundo letargo, el caso es que una mañana abrí los ojos y esa chica con la que tanto había soñado durante años llegó. Dolorida, entubada y vendada como una momia, la tenía delante: era yo.»


«Hoy es quince de junio y han pasado casi cuatro semanas desde la operación. Una operación de casi un día entero en la que, además de la vaginoplastia, me han hecho una mamoplastia de aumento. Las dos cosas al tiempo, porque así lo pedí. Quería pasar por el quirófano una sola vez y pasar página.»


«Escribo este epílogo no para contar detalles morbosos de mi estado físico, de la evolución de mi vagina o de mis tetas, cosas como si están más o menos inflamadas o si los puntos de las cicatrices se absorben o se caen… Lo escribo porque, aunque todavía es pronto, quiero compartir cómo me siento, lo que esto supone para mí. […] Y es que lo que supone para mí no es ni más ni menos que la vida.» 



 

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