Fernando Martínez Laínez desvela en ESPÍAS DEL IMPERIO la historia de los servicios secretos españoles en la época de los Austrias


Editorial Espasa. 480 páginas

Rústica con solapas: 22,90€ Electrónico: 10,99


Una de las secuelas de la Leyenda Negra antiespañola es la desdeñosa opinión sobre la actuación de los servicios de inteligencia hispanos en los siglos de apogeo «imperial». Sin embargo, nuestro espionaje fue puntero en el mundo durante los siglos XVI y XVII. ESPÍAS DEL IMPERIO recoge la historia y los hechos más destacados de la inteligencia española y de muchos de sus agentes en la sombra (algunos tan conocidos como Quevedo o Cervantes), que operaron en Europa y el Mediterráneo con éxito. Historia Espasa publica un libro fundamental para conocer la España de esa época, que contó con los servicios de inteligencia más eficaces de su tiempo, y cuyo espionaje fue decisivo en la toma de decisiones políticas, económicas y militares.


Sé extremadamente sutil, hasta el punto de no tener forma. Sé completamente misterioso, hasta el punto de ser silencioso. De este modo podrás dirigir el destino de tus adversarios. Sun Tzu


Martínez Laínez nos sumerge en la España de los siglos XVI y XVII que contaba con un robusto sistema de espionaje y un eficaz servicio secreto. La necesidad de información era una obligación ineludible en la política universalista de la Monarquía Hispánica. Rodeada de enemigos y poseedora de un extenso imperio codiciado por otros países, España defendió sus dominios con las armas, el dinero, la diplomacia y la información secreta.


Ciudades como Londres, París, Nápoles o Bruselas se convirtieron en centros de espionaje con intereses nacionales en conflicto, y en ellas el espionaje hispano tuvo que emplearse a fondo y se mostró acertado la mayoría de las veces. Sobresalen figuras como Miguel de Cervantes o Francisco de Quevedo como espías del Imperio, en contraste con la faceta literaria de sus biografías.


Una importante característica de la inteligencia española en estos siglos vino dada por su marcada tendencia documental (los «papeles») como eje de todo el mecanismo del espionaje dirigido por el Rey, representante máximo del Estado. El término «inteligencia» estaba plenamente establecido y era utilizado normalmente en España desde el siglo XVI con el mismo significado que tiene en la actualidad.


La historia de los servicios secretos en los siglos que trazan el poderío hispano encierra un papel relevante y todavía poco conocido, con un modelo de Estado que utilizó la inteligencia como principal herramienta operativa, una inteligencia que fue el elemento fundamental en la actuación militar y política de lo que entendemos por Imperio español.


Como consecuencia de la Leyenda Negra, la historia de los servicios secretos de la Monarquía Hispánica, con sus luces y sombras, ha sido ninguneada y menospreciada por la mayor parte de los «especialistas» foráneos, y apenas ha sido divulgada, a pesar de su trascendencia en las guerras y en las estructuras políticas de la época. Es un hecho indiscutible que la España de los siglos XVI y XVII contó con los servicios de inteligencia más dinámicos y eficaces de su tiempo y que la red de agentes que trabajaban para los intereses hispanos constituyó una herramienta decisiva en la toma de decisiones políticas, económicas y militares.


ESPÍAS DEL IMPERIO recoge información de cómo actuaron algunos de esos agentes y espías —entre los que sobresalen figuras como Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Francisco de Aldana o Juan Idiáquez, espía personal de Felipe II— que sostuvieron y dieron forma al proyecto gobernante de la Casa de Austria desde sus orígenes hasta el declive de la hegemonía hispana. Y rinde tributo a todos aquellos que en la ingente tarea de defender los dominios españoles, tanto en el Mediterráneo como en América o en Europa, arriesgaron su vida para ello.


ESPÍAS: CONOCER PARA VENCER


Durante más de dos siglos, la Monarquía Hispánica, o Monarquía Católica, contó con unos servicios de inteligencia acordes a su estatus de potencia mundial. El espionaje desempeñó un papel fundamental en la política exterior del Imperio español y ningún otro país dedicó tantos recursos humanos y materiales al mantenimiento de redes de información secreta en los siglos XVI y XVII.


La Corona era consciente de que para conservar sus dominios debía contar con la acción de los servicios secretos, y, en este sentido, España estuvo mucho tiempo en la vanguardia de Europa.


La lucha político-militar y la rivalidad económica entre los Estados modernos fueron el escenario en el que los espías se movieron masivamente al servicio de intereses nacionales en colisión permanente.


Miguel de Cervantes: agente de Felipe II


Cuando el enviado Margliani regresó a Nápoles desde Constantinopla tras pactar la tregua en la capital turca en 1581, se recibieron avisos de que Uluch Alí se disponía a ir a la Berbería, con una gran flota de galeras para incorporar el reino marroquí de Fez a la órbita turca.


Estos informes venían avalados por Pedro de Brea, como hemos visto, uno de los agentes más eficaces de la inteligencia hispana, que iba en la flota del almirante otomano, y pronto se extendieron por Orán y la costa sur de España. En las primeras semanas de 1581 también llegaron avisos de preparativos bélicos turco-berberiscos en Marruecos, y en agosto se confirmó que Uluch Alí estaba en Argel con unas setenta galeras, dispuesto incluso a intentar apoderarse de la f lota de Indias en las inmediaciones del estrecho de Gibraltar.


Fue en este escenario, en junio de 1581, cuando Miguel de Cervantes — actuando como agente secreto— realizó un viaje a Mostaganem para «ciertas cosas del servicio de Su Majestad». Apenas había pasado un año desde que fuera rescatado tras cinco años de cautiverio en Argel y dice mucho en su favor que, tras los sufrimientos padecidos, no dudase en aceptar la misión secreta que se le encomendó para confirmar si Uluch Alí se disponía a atacar el Mediterráneo occidental desde Argel.


El autor del Quijote siempre se consideró, sobre todo, un soldado y que se centró en su carrera literaria cuando se le cerraron las puertas de la milicia y del servicio secreto. Aun así, Cervantes nunca dejó de insistir y el 21 de mayo de 1590 solicitó al Consejo de Indias la merced de un oficio en América que estuviera vacante. La respuesta fue negativa y Cervantes tuvo que seguir escribiendo.


Francisco de Quevedo: espía al servicio del duque de Osuna


La visión que el duque de Osuna tenía sobre los asuntos militares y políticos de Italia era plenamente compartida por Francisco de Quevedo. En 1613, el escritor se instaló en Sicilia como consejero y agente del duque de Osuna, entonces virrey de la isla. Ese mismo año, el duque de Saboya invadió el Monferrato y, pocas semanas después de llegar a Palermo, Quevedo viajó a Niza, territorio del duque saboyano, con la misión de observar los acontecimientos e intentar que la ciudad se inclinara a favor de España aprovechando una revuelta contra la autoridad ducal de Carlos Emanuel.


En la capital española, Quevedo hizo de agente de Osuna en los Consejos de Italia y de Estado, ablandando voluntades cortesanas a cambio de favores y dinero para inclinar los designios políticos del duque y conseguir que este fuera nombrado virrey de Nápoles el año siguiente, cuando debía terminar su mandato en Sicilia. Las tareas de Quevedo para asegurar a Osuna el virreinato no fueron sencillas, pues hubo de actuar clandestinamente por tierras de Italia y Francia y a enfrentar aventuras y peligros con los que bien podría llenarse una buena novela de espionaje. En septiembre de 1615 fue detenido en Montpellier por los hugonotes seguidores del príncipe de Condé, sublevados contra el rey de Francia. Cuando consiguió verse libre, pasó a Toulouse, donde otra vez fue apresado, hasta que por fin entró en España y llegó a Burgos. Desde allí escribió con amplitud a su benefactor el duque de Osuna, dando cuenta del dinero y de los regalos que había repartido entre altos funcionarios y cortesanos para facilitarle el deseado nombramiento en Nápoles. Así, en una carta dirigida al duque, el escritor-agente dice lo siguiente:


Ándase tras mí media corte, y no hay hombre que no me haga mil ofrecimientos en el servicio de Vuestra Excelencia, que aquí los hombres se han vuelto putas, que no las alcanza quien no da […]. Juro a Dios que parece que hay jubileo en mi casa, según la gente que entra y sale. Más séquito tengo yo que un Consejo entero, informa Quevedo al duque en una carta.


Las maniobras de Quevedo dieron resultado y el escritor regresó satisfecho a Sicilia tras haber conseguido allanar la cuestión principal que el duque le había encomendado: ser nombrado virrey de Nápoles al año siguiente, cuando terminase su mandato como virrey de Sicilia. En cumplimiento de esta misión, en 1615 Quevedo actuó de procurador encargado de llevar a las arcas de la Corona un sustancioso aporte de las rentas de Sicilia. La largueza de Osuna asombra al propio Felipe III, que le nombra virrey de Nápoles y accede a seguir hostigando a Venecia en el Adriático, pero «sin que se sepa que tenéis orden mía para ello».


Sobre el autor


Fernando Martínez Laínez es escritor y periodista. Doctor en Ciencias de la Información, ha sido delegado de la Agencia EFE en Cuba, la Unión Soviética y Argentina, además de corresponsal y enviado especial en numerosos países. Experto en política internacional, sobre todo de Europa del Este y de la antigua URSS, es colaborador asiduo en publicaciones de historia y en la Revista Española de Defensa. Autor de ensayos, novela negra, novelas juveniles, biografías, libros de viaje y relatos de divulgación histórica sobre el Siglo de Oro y el mundo de los tercios, entre sus obras destacan Una pica en Flandes; Vientos de gloria; Fernando el Católico. Crónica de un reinado o Como lobos hambrientos. Y en coautoría, Tercios de España. La infantería legendaria y Banderas lejanas. Entre sus novelas históricas recientes cabe mencionar El náufrago de la Gran Armada y la trilogía La senda de los Tercios, que reconstruye la actuación de estas unidades militares. Con su obra Carne de trueque, es uno de los iniciadores de la novela de espías en España. Sobre cuestiones de inteligencia ha publicado, además, Los espías que estremecieron al siglo; Destruyan a Anderson y Escritores espías. Es coautor de la obra Conceptos fundamentales de inteligencia y coeditor del libro de relatos de espionaje Máximo secreto. En la actualidad es presidente y cofundador del Club Le Carré, dedicado a promocionar la cultura de inteligencia, y forma parte de la junta directiva de la asociación Amigos del Camino Español de los Tercios.




 

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